Dom
12
Abr
2009

Homilía Domingo de Pascua en la Resurrección del señor

Año litúrgico 2008 - 2009 - (Ciclo B)

Este es el día en que actuó el Señor: Sea nuestra alegría y nuestro gozo. ¡Aleluya!

Introducción

Vigilia Pascual

Estamos en Pascua, fiesta grande de los discípulos de Jesús. Todo ha ocurrido para nosotros, de tal modo que, creyendo en Él, tengamos vida. No está de más, por ello, echar una mirada a la resurrección desde el punto de vista del discípulo. Me atrevo a ofrecerles, hermanos y hermanas, un intento de recreación de la vivencia pascual que pudieron tener los primeros discípulos tratando -ésta es la osadía- de meterme en la piel de una de aquellas mujeres fuertes que supieron estar al pie de la cruz.

Me tomo, además, una segunda licencia: se trata de un relato y no de las habituales pautas para la homilía. Me anima a hacerlo pensar que estamos precisamente en Pascua, fiesta de la transgresión: el mismísimo Dios violando la ley que prohíbe tocar a un muerto. Me hago cargo de que ya no se lleva decir estas cosas -¡suena a mayo del 68!-, pero asumo el riesgo de pasar por un trasnochado.
 

Misa del Día

El Domingo de Pascua de Resurrección es por excelencia el día del Señor, porque el Señor por excelencia es el Señor Resucitado. En realidad es la única manera de ser del Señor en estos momentos, resucitado: su vida por Palestina, sus alegrías y dolores, su pasión, ya han terminado; su vida ahora es la del Resucitado, plenitud de vida humana, y, por supuesto, vida divina.

La resurrección no es sólo un acontecimiento que tuvo lugar en un momento dado, es una realidad que sigue presente, como presente en nuestra historia está el Resucitado. Resucitó, precisamente, para que no desapareciera de nuestra historia y se hubiera quedado exclusivamente en un agradable recuerdo. Resucitó para que no sólo tratáramos de imitar lo que sabíamos de él, sino para que le sintiéramos presente en nuestra vida, y buscáramos estar unidos a él: nadie busca estar unido a un cadáver aunque fuera de la persona más querida.

Por eso hoy no sólo celebramos que Cristo resucitó, sino que vive resucitado, presente entre nosotros, alentando nuestro caminar, y, especialmente, proclamando que también nosotros estamos llamados a la resurrección. Su resurrección es la proclamación no sólo de su victoria, sino también de la nuestra contra el mal y, en definitiva, contra la muerte.