Antiguo Testamento

El Antiguo Testamento es el tronco del que brotó el Evangelio. La Iglesia no partió de cero y Jesús la fundó sobre el pueblo de Israel y la religión judía.


La Iglesia no partió de cero. No nació de la nada, sino que Jesús la fundó sobre los cimientos del pueblo de Israel y la religión judía. Por eso el Antiguo Testamento es el «tronco» del que brotó el Evangelio. Así lo dice Jesús al final del Apocalipsis: «Yo soy el retoño y el descendiente de David» (Ap 22,16).

¿De qué nos habla el Antiguo Testamento?

Para entender mejor los orígenes de la espiritualidad cristiana, es importante conocer, aunque sea de un modo muy sintético, la historia de la espiritualidad del pueblo de Israel, la cual pasó por cuatro períodos fundamentales:

  1. Los tiempos legendarios del Génesis, marcados por la creación del mundo y los primeros contactos de Dios con el ser humano;
  2. La liberación de las doce tribus de Israel del poder opresor de Egipto, el éxodo por el desierto –donde las doce tribus se constituyen como pueblo de Dios– y el asentamiento en la Tierra Prometida;
  3. La época monárquica, marcada por la predicación de los profetas;
  4. El periodo posexílico, cuando el pueblo de Israel perdió su independencia política, y pasó a constituirse en un pueblo que, disperso por el mundo, tiene como vínculo de unidad e identidad su religión: el judaísmo. De este «tronco» nació la Iglesia.