Mié
4
Abr
2012

Evangelio del día

Semana Santa

¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?

Primera lectura

Lectura del libro de Isaías 50, 4-9a

El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo;
para saber decir al abatido una palabra de aliento.

Cada mañana me espabila el oído,
para que escuche como los discípulos.

El Señor Dios me abrió el oído;
yo no resistí ni me eché atrás.

Ofrecí la espalda a los que me golpeaban,
las mejillas a los que mesaban mi barba;
no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos.

El Señor Dios me ayuda,
por eso no sentía los ultrajes;
por eso endurecí el rostro como pedernal,
sabiendo que no quedaría defraudado.

Mi defensor está cerca,
¿quién pleiteará contra mí?

Comparezcamos juntos,
¿quién me acusará?

Que se acerque.

Mirad, el Señor Dios me ayuda,
¿quién me condenará?

Salmo de hoy

Salmo 68, 8-10. 21-22. 31 y 33-34 R/. Señor, que me escuche tu gran bondad el día de tu favor

Por ti he aguantado afrentas,
la vergüenza cubrió mi rostro.
Soy un extraño para mis hermanos,
un extranjero para los hijos de mi madre.
Porque me devora el celo de tu templo,
y las afrentas con que te afrentan caen sobre mi. R/.

La afrenta me destroza el corazón, y desfallezco.
Espero compasión, y no la hay;
consoladores, y no los encuentro.
En mi comida me echaron hiel,
para mi sed me dieron vinagre. R/.

Alabaré el nombre de Dios con cantos,
proclamaré su grandeza con acción de gracias.
Miradlo, los humildes, y alegraos;
buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres,
no desprecia a sus cautivos. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Mateo 26, 14-25

En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso:
«¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?».

Ellos se ajustaron con él en treinta monedas de plata. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.

El primer día de los Ácimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:
«¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?».

Él contestó:
«Id a la ciudad, a casa de quien vosotros sabéis, y decidle:
“El Maestro dice: mi hora está cerca; voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos”».

Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua.

Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo:
«En verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar».

Ellos, muy entristecidos, se pusieron a preguntarle uno tras otro:
«¿Soy yo acaso, Señor?».

Él respondió:
«El que ha metido conmigo la mano en la fuente, ese me va a entregar. El Hijo del hombre se va como está escrito de él; pero, ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado!, ¡más le valdría a ese hombre no haber nacido!».

Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar:
«¿Soy yo acaso, Maestro?».

Él respondió:
«Tú lo has dicho».

Reflexión del Evangelio de hoy

Estamos ya a las puertas del Triduo Pascual. La liturgia en este miércoles santo nos propone como primera lectura, una bellísima lectura del profeta Isaías, como prefacio a al Evangelio.

El profeta Isaías muestra sus dificultades en la vida, pero también donde encuentra su fuerza, cuál es su punto de apoyo. Isaías se reconoce a sí mismo, como un iniciado, como uno más entre los hijos de Israel, pero YHWH ha querido hacer de él, un signo de su voluntad. El Señor YHWH le ha dado la lengua, ¿para qué? Para poder decir una palabra al que está abatido. El Señor le ha dado el oído, ¿para qué? para que escuche su Palabra, la Palabra de Dios. El Señor le ha abierto el corazón y la inteligencia, ¿para qué? para que pueda entender y llevar a obra la Palabra que le va a decir el Señor. En razón de esto, Isaías ofreció… su espalda, su mejilla, su rostro…. No se ocultó a la hora de presentar el mensaje de Dios. En medio de la desesperación, mientras sufría los insultos y los golpes, el Señor le asistió, le ayudó, le sirvió de apoyo. Dios no interviene directamente librