Espiritualidad del fraile dominico

La espiritualidad del fraile a grandes rasgos

Fr. Julián de Cos Pérez de Camino O.P.

Cuando se habla de la espiritualidad de los frailes dominicos, es decir, de nuestro modo de relacionamos con Dios y de nuestra forma de vida religiosa, se suele hacer referencia a los cuatro pilares que compartimos junto a toda la Familia Dominicana: la oración, la comunidad, el estudio y la predicación. Pero también podemos hablar de otros elementos: la condición de “Orden mendicante”, el especial interés por la docencia en Sagrada Teología, la itinerancia, el sistema de gobierno democrático y la pluralidad, fruto de nuestro respeto por la personalidad de cada hermano.

Todos estos elementos, de cierta manera, muestran cómo seguimos a Jesucristo según el estilo que nació con santo Domingo y que fue desarrollado por sus hermanos en la Orden de Predicadores.

Mendicidad

Los dominicos nacimos a comienzos del siglo XIII, dentro del gran grupo de Órdenes conocidas como “mendicantes”. En esa época la Iglesia necesitaba una gran revitalización y una reorientación para adaptarse a los nuevos tiempos. La Iglesia de las grandes abadías en medio del campo, de párrocos incultos y Obispos feudales no era capaz de adaptarse a una Europa en la que las ciudades, las universidades y la burguesía cada vez tenían más importancia.

Si se quería que la Palabra de Dios llegase al corazón de las personas, ya no bastaba con la autoridad institucional, la nueva Europa reclamaba autoridad moral, y esa la daba la vida mendicante. Por eso santo Domingo quiso que asumiéramos en nuestra legislación los preceptos evangélicos de la predicación apostólica: “Jesús les ordenó que nada tomasen para el camino, fuera de un bastón: ni pan, ni alforja, ni calderilla en la faja…” (Mc 6,8).

En efecto, predicar con humildad y pobreza ayuda mucho a difundir el Evangelio. Pero santo Domingo no sólo quiso que viviéramos pobremente cuando íbamos de camino a predicar, sino también dentro de nuestras comunidades. La humildad que da el tener una vida austera purifica el corazón del predicador. No se puede predicar desde la prepotencia y la abundancia.

Y también la humildad nos ayuda a conocer la Verdad. Si pensamos que ya lo sabemos todo, si vamos de sobrados por la vida, difícilmente descubriremos lo que Dios nos está diciendo por medio de la gente, en lo que con tanto ahínco estudiamos o a través de nuestras experiencias de vida, incluyendo las heridas que acarrea todo proceso de crecimiento y madurez.

Pero a lo largo de nuestros ocho largos siglos de historia las circunstancias han cambiado mucho. Con ánimo de adaptarnos al tiempo en que vivimos, nuestro modo de vivir la pobreza ha cambiado. Ésta dejó de ser tan radical como en los primeros tiempos, pues se vio que generaba serios inconvenientes, por ejemplo: nuestra excesiva dependencia de los seglares. Ahora, más que vivir de la mendicidad, preferimos hacerlo de nuestro trabajo. Nuestras comunidades buscan vivir una vida austera dentro del contexto social en el que están inmersas. Y cada fraile, a su manera, busca estudiar con humildad y predicar desde el ejemplo.

Estudio

Además de llevar una vida ejemplar, santo Domingo sabía que era necesario predicar bien, y para ello hay que estudiar. Uno no puede aventurarse a predicar lo primero que se le viene a la cabeza, esperando que el Espíritu Santo le ilumine en ese momento. La historia demuestra con creces que se pueden decir muchas tonterías de ese modo, pues la voz de Dios puede ser confundida con otras muchas voces.

Los dominicos consideramos que el estudio es una gran fuente de inspiración divina. Para nosotros, estudiar es un ejercicio espiritual, es decir, un modo de acercarnos a Dios. Por ello santo Tomás de Aquino no nos anima simplemente a dar a conocer lo que hemos estudiado, sino a comunicar aquello que hemos contemplado. Los dominicos no nos limitamos a recitar públicamente lo que antes hemos memorizado. Hemos de predicar lo que hemos reflexionado, orado y profundizado.

Consideramos que la Verdad sale a nuestro encuentro y pone su morada entre nosotros. La Verdad existe y es Cristo conocido y reconocido en la experiencia eclesial. Una experiencia que tiene sus limitaciones, pero también sus mediaciones. El Magisterio actualiza la Verdad que continúa dialogando con su pueblo.

Cuando uno busca humildemente la Verdad con un corazón limpio y puro, la encuentra, y la disfruta interiormente, y la profundiza, y la hace suya. Y así el estudio nos guía por el camino de la conversión. Y con un corazón lleno de la Verdad que se ha estudiado e interiorizado, es posible caminar hacia Dios sin peligro a confundirnos de senda. Y ello lo hacemos movidos por el amor, que es la dimensión humana que, sin lugar a dudas, más nos acerca a Él. Pero el amor sin la guía de una inteligencia bien formada puede fácilmente desviarse y alejarse de su destino. Por ello el estudio nos ayuda a guiar nuestro corazón hacia una profunda experiencia de Dios.

Pero estudiar es también un arduo camino ascético. Qué duro resulta investigar áridos temas en los que la Verdad se esconde entre profundos vericuetos y enrevesadas ideas. Horas y horas delante de un libro antiguo o tecleando un ordenador, intentando sacar algo en limpio. Y pensamos: “¿Pero merece la pena?”. Pues sí, aunque dejemos en ello la vida, la más mínima gota de Verdad puede calmar la sed de Dios en los que escucharán en la iglesia nuestra predicación, o en la clase de Teología nuestra enseñanza.

Docencia

Nuestro gran empeño en el estudio de la Teología está íntimamente ligado a la docencia. Algunos hermanos tienen la responsabilidad de ayudar a otros a estudiar Teología. Por eso la Orden de Predicadores cuenta desde sus inicios con grandes maestros en esta rama del saber.
Obviamente, no nos limitamos a estudiar Teología. Hay dominicos expertos en otras muchas disciplinas. Pero podríamos decir que ésta es nuestra especialidad, aquello en lo que ponemos un especial interés. Aunque la mayoría de los dominicos no acaban siendo profesores, pues, entre otras razones, nuestra misión es mucho más amplia que la docencia, en nuestra formación se nos prepara para ser “teólogos”, es decir, conocedores de la ciencia de la Sagrada Teología.

La docencia en esta materia tiene algo muy especial que la diferencia de cualquier otra: su carácter sagrado. Cuando damos clases de Teología no trasmitimos solamente un saber humano, sino sobre todo un saber divino. Somos trasmisores de lo que Dios ha revelado a los seres humanos. Y todo eso determina mucho nuestra experiencia espiritual. Una experiencia que, de un modo u otro, sale a relucir en nuestra docencia.

El buen profesor de Teología ha de intentar ser un buen conocedor de Dios no sólo con la inteligencia, sino sobre todo con el corazón. Es necesario que sea un hombre de oración. Alguien entregado en cuerpo y alma a Dios.

Predicación

En la época de santo Domingo sólo predicaban los Obispos y algunos sacerdotes colaboradores suyos a los que se les había encomendado esta tarea. Por ello el Evangelio a penas llegaba al pueblo y era muy fácil a los opositores de la Iglesia difundir su dañino mensaje. En este contexto, santo Domingo vio necesario constituir una comunidad de sacerdotes especializados en la tarea de predicar, viviendo según la forma de vida de los Apóstoles. A esta comunidad la llamó “Orden de Predicadores”.

La predicación es la médula de nuestro seguimiento de Cristo. Nuestro modo de ser religiosos está muy marcado por la misión de predicar. Desde el prenoviciado se nos forma intelectual y espiritualmente para ello. Estudiamos pensando en cómo proclamar el mensaje cristiano de tal forma que éste llegue al corazón del que nos escucha. Cuando oramos, dejamos que la Palabra que vamos a predicar de haga presente dentro de nosotros.

La predicación es muy importante. Desde nuestros orígenes se permite a los priores dispensar de algunas obligaciones a sus hermanos, no solamente cuando estos están enfermos, como ya hacían los monjes, sino también para poder ejercer la tarea de la predicación o para prepararse para dicha tarea.

Sabemos que una buena homilía puede cambiar la vida de los que nos escuchan, pues por medio de ella Dios actúa con su gracia. Por ello los dominicos tenemos por norma preparar bien nuestras homilías: estudiando, reflexionando y orando. También es importante emplear una apropiada técnica oratoria. En efecto, movidos por la compasión, debemos hacer todo lo que podamos para la “salvación de las almas”.

La buena homilía sale del corazón. Predicar es un acto espiritual. Mientras predicamos sentimos que Dios actúa dentro de nosotros. Predicar nos acerca a la fuente de la Palabra y nos hace trasmisores de ella.

Comunidad

Los frailes dominicos necesitamos vivir junto a otros hermanos. Cuando tenemos que vivir solos se nos hace duro. Y no es que no nos guste la soledad, pues la experimentamos en nuestro trabajo en la celda, sino que echamos de menos los actos comunitarios: la oración coral, las comidas y la “recreación” –es decir, el tiempo que pasamos junto a los hermanos después de comer, mientras tomamos un café y charlamos distendidamente–. Nos gusta encontrarnos con un hermano por el pasillo aunque no sea más que para saludarle.

Somos grupales. Pertenecemos a una comunidad. Y cuando salimos a predicar sabemos que ella comparte nuestra misión. Desde el convento se reza por nosotros. Y a nuestro regreso, durante la comida o en la recreación, contamos las anécdotas que nos han pasado y hacemos partícipes a nuestros hermanos de nuestra labor.

Aunque no compartamos muchas veces el modo de pensar o la forma de ser de nuestros hermanos de comunidad, los dominicos nos esforzamos por tener comunitariamente un solo corazón y un mismo sentir. Juntos seguimos a Jesús. Nuestra vida fraterna da testimonio del Reino predicado por Él. La comunidad dominicana, en cuanto tal, es predicadora.

Itinerancia

Cuando hablamos de predicación, solemos pensar en que la gente venga a nuestras iglesias a escucharnos. Y, ciertamente, eso es lo más normal. Pero esa no era la idea que tenía santo Domingo de la predicación. Él quería que sus frailes saliesen de sus conventos para predicar la Palabra de Dios por pueblos y ciudades. No quería que se limitasen a esperar a que la gente fuese a ellos.

Y esa ha sido la predicación típica de los dominicos durante siglos. Si bien nuestros conventos suelen estar situados en importantes núcleos urbanos y destacan por sus grandes iglesias de predicación, pensadas para los lugareños, los frailes predicadores salían para recorrer lejanas y extensas comarcas durante semanas o meses: durmiendo casi todos los días en lugares diferentes, comiendo de lo que les ofrecían por los pueblos y viviendo en ocasiones de la limosna.

Actualmente la movilidad sigue siendo muy importante en nuestra vida. El dominico sabe muy bien cómo es una estación de tren. Está acostumbrado a estudiar en los aeropuertos, mientras espera la salida de un avión que le llevará a otro continente, o a rezar en el autobús que ha tomado para ir a dar un retiro en una casa de ejercicios.

Si bien es fundamental para nosotros la vida conventual: de oración, estudio y fraternidad, también lo es la vida itinerante: de encuentro con otras personas, con otras culturas, con otras realidades. Pues ahí está Dios esperándonos y ahí quiere Dios que le demos a conocer.

Pluralidad

Hace ya unos cuantos años, cuando me acerqué por primera vez a un convento con la duda de si Dios quería que yo fuese dominico, el fraile que me atendió me explicó de este modo cómo está estructurada la Orden de Predicadores: “Mira, a nivel mundial, la Orden está compuesta de provincias, y cada provincia es diferente, pues cada una tiene su propia personalidad. Una provincia está dividida en comunidades, y cada comunidad es diferente, pues tiene su propia personalidad. Y cada comunidad está compuesta por frailes, y cada fraile es diferente…, pues cada uno de nosotros tenemos nuestra propia personalidad”.

Mientras otros Institutos religiosos consideran que hay que buscar la homogeneidad entre sus miembros y sus comunidades, la Orden de Predicadores prefiere la pluralidad. Y el motivo es muy sencillo: tenemos un profundo respeto a la personalidad y al fuero interno de la persona. Confiamos en que Dios, por medio de múltiples mediaciones, sabrá guiar a cada hermano por el camino más conveniente.

Y el gobierno de un grupo tan heterogéneo como somos los dominicos sólo es posible por medio de la democracia, en la que los hermanos ponemos en común nuestros diferentes modos de pensar y de ver la vida. El capítulo –conventual, provincial o general– es la clave de nuestra cohesión en medio de tanta diversidad.

Llama la atención la gran cantidad de santos y personajes históricos que ha “producido” la Orden de Predicadores a lo largo de su historia. A menudo son más conocidos que nuestro fundador, santo Domingo. Una Orden como la nuestra, no excesivamente centrada en su fundador, tiende a ser plural, y la pluralidad permite que haya frailes que despunten.

Democracia

Cuando santo Domingo fundó la Orden tenía un poder muy grande sobre sus frailes. Todos le profesan obediencia a él, no al prior de su convento, como hacen los monjes con el abad de su monasterio. Pero se dio cuenta de que no tiene ningún sentido rodearse de frailes maduros y bien formados, para después tratarles como a niños. Por ello, en el primer Capítulo General, celebrado en Bolonia en 1220, santo Domingo decide dar todo el poder legislativo a la asamblea de los frailes allí reunidos, pasando él a ser un fraile más. Y el poder ejecutivo lo empleó para hacer cumplir lo decidido por el capítulo.

En efecto, desde sus inicios, la Orden de Predicadores es el Instituto religioso más democrático de la Iglesia. En cada comunidad, en cada provincia y a nivel de toda la Orden, las decisiones importantes las toman los frailes reunidos en capítulo. Y después los priores, los provinciales y el Maestro de la Orden han de acatar y hacer cumplir lo decidido en común. Todos los cargos que tienen algún poder ejecutivo o legislativo son elegidos democráticamente por sus hermanos.

El gobierno democrático conlleva una espiritualidad muy especial. Los dominicos creemos firmemente en el discernimiento comunitario: justos buscamos la voluntad de Dios. Por ello nuestros capítulos comienzan siempre con una oración. Cuando nos reunimos en capítulo para decidir en común lo que a todos atañe, sabemos que el Espíritu Santo nos inspira.

Todos los frailes que ocupan cargos de gobierno tienen muy presente que han sido elegidos por sus hermanos y que al acabar su mandato pasaran a ser de nuevo uno más en la comunidad. La democracia da una gran “horizontalidad” y cohesión, haciéndonos sentir iguales unos a otros. La Orden dominicana no destaca por ser de “ordeno y mando” sino de “diálogo y corresponsabilidad”.

Oración

La oración en la Orden de Predicadores es muy variada. Pero, ciertamente, hay dos ámbitos de oración en los que coincidimos los dominicos: el estudio y la liturgia. La celebración de la Eucaristía es especialmente importante, como lo es para toda la Iglesia.

La oración comunitaria depende mucho de la personalidad de la comunidad. Si bien santo Domingo quiso que fuese sencilla y breve para poder tener tiempo para estudiar, predicar o desempeñar otros quehaceres importantes, hay conventos en los que la oración comunitaria es bastante elaborada, con canto a varias voces, incienso, ornamentos, etc., y otros en los que es tremendamente sencilla y escueta. Y aunque se suele orar en la capilla, podemos encontrar comunidades que lo hacen en el jardín, en la sala de recreación, o en otro espacio común.

Pero es en la oración personal donde encontramos más diferentes matices. Unos, por ejemplo, oran en su celda, otros dando un paseo por la ciudad o por el jardín del convento, otros mientras van de viaje y otros en la capilla. Y hay quienes oran en todos esos lugares, y en otros muchos más. Así mismo, hay frailes que tienen una oración muy afectiva, otros más racional, hay a quienes les gusta usar su imaginación, y también quienes la intentan acallar para orar en “silencio”.

Esta variedad de rezos personales tiene un claro motivo: santo Domingo no marcó una metodología concreta para orar. Prefirió que cada fraile se las entendiera libremente con Dios. Tanto es así que, aunque parezca inaudito, santo Domingo ocultó a sus hermanos su propia oración personal, sus “nueve modos de orar”. Los conocemos porque hubo hermanos –y hermanas– que le espiaron por las noches en la capilla. Santo Domingo era muy celoso en el respeto a la libertad interior de sus hermanos. Tenía muy claro que cada persona tiene su propio camino espiritual, y ese lo determina el Espíritu Santo.

Es dentro de esta libertad donde debemos encajar el rezo del Rosario, tan ligado a los dominicos y que tanto nos hemos esforzado en extender por el mundo entero. El Rosario es rezado comunitariamente por algunos frailes y en soledad por otros. Pero nuestra devoción mariana no se circunscribe únicamente a él, y puede tomar también otras formas. Lo importante para nosotros es estar cerca de nuestra querida Madre, la Virgen María.

A continuación pasamos a desarrollar cada uno de estos puntos: