Los inicios en Prulla
Fray Domingo de Guzmán, canónigo de Osma, desarrolla su trabajo apostólico en Languedoc, a principio del siglo XIII, junto al obispo Diego de Acevedo y los legados pontificios, en un ambiente dominado por los cátaros, que se autocalificaban como auténticos herederos de los Apóstoles. Los habitantes de esa región no ocultan a los predicadores católicos el aprecio por las enseñanzas y el estilo de vida de los divulgadores de la herejía, a los que se había conferido el consolamentum después de prolongadas pruebas con penitencias durísimas, convirtiéndose en perfectos.
Fray Domingo, perseverando en el anuncio fervoroso del Evangelio, confunde a los herejes por su sabiduría y vida ejemplar, alternando la predicación con disputas teológicas. Muchas personas que, inducidas al error habían simpatizado con la herejía, o se había vinculado a ella, ejerciendo como itinerantes o viviendo en rigurosa austeridad comunitaria, vuelven al seno de la Iglesia Católica por la predicación y el testimonio de fray Domingo. Entre las convertidas figuraban mujeres pertenecientes a familias nobles, cuyos padres, venidos a menos, las confiaron a los herejes siendo aún adolescentes o antes de salir de la niñez, traspasándoles con ellas la responsabilidad de su manutención y educación. La conversión de estas mujeres, hasta entonces viviendo como perfectas en comunidades cátaras a estilo monacal, planteaba serios problemas a los predicadores católicos. Las convertidas carecían de medios de subsistencia y no podían incorporarse a los hogares de origen, porque sus familiares, pertenecientes a la herejía o muy comprometidos con los herejes, las cerraban las puertas o se mostraban hostiles por el giro dado en sus prácticas religiosas. Con el fin de amparar a las que se encontraban en tal situación, proporcionándolas el alojamiento y la protección que necesitaban, así como la formación convenientemente a sus deseos de consagración al servicio divino, el día 22 de noviembre de 1206, festividad de Santa Cecilia, se abrieron las puertas del monasterio de Prulla, dando acceso a sus primeras moradoras. Ese mismo año, el obispo Fulco firma un acta concediendo la iglesia de Santa María de Prulla, y el territorio adyacente a treinta pasos alrededor de la misma, "a las mujeres convertidas por los predicadores que fueron delegados para rechazar la peste herética y para predicar contra sus fautores".
Un año después, Berenguer, arzobispo de Narbona, cede la iglesia del bienaventurado Martín de Limoux "a la priora de las majas convertidas por las exhortaciones, los ejemplos de fray Domingo de Osma y de sus compañeros".
Fray Domingo se instala con sus colaboradores junto al monasterio. Prulla, lugar elegido para la entrega sosegada al cultivo de la vida interior, estudio y reflexión, comunicación de experiencias y preparación de la Santa Predicación en defensa de la fe. El Santo orienta los primeros pasos de la comunidad femenina, y cuida de su dirección espiritual y formación. La oraciones y penitencia de las iniciadas en la vida monástica constituyen un importante apoyo para la labor apostólica de los predicadores, participando ellas místicamente en la Santa Predicación. Son las primeras monjas predicadoras. El progreso de las neoclaustrales en su vida de consagración a Dios ensombrece la influencia nefasta ejercida por los cenobios cátaros, de los que desertan mujeres que, durante largos años, fueron víctimas de las doctrinas y prácticas heréticas. Fray Domingo hace partícipe generosamente al monasterio de los donativos que él y sus colaboradores reciben recorriendo el país como predicadores mendicantes.
El beato Jordán de Sajonia, inmediato sucesor de santo Domingo al frente de la Orden de Predicadores, escribía, dos años después del fallecimiento del Santo, su Libellus de principiis ordinis praedicatorum, refiriéndose al monasterio de Prulla en términos muy elogiosos: "Hasta el día de hoy las siervas de Cristo ofrecen allí un culto agradable a su Creador, con una santidad vigorosa, y preclara pureza de inocencia. Llevan una vida provechosa para sí, ejemplar para los hombres, motivo de júbilo para los ángeles y grata a Dios" Y fray Humberto de Romans buen conocedor de la comunidad de Prulla, porque, antes de ser el quinto maestro general de la Orden, fue superior mayor de la provincia dominicana de Francia, de 1244 a 1254, deja memoria de su grato recuerdo en su Legenda Sancti Dominici: "Allí vivieron como siervas de Cristo en perpetua clausura, admirable observancia regular, edificante silencio, trabajo y pureza de conciencia. Crecían en número, y su perfume de perfección llegaba muy lejos, tanto que fueron imitadas y se construyeron muchos monasterios similares".
