Sáb
19
Dic
2009

Evangelio del día

Tercera semana de Adviento

Mira, eres estéril…pero concebirás y darás a luz un hijo…el niño comenzará a salvar a Israel.

Primera lectura

Lectura del libro de los Jueces 13, 2-7. 24-25a

En aquellos días, había en Sorá un hombre de estirpe danita, llamado Manoj. Su esposa era estéril y no tenía hijos.
El ángel del Señor se apareció a la mujer y le dijo:
«Eres estéril y no has engendrado. Pero concebirás y darás a luz un hijo. Ahora guárdate de beber vino o licor, y no comas nada impuro, pues concebirás y darás a luz un hijo. La navaja no pasará por su cabeza, porque el niño será un nazir de Dios desde el seno materno. Él comenzará a salvar a Israel de la mano de los filisteos».
La mujer dijo al esposo:
«Ha venido a verme un hombre de Dios. Su semblante era como el semblante de un ángel de Dios, muy terrible. No le pregunté de dónde era, ni me dio a conocer su nombre. Me dijo: “He aquí que concebirás y darás a luz un hijo. Ahora, pues, no bebas vino o licor, y no comas nada impuro; porque el niño será nazir de Dios desde el seno materno hasta el día de su muerte”».
La mujer dio a luz un hijo, al que puso de nombre Sansón. El niño creció, y el Señor lo bendijo. El espíritu del Señor comenzó a agitarlo.

Salmo de hoy

Salmo 70,3-4a.5-6ab.16-17 R/. Que mi boca esté llena de tu alabanza y cante tu gloria

Sé tú mi roca de refugio,
el alcázar donde me salve,
porque mi peña y mi alcázar eres tú.
Dios mío, líbrame de la mano perversa. R/.

Porque tú, Señor, fuiste mi esperanza
y mi confianza, Señor, desde mi juventud.
En el vientre materno ya me apoyaba en ti,
en el seno tú me sostenías. R/.

Contaré tus proezas, Señor mío;
narraré tu justicia, tuya entera.
Dios mío, me instruiste desde mi juventud,
y hasta hoy relato tus maravillas. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Lucas 1, 5-25

En los días de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote de nombre Zacarías, del turno de Abías, casado con una descendiente de Aarón, cuyo nombre era Isabel.
Los dos eran justos ante Dios, y caminaban sin falta según los mandamientos y leyes del Señor. No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos eran de edad avanzada.
Una vez que Zacarías oficiaba delante de Dios con el grupo de su turno, según la costumbre de los sacerdotes, le tocó en suerte a él entrar en el santuario del Señor a ofrecer el incienso; la muchedumbre del pueblo estaba fuera rezando durante la ofrenda del incienso.
Y se le apareció el ángel del Señor, de pie a la derecha del altar del incienso. Al verlo, Zacarías se sobresaltó y quedó sobrecogido de temor.
Pero el ángel le dijo:
«No temas, Zacarías, porque tu ruego ha sido escuchado: tu mujer Isabel te dará un hijo, y le pondrás por nombre Juan. Te llenarás de alegría y gozo, y muchos se alegrarán de su nacimiento. Pues será grande a los ojos del Señor: no beberá vino ni licor; estará lleno del Espíritu Santo ya en el vientre materno, y convertirá muchos hijos de Israel al Señor, su Dios. Irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, “para convertir los corazones de los padres hacia los hijos”, y a los desobedientes, a la sensatez de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto».
Zacarías replicó al ángel:
«¿Cómo estaré seguro de eso? Porque yo soy viejo, y mi mujer es de edad avanzada».
Respondiendo el ángel, le dijo:
«Yo soy Gabriel, que sirvo en presencia de Dios; he sido enviado para hablarte y comunicarte esta buena noticia. Pero te quedarás mudo, sin poder hablar, hasta el día en que esto suceda, porque no has dado fe a mis palabras, que se cumplirán en su momento oportuno».
El pueblo, que estaba aguardando a Zacarías, se sorprendía de que tardase tanto en el santuario. Al salir no podía hablarles, y ellos comprendieron que había tenido una visión en el santuario. Él les hablaba por señas, porque seguía mudo.
Al cumplirse los días de su servicio en el templo, volvió a casa. Días después concibió Isabel, su mujer, y estuvo sin salir de casa cinco meses, diciendo:
«Esto es lo que ha hecho por mí el Señor, cuando se ha fijado en mí para quitar mi oprobio ante la gente».

Reflexión del Evangelio de hoy

Dos anunciaciones nos ofrece la Palabra de Dios en el día de hoy, la de Sansón y la de Juan. Dos anunciaciones que preceden al gran nacimiento que esperamos celebrar en apenas unos días, el del Señor Jesús, el del hijo de Dios.

    Las páginas de la Biblia están salpicadas de nacimientos similares a los que nos narra hoy la palabra: personas de una gran trascendencia para el pueblo de Israel que proceden de padres ancianos o estériles, de personas que habían perdido la esperanza de engendrar. No es extraño, por tanto, que algunos desconfíen de los anuncios de los mensajeros de Dios; a Sara, la mujer de Abrahán, le da un ataque de risa, y Zacarías tampoco las tiene todas consigo, actitud que le cuesta nueve meses de mudez.

    Isaac, Esaú, Jacob, José y Benjamín, Sansón, Juan… y otros tantos referentes para el pueblo creyente, provienen de madres y padres que eran estériles; es decir, de personas de las que poco podía esperarse de ellas; de gentes que no pertenecían a ninguna élite que asegurara la nobleza y la valía.

    Una vez más, Dios desconcierta al género humano al contar para sus mejores planes con personas que presentan dificultades, o que se manifiestan con pocas capacidades. Dios saca agua de la aridez y fuerza de lo débil.

    La enseñanza que todos podamos sacar hoy quizá tenga que ver con eso, con las capacidades con las que contamos cada uno de nosotros. Cuántas veces nos sentimos inservibles e incapaces de aventurarnos con lo que Dios nos propone. Siempre hay otros que son más habilidosos o que están más capacitados que nosotros.

    Dios no nos llama a construir el Reino porque seamos los mejores, ni tampoco porque poseamos increíbles dotes para tal empresa. No se trata de tener una brillante carta de presentación que nos habilite para la humanización del mundo en el que vivimos. Quizá se trate, más bien, que Dios quiere de nosotros ese poco que podemos dar, esa humilde disposición con la que contamos y esas pequeñas habilidades que podemos poner en marcha. Con muy pocos ingredientes Dios pone en pie el mejor banquete del mundo.

    La navidad que se nos avecina no deja de ser una lección de humildad para todos nosotros: Jesús nace en las peores condiciones posibles y es ahí, y no en otro lado, donde resplandece la mayor gloria de Dios. Benditos nuestros humildes proyectos, benditas nuestras mínimas capacidades, benditos nuestros pequeños compromisos. Bendito lo que somos si es que Dios quiere anidar ahí.