Sáb
25
Dic
2010

Homilía Natividad del Señor. Misa del día

La Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

  • Romped a cantar, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo

 Isaías entrevé la llegada del Mesías como la gran ocasión de consuelo. La alegría de la Navidad no puede ser para los cristianos algo ocasional, circunstancial, sino una actitud profunda ante la vida. No recordamos sólo que Dios vino, lo que celebramos es que sigue viniendo y que, pese a las crisis colectivas e íntimas, Él encamina nuestra historia hacia el bien.

Por eso nos conforta y alegra el grito del profeta: “¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la victoria”. Son los pies del profeta, los del Mesías, y también los nuestros, los de sus amigos y seguidores.

La Navidad nos invita a renovar también nosotros la amistad con nuestro mundo para anunciarle la paz, la buena nueva, la esperanza en la victoria de nuestro Dios.

  •   En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente. Ahora nos ha hablado por el Hijo.

Los humanos nunca hemos estado del todo solos. En nuestros mejores sueños y en nuestras más nobles iniciativas estaba con nosotros la voz de Dios, su Palabra, resaltada por los profetas de todos los tiempos.

Pero la Navidad nos recuerda que Dios nos habla a través de la humanidad de Jesús. Su ternura y cercanía, su predilección por los débiles, su apuesta por los más pobres, nos revela los sentimientos del Padre y sus apuestas reiteradas por un futuro mejor. Con la Navidad ha llegado el Reino, que Navidad tras Navidad, seguimos esperando que se haga más fuerte hasta que llegue a su plenitud.

  •   El mundo, traspasado por la Palabra

Nuestra civilización nos ha acostumbrado a ver el mundo como un simple depósito de bienes para nuestro bienestar. Un simple problema de cálculo para que los recursos no se agoten. Un problema que hoy no es tan simple porque en esos cálculos no siempre se tienen en cuenta las necesidades y los anhelos de las personas y los pueblos empobrecidos. Por eso no acaban de despejarse las tinieblas de nuestra historia. Por eso, para muchos, sigue sin haber Navidad.

Pero el mundo, además de un problema es un misterio. Y un misterio cuya densidad es radicalmente innombrable por nuestra razón y sus criaturas: la ciencia, la técnica, las máquinas. Nuestra cultura ensoberbecida necesita, para ser más humana, la sencillez del Niño de Belén.

El evangelio de Juan presenta el misterio del mundo como obra de la Palabra, “sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho”. Esto hace que el mundo tenga sentido, que sea un espacio para la vida y una promesa de valores nuevos para los humanos.

  • Vino al mundo, pero el mundo no la conoció; vino a su casa y los suyos no la recibieron

En la ambigüedad del progreso se muestra el drama de nuestra propia ambigüedad y de la ambigüedad de nuestro mundo: visitado pero no siempre acogedor.

¿Qué nos impide acogerle? ¿Qué temores nos cierran ante Él? Con su presencia nada humano se disuelve o se pierde. No es nuestro enemigo, sino nuestro cómplice. Se ha hecho uno de nosotros no para sorprendernos, sino para comprendernos.

La Navidad es la llegada de un Dios que se hace carne. Es un Dios que desconcierta, porque no se muestra como poder incontestable sino como debilidad, un Dios que no se prodiga en prodigios, sino en sencillez, un Dios que no arrastra, sino que se ofrece como compañero si queremos ir con Él.

Navidad: profunda solidaridad de Dios con todas las personas, con tal de que la recibamos y que le demos la oportunidad de seguir acampando entre nosotros.