Fundaciones de Santo Domingo
Confirmada la Orden de Predicadores por Honorio III, en 1216, fray Domingo funda un monasterio de monjas de Madrid (año 1218), reúne en el monasterio de San Sixto a las monjas procedentes de otras comunidades monásticas romanas (año 1221) y algunos le atribuyen la incorporación a la Orden de las monjas de San Esteban de Gormaz que después se establecieron en el monasterio de Caleruega. Se conservan las Constituciones redactadas por fray Domingo para el monasterio de San Sixto, cuerpo legal modélico en su época, adoptado por otras comunidades monásticas fundadas por los hijos del Santo. Muy estimada por las monjas dominicas es la carta que fray Domingo dirigió al monasterio de Madrid.
Las Monjas, parte integrante de la Orden
Las monjas dominicas son parte esencial de la Orden de Predicadores y ayuda eficaz para la vida espiritual y el ministerio de los frailes. El fin de la Orden, "que es comunicar a los demás las cosas contempladas, no puede ser alcanzado según la plenitud que le es propia, sino a través de la cooperación de todos los miembros de la familia. La función específica de las monjas dominicas ocupa la parte principal en esta cooperación y es, en consecuencia, de máxima importancia" (Carta del Maestro General de la Orden, fray Aniceto Fernández, 22 de julio de 1971).
El Capítulo General de la Orden de Predicadores, celebrado en Oakland, del 19 de julio al 8 de agosto de 1989, se hizo eco de que "hay entre las monjas un creciente convencimiento de su papel de complementariedad en la vida y visión de la Orden; aspiran a encontrar los modos de comprenderlo más profundamente y de expresarlo mejor" Y consciente de lo que las monjas representan para toda la Orden, el Capítulo General, celebrado en México, del 1 al 31 de julio de 1992, las exhorta "a que que se solidaricen con las prioridades de la Orden y participen en su misión desde su identidad contemplativa".
Los elementos que determinan la identidad de las mojas predicadoras responde adecuadamente al carisma fundacional de la Orden. La Orden fue instituida para "la predicación de la palabra de Dios, propagando por el mundo entero el nombre de nuestro Señor Jesucristo" (Honorio III). Las monjas dominicas están dedicadas al servicio divino, en oración continua y austeridad de vida que implica obras de penitencia, así como renuncias, con plena madurez de libertad. Su oración es contemplativa, pero en razón del carisma de toda la Orden, del que ellas participan, su oración es también apostólica. Las monjas predicadoras, sin abandonar el claustro ni hacerse oír fuera de él, según requiere su vocación, cooperan de manera propia al ministerio de los frailes, invocando la iluminación Espíritu Santo para que los predicadores, llevados por el amor de Dios, que es el alma del apostolado, sean voz de la palabra divina, en espíritu y en verdad, con integridad y pureza. Y a la vez instan al Espíritu Santo a que disponga, en actitud ampliamente receptiva, superadora de toda sabiduría humana, a los que escuchan el acto profético de la predicación, para que la palabra prenda y obre eficazmente en ellos.
Esta es la misión de las monjas, expuesta, con otras palabras, en sus Constituciones:
"Buscarle (a Jesucristo) en el silencio, pensar en Él e invocarlo, de tal manera que la palabra que sale de la boca de Dios no vuelva a Él vacía, sino que prospere en aquellos a quienes ha sido enviada" (1 § II).
Imitando a Jesús, que se retiraba al desierto para orar, "son un signo de la Jerusalén celeste que los frailes construyen con su predicación" (28 § 1).
Mediante la perseverancia en la actitud de escucha, estudio y práctica de la palabra, "anuncian el Evangelio de Dios con el ejemplo de su vida" (96 § I).
Edifican en el claustro la Iglesia de Dios que, por oblación de sí mismas, han de extender por el mundo, con este programa de vida: "Uniformes en la forma de vida puramente contemplativa, guardando en la clausura y en el silencio la separación del mundo, trabajando diligentemente, fervientes en el estudio de la verdad, escrutando con corazón ardiente las Escrituras, instando en la oración, ejercitando con alegría la penitencia, buscando la comunión en el régimen, con pureza de conciencia y con el gozo de la concordia fraterna, buscan con libertad de espíritu, al que ahora las hace vivir unánimes en una misma casa v en el día novísimo las congregará como pueblo de adquisición en la ciudad santa. Creciendo en caridad en medio de la Iglesia, extienden al pueblo de Dios con misteriosa fecundidad v anuncian proféticamente, con su vida escondida, que Cristo es la única bienaventuranza, al presente por la gracia, y en futuro por la gloria" (1 § V).
Fray José Mateos y Garcia de Paredes. OP