Lun
14
May
2012

Evangelio del día

Sexta Semana de Pascua

No sois vosotros los que me habéis elegido; soy yo quien os he elegido

San Matías

San Matías

Se le considerá un don del Espíritu a la Iglesia de Jesús para llenar el puesto que había sido dejado vacío por Judas. Es el apóstol acogido por la oración de la comunidad y destinado a integrarla de forma viva y activa. Ha de vivir la dinámica del seguimiento de jesús y ser testigo de su resurrección.

Apóstol (siglo I)

Su nombre es una abreviación de Matatías, que vendría a significar «don de Yahvé». Se puede decir que, por esta vez, el nombre de la persona responde plenamente a su historia personal y social, San Matías es un don del Espíritu a la Iglesia de Jesús para llenar el puesto que había sido dejado vacío por Judas Iscariote (cf. Mt 27, 3-10) en el colegio de los apóstoles de Jesús.

El libro de los Hechos de los Apóstoles nos refiere cómo después de la Ascensión, Pedro reunió al pequeño grupo de los discípulos para que eligieran a un suplente del traidor (cf. Hch 1, 15-26). Judas, en efecto, había ido a acabar con su vida en el campo que había comprado «con el precio de su iniquidad». Un campo que desde entonces se llamaría Haqueldamá, es decir, «Campo de Sangre».

El candidato habría de ser uno que hubiera «seguido» a Jesús durante el ministerio de su vida pública y precisamente desde el bautismo de Juan y hasta el día en que había sido llevado de entre los suyos. El seguimiento era la categoría fundamental del discipulado y se convierte, en consecuencia, en la condición indispensable para ocupar el puesto ahora vacío.

Por otra parte, el discurso de Simón Pedro deja bien claro que el elegido ha de ser un «testigo» de la resurrección del Señor. De este modo, Matías se convierte en el paradigma de todo apóstol de Jesucristo. El seguimiento del Maestro y el testimonio de su vida resucitada han de ser las claves para el discernimiento de todo apostolado, a través de los siglos.
Los ciento veinte «hermanos», con que contaba la Iglesia naciente de Jerusalén, presentaron a dos candidatos. Uno de ellos, José, llamado Barsabás o «hijo de Sabas», era también conocido con el apelativo de «el Justo». El otro era Matías, del cual no se nos ofrece ningún dato biográfico.

La elección tiene lugar tras una oración comunitaria, que el texto resume para los futuros lectores:  «Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muéstranos a cuál de estos dos has elegido, para ocupar en el ministerio del apostolado el puesto del que Judas desertó para irse a donde le correspondía» (Hch 1, 24-25).

Por otra parte y como era habitual, la elección se realiza por medio de la apelación a la suerte: echaron suertes, bajo la guía del Espíritu. Contra todos los pronósticos, el designado por la suerte no es «el Justo», sino el otro. El episodio, aparentemente anecdótico, se ha convertido en lección y categoría para la Iglesia. Como se ve a través de tantos relatos bíblicos, los juicios de Dios no siempre coinciden con los juicios humanos. Efectivamente, Dios conoce los corazones. Una vez más, es elegido el que parece menos apropiado según la prudencia humana.

La Liturgia de las Horas nos ofrece en el día de hoy algunos pasajes tomados de una homilía de San Juan Crisóstomo sobre el libro de los Hechos de los Apóstoles, en la que se comenta precisamente la elección de San Matías, siguiendo paso a paso el texto bíblico:

«Hermanos, tenemos que elegir de entre nosotros. Acepta el parecer de los reunidos, y al mismo tiempo honra a los que son elegidos, e impide la envidia que se podía insinuar. ¿No tenía Pedro facultad para elegir a quienes quisiera? La tenía, sin duda, pero se abstiene de usarla, para no dar la impresión de que obra por favoritismo. Por otra parte, Pedro aún no había recibido el Espíritu Santo.

«Propusieron —dice el texto sagrado— dos nombres: José, apellidado Barsabá, de sobrenombre Justo, y Matías. No es Pedro quien propone los candidatos, sino todos los asistentes. Lo que sí hace Pedro es recordar la profecía, dando a entender que la elección no es cosa suya. Su oficio es el de intérprete, no el de quien impone un precepto.»
Más adelante, el Crisóstomo se fija en la exigencia de que el elegido ha de ser testigo de la resurrección de Jesús, y comenta: -No dice: Testigo de las demás cosas, sino Testigo de la resurrección de Jesús. Pues merecía mayor fe quien podía decir: "El que comía, bebía y fue crucificado, este mismo ha resucitado". No era necesario ser testigo del período anterior ni del siguiente, ni de los milagros, sino sólo de la resurrección. Pues aquellos otros hechos habían sido públicos y manifiestos; en cambio, la resurrección se había verificado en secreto y sólo estos testigos la conocían».
San Juan Crisóstomo no deja de subrayar el papel que la oración de los reunidos juega ante el momento decisivo de la elección: -No dicen: elige; sino: muéstranos a cuál has elegido, pues saben que todo ha sido prefijado por Dios».

Nada más sabemos sobre el origen, sobre el ministerio o sobre las circunstancias de la muerte de Matías. Eusebio de Cesarea, en su Historia Eclesiástica (siglo IV), asegura que Matías fue uno de aquellos 70 ó 72 discípulos que Jesús envió en una primera misión evangélica. Una leyenda lo hace natural de Belén y otra tradición, que carece de fundamento sólido, identificó a San Matías con Zaqueo.

Incluso sobre sus reliquias ha existido un contencioso histórico. pues han sido reivindicadas por la basílica de Santa María de Tréveris, adonde habrían sido llevadas por Santa Elena, y por la de Santa María la Mayor, de Roma, en la que se encuentra un mosaico de finales del siglo XIII que representa la predicación de este apóstol.

De todas formas, el apóstol san Matías es para los cristianos una especie de icono del apóstol de Jesucristo. Como él, el cristiano se sabe elegido gratuitamente por el Dios que conoce la interioridad de las personas. Como él, ha de vivir la dinámica del seguimiento de jesús y ser testigo de su resurrección. Como él, es acogido por la oración de la comunidad y destinado a integrarla de forma viva y activa. Como a San Matías, a todo cristiano es confiado el tesoro del Evangelio para que lo difunda por el mundo.

José-Román Flecha Andrés

Texto tomado de: Martínez Puche, José A. (director),
Colección Nuevo Año Cristiano de EDIBESA.