Vie
10
Abr
2009

Homilía Viernes Santo

Año litúrgico 2008 - 2009 - (Ciclo B)

Está cumplido

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

Entre nosotros, los humanos, lo normal es, ante la desaparición de una persona amiga o conocida, preguntarnos y preguntar de qué murió. No así ante Jesús. Ante su muerte, quisiéramos saber algo más, aunque ese algo más esté rondando el misterio y continuamente se nos escape. ¿Por qué murió Jesús? Sabemos que murió como sólo morían los esclavos y los condenados por algún gravísimo delito. Pero, ¿por qué? ¿Sólo para que se cumplieran las Escrituras, como él mismo dijo en un momento de su vida? Seguro que, si lo dijo él, es cierto, pero no nos llena, no acaba de convencernos. “Para librarnos del pecado” como “el cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Pero, ¿era necesario un pecado mayor para expiar un pecado menor, hablando a lo humano? Algo sabemos, pero todo envuelto en el misterio. Por eso, antes de adorarlo, antes de celebrarlo, siempre está bien intentar, de alguna forma, actualizarlo. Es lo que intentamos hacer cada vez que recordamos el “vía crucis”.

  • Actualidad del drama

No sé si el “mirarán al que traspasaron” y aquello de que ”cuando sea levantado hacia lo alto, atraeré a todos hacia mí”, será la razón de ser y el origen de los “vía crucis”, sobre todo de los vía crucis vivientes, en los que personas vivas representan a las figuras que tuvieron vida en la Pasión y muerte del Señor. De ahí mi pregunta en este Viernes Santo: ¿Qué papel represento yo, qué papel representáis vosotros, qué papel representamos cada uno en esta función?

Los papeles y los actores, a lo largo y ancho de estos poco más de veinte siglos de historia, han sido los mismos, con ligeros retoques y matices propios de la época, que los que rodearon a Jesús en la colina de su Pasión y muerte.

Puede que prevalezcan los indiferentes, los meros espectadores, los que se lavan las manos para evitar problemas y responsabilidades; los que, bien resguardados, no les importa lo que suceda a los demás y menos todavía por qué; aquellos que no les gusta meterse donde –según dicen- nadie les llama, cuando la muerte del inocente a todos nos “llama” y nos concierne. Más todavía, quizá sin esa indiferencia no se sentirían tan seguros los verdugos.

Los hubo y los hay también pusilánimes, apocados y cobardes, como Pedro cuando afirmó “no conocer a ese hombre”. Aunque pocos pudieran presumir de conocer a Jesús más que él, y aunque los “Pedros” posteriores hayan podido ser “practicantes” a ultranza. Pero, cuando las cosas vienen mal dadas, lo fácil es sacar la espada y cortar orejas, cuando lo único que se pedía y pide es fidelidad y confianza.

Y también los hubo y los hay fieles. Los hay que se fían de Jesús y de su Palabra. Hubo un “buen ladrón”, modelo de todos los orantes, que supo pedir lo que hay que pedir, a quien hay que hacerlo, cuando hay que hacerlo y como hay que hacerlo. Porque supo fiarse de quien estaba a su lado. Hubo mujeres fieles; hombres entrañables que acompañaron a Jesús hasta después de morir. Y así los ha habido a lo largo de la historia.

¿Y yo, qué? ¿Y tú, qué? ¿Y nosotros, qué? Si hubiera que distribuir los papeles para representar el vía crucis viviente este Viernes Santo, ¿Quién va a hacer de Nicodemo? ¿Quién quiere ser Simón el de Cirene? ¿Quién hace de Juan? Mejor que no nos ofrezcan el papel de Judas; aunque inevitable, no lo queremos nadie. Los cobardes e indiferentes sobran en la representación.

  • La cruz y Viernes Santo

Hoy toda la liturgia y, en concreto, la lectura de la Pasión, giran en torno al mismo tema: la cruz. La cruz, centro hoy de nuestra celebración; y ayer, hoy y mañana, en el centro de nuestra vida entera.
Como sacerdote, la he tenido que trazar sobre la frente de muchos niños conducidos por sus padres para ser bautizados, como un día hicieron conmigo los míos al cumplir con tan santa obligación. Se la mostré a cuantos preparé para que recibieran su primera comunión, con aquella frase señera: “La señal del cristiano es la santa cruz”. No sé ellos, yo sí comprobé más tarde la veracidad de aquellas palabras en mi propia vida. Y, al margen de mi comprobación, la he usado para bendecir, para perdonar, para celebrar los sacramentos. Con ella empezamos la eucaristía y con ella la terminamos.

No sé hoy, puede que sea distinto. Pero, yo que ya voy siendo mayor, aún la recuerdo siempre en la cabecera de mi cama, en las aulas, en las torres, en las espadañas de las iglesias, en muchos de nuestros montes y bifurcación de muchos caminos.

Y, como todos vosotros, seguro, aún la he visto mucho más cumpliendo su cometido doloroso, hiriente y lacerante. Por extraño que parezca, anida en niños y ancianos, en casados y solteros, en clérigos y laicos, en creyentes, agnósticos y ateos. Toma forma y nombre de enfermedades peculiares, caprichosas y totalmente inusuales; en deformaciones que llamamos eufemísticamente “minusvalías”; en la soledad y agonía de muchas personas, algunas conocidas, desconocidas la mayoría.

Hoy, al “celebrar” ¡quién lo diría! Viernes Santo, tenemos en cuenta todas estas cruces y las valoramos porque Jesús acabó su vida y murió en otra, en la Cruz –con mayúscula-, que es la que da valor a las nuestras. No las buscamos, que no somos masoquistas, pero tampoco las ignoramos y, menos, las despreciamos o rechazamos. Luchamos, eso sí, por aliviar el dolor que producen en nuestros hermanos los hombres, como hizo el mismo Jesús. Y cuando, después de haber rezado la oración de Jesús en Getsemaní, comprobamos que la voluntad del Padre es que “no pase de nosotros ese cáliz”, la aceptamos para que se cumpla su voluntad.

  • María, la madre del crucificado

Al final, la postura más humana es adorar el misterio. Sabemos y por eso celebramos lo que sucedió, pero entenderlo es otra cosa. Puede que del todo no lo entendamos nunca. Por eso, quiero acabar con la mirada y el gesto que expresamente silencié y reservé hasta ahora, aunque sea la mirada más elocuente y el gesto más impactante. Me refiero a María, la madre de Dios, la Virgen de los dolores, cuya figura no puede ser más expresiva. Tampoco ella entendió el misterio, pero supo “guardarlo en su corazón”,  rezarlo y vivirlo. Como recibió y vivió a su Hijo muerto en sus brazos, en ese gesto maternal tan entrañable y familiar.

Y si todavía dudamos o no nos atrevemos, volvamos a mirar el cuadro de la Dolorosa. Con seguridad que también nos mostrará a nosotros, en actitud maternal, a Jesús, hoy muerto, pero mañana vivo y glorioso. Pero, esa es otra historia y la celebraremos mañana.

Fray Hermelindo Fernández Rodríguez

Fray Hermelindo Fernández Rodríguez
(1938-2018)