Dom
14
Feb
2010

Homilía Sexto Domingo del Tiempo Ordinario

Año litúrgico 2009 - 2010 - (Ciclo C)

Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza.

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

Generalmente, siempre que nos enfrentamos a explicar alguna cuestión, tenemos dos maneras de proceder: desde lo universal a lo concreto (deducción) y de lo concreto a lo universal (inducción).

En este Domingo, las pautas que os propongo van enfocadas a partir desde lo universal a lo concreto. Para ello iremos desde la carta de Pablo a los cristianos de Corinto hasta la lectura del profeta Jeremías y el Evangelio de Lucas.

  • La Resurrección de Jesucristo

La comunidad de Corinto, como las nuestras de hoy en día, se encontraba inmersa en 1000 problemas. Uno de ellos es que había varios miembros de la comunidad que rechazan la Resurrección de Jesucristo. Evidentemente, la disputa estaba servida. La comunidad acudió a su “fundador”, a su “pastor” particular: Pablo. Pablo, sin miedo alguno, toma el problema en sus manos y afirma con rotundidad: Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido. Es decir, todo pende de la Resurrección en Jesucristo, porque sino: ¿Qué sentido tiene que ser cristiano? ¡Ninguno!

La Resurrección de Jesús es, pues, la palabra definitiva, la última palabra. La Vida siempre es la que tiene la primacía sobre cualquier acto en nuestra vida.

Por ello, si Cristo no ha resucitado seguimos con el lastre del pecado. Es decir, sin el Evangelio, la muerte se nos hace más cercana, ya que, no tenemos unos criterios para saber cuando estamos en dinámicas de Vida y cuando estamos en dinámicas de muerte (generalizando mucho, para que nos entienda el auditorio, podemos hacer la sustitución de pecado por muerte, entendiendo por muerte no la muerte física, sino más bien la muerte espiritual, la depresión, la tristeza, el sinsentido…).

En el Evangelio se encuentran, por tanto, las señales de Vida. El problema se encuentra en que, normalmente, nos acercamos al Evangelio con ojos útiles, efectivos… es decir, esperando encontrar la solución clara, sencilla, como si Dios nos hablará como hablamos nosotros a través de la Escritura. La dinámica del Evangelio siempre es respetuosa, no violenta… es una dinámica de amor y, en consecuencia, de libertad.

En definitiva, lo que nos quiere decir Pablo es que la Resurrección de Cristo ha supuesto un vencer al pecado, un vencer a la muerte…es decir, en medio de las dificultades y del sin sentido de la vida, podemos albergar la esperanza de que esas dificultades no tienen la última palabra, sino que la tiene la Vida.

  • La fe: la confianza en la Vida.

Ahora bien, hemos de tener fe en que Cristo ha resucitado. Es decir, hemos de tener la confianza de que al final la Vida triunfa, de que en el seno de la Palabra de Dios se encuentra la voluntad de Dios, que no es otra que la Felicidad del hombre. Sin esta confianza, los cristianos estamos abocados a la muerte. ¿Por qué? Porque al final no es Dios quien condena sino que, somos nosotros mismos los que nos condenamos en el ya, ahora, en nuestro caminar diario…Somos nosotros, con nuestra libertad, los que nos enrolamos en dinámicas de muerte, en dinámicas que, a quién más daño hacen, son a nosotros mismos, de tal manera que nos producen la muerte… Es la ley del pecado.

Por eso, la primera lectura nos hace una contraposición entre quienes son malditos, es decir, quienes están guiados por la ley de la muerte, del pecado y quienes son benditos, quienes se guían por Dios, por la Vida:

“Maldito quien confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor. Será como un cardo en la estepa, no verá llegar el bien; habitará la aridez del desierto, tierra salobre e inhóspita.

Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza. Será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces; cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde; en año de sequía no se inquieta, no deja de dar fruto.”

Y el Evangelio de Lucas vuelve a recalcar esta doble dimensión de nuestra vida:

“Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis. Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre.

Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis. ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas.”

Las Bienaventuranzas son cercanas y lejanas: ¿Cómo ser pobre en una sociedad capitalista?, ¿Cómo ser odiado por Jesucristo, si vivimos en una cultura tolerante que raya la indiferencia religiosa? Llorar quizás nos quede más cercanos, porque la raza humana siempre tiene un motivo para llorar: ¡Miremos a Haití! ¡Allí esta Dios, porque allí se cumple hasta la letra del Evangelio!

¡Echemos a volar nuestra audacia!