Dom
21
Feb
2010

Homilía Primer Domingo de Cuaresma

Año litúrgico 2009 - 2010 - (Ciclo C)

Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo.

Introducción

Un año más, al iniciar el tiempo litúrgico de la Cuaresma, hemos escuchado la exhortación que acompaña al gesto de la imposición de la ceniza: “Conviértete y cree en el Evangelio”. Quizás podamos dudar de la eficacia de estas palabras al experimentar que la “metanoia”, la conversión de la mente y el corazón a la que aspiramos, no llega.

¿No nos habremos equivocado en muchas ocasiones, al poner el acento en nuestro protagonismo y al concebir la conversión como obra nuestra, fruto de nuestro esfuerzo, de nuestros meritos y de nuestras penitencias? Convertirnos, dar la vuelta, cambiar de dirección, implica cambiar de óptica y reconocer que el autentico protagonista es Dios. Él es quien nos busca y nos atrae con lazos de amor para que volvamos a él en una entrega filial y confiada en su toda bondad y misericordia.

Jesús, lleno del Espíritu Santo y llevado por él por el desierto, orienta nuestra marcha. Ante la tentación de afirmarse en un mesianismo triunfalista como le sugiere el diablo, Jesús manifiesta claramente y sin rodeos la opción radical de permanecer fiel al proyecto del Padre en su vida. Su confesión de fe se apoya en la Palabra de Dios y en ella encuentra la fuerza para resistir a las asechanzas del maligno.   

Las otras dos lecturas de este domingo insisten también en la confesión de fe, que se expresa y se explicita a través de las palabras y de las actitudes vitales. En el libro del Deuteronomio, Moisés pide al pueblo de Israel que ofrezca las primicias de sus frutos a Dios, de quien recibe todo bien, y que proclame su fe, recordando la presencia liberadora y salvadora del Señor en su historia. En la epístola a los creyentes de la comunidad de Roma, el apóstol Pablo les impulsa a confesar con los labios y el corazón el mensaje cristiano de la fe: “Jesús es el Señor”, para llegar así  a la justicia y a la salvación.

El mismo Espíritu que movió a Jesús, que llenó de fuerza y valentía a los primeros discípulos y discípulas del Resucitado para confesar su fe, incluso hasta entregar su vida con el martirio, sigue conduciendo hoy a la comunidad de los creyentes. En él hallaremos el aliento para recorrer gozosamente el camino que nos conduce hacia la Pascua.