Lun
13
Abr
2009
Id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán

Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 2, 14. 22-33

El día de Pentecostés, Pedro, poniéndose en pie junto con los Once, levantó su voz y con toda solemnidad declaró:

«Judíos y vecinos todos de Jerusalén, enteraos bien y escuchad atentamente mis palabras. Israelitas, escuchad estas palabras: a Jesús el Nazareno, varón acreditado por Dios ante vosotros con milagros, prodigios y signos que Dios realizó por medio de él, como vosotros sabéis, a este, entregado conforme el plan que Dios tenía establecido y provisto, lo matasteis, clavándolo a una cruz por manos de hombres inicuos. Pero Dios lo resucitó, librándolo de los dolores de la muerte, por cuanto no era posible que esta lo retuviera bajo su dominio, pues David dice, refiriéndose a el:

“Veía siempre al Señor delante de mí,
pues está a mi derecha para que no vacile.
Por eso se me alegró el corazón,
exultó mi lengua,
y hasta mi carne descansará esperanzada.
Porque no me abandonarás en el lugar de los muertos,
ni dejarás que tu Santo experimente corrupción.
Me has enseñado senderos de vida,
me saciarás de gozo con tu rostro”.

Hermanos, permitidme hablaros con franqueza: el patriarca David murió y lo enterraron, y su sepulcro está entre nosotros hasta el día de hoy. Pero como era profeta y sabía que Dios “le había jurado con juramento sentar en su trono a un descendiente suyo, previéndolo, habló de la resurrección del Mesías cuando dijo que “no lo abandonará en el lugar de los muertos” y que “su carne no experimentará corrupción”.

A este Jesús lo resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Exaltado, pues, por la diestra de Dios y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, lo he derramado. Esto es lo que estáis viendo y oyendo».

Salmo de hoy

Salmo 15, 1b-2a y 5. 7-8. 9-10. 11 R/. Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.
Yo digo al Señor: «Tú eres mi Dios».
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa,
mi suerte está en tu mano. R/.

Bendeciré al Señor que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré. R/.

Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa esperanzada.
Porque no me abandonarás en la región de los muertos
ni dejarás a tu fiel ver la corrupción. R/.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Mateo 28, 8-15

En aquel tiempo, las mujeres se marcharon a toda prisa del sepulcro; llenas de miedo y de alegría corrieron a anunciarlo a los discípulos.

De pronto, Jesús salió al encuentro y les dijo:
«Alegraos».

Ellas se acercaron, le abrazaron los pies y se postraron ante él.

Jesús les dijo:
«No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán».

Mientras las mujeres iban de camino, algunos de la guardia fueron a la ciudad y comunicaron a los sumos sacerdotes todo lo ocurrido. Ellos, reunidos con los ancianos, llegaron a un acuerdo y dieron a los soldados una fuerte suma, encargándoles:
«Decid que sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras vosotros dormíais. Y si esto llega a oídos del gobernados, nosotros nos lo ganaremos y os sacaremos de apuros».

Ellos tomaron el dinero y obraron conforme a las instrucciones. Y esta historia se ha ido difundiendo entre los judíos hasta hoy.

Reflexión del Evangelio de hoy

Los relatos de las apariciones, si tenemos en cuento a los de los  cuatro evangelistas, no tienen una secuencia temporal ni exigen un mismo lugar. Lo importante es que manifiestan la experiencia profunda de sentir a Cristo resucitado. Es ante todo una cuestión de sensibilidad, de ver no tanto por los ojos de la cara, sino por los ojos de la fe y el amor. Y en eso las mujeres estaban más adelantadas que los varones. Ellas tuvieron antes que ellos la convicción del triunfo del amigo, de Jesús. Su misión fue comunicar el mensaje esencial de la fe a los discípulos. Sabían que, como mujeres que eran, no iban a ser creídas. Jesús tuvo que manifestarse directamente a los discípulos para que dieran fe a lo que ellas había ya anunciado. Qué las lleva al sepulcro, si no es el amor, el querer estar cerca del amigo Maestro. Por eso recibieron el premio de saberle, sentirle resucitado. Alegría honda de experimentar que Jesús seguía vivo, de modo distinto, pero vivo. Y como tal presente. La muerte no había sido el final. Las lágrimas ante el crucificado se convierten en la alegría ante el resucitado. La historia de Jesús terminaba bien. No habían amado a un muerto, sino que seguían amando a un vivo.

Difícil era para Pedro proclamar la resurrección del crucificado. Busca argumentos en el episodio, figuras y dichos del Antiguo Testamento, que sus oyentes, israelitas conocían bien. No serían muy convincentes. Fue su propia convicción, su entusiasmo por la persona de Jesús, la convicción de que la muerte no fue punto final, sino paso a la vida, lo que fue arrastrando –con la intervención del Espíritu Santo –  a muchos a la fe en el Resucitado.

Nuestra Pascua ha de apoyarse en el entusiasmo por la figura de Jesús. La celebramos cuando descubrimos su presencia en nuestra vida. Cuando nos lo encontramos en el caminar diario. Y ello supera el vació del sepulcro, el vacío de la vida sin esperanza, para exhalar la alegría de la presencia del amado. Y proclamarlo con tanta sencillez como entusiasmo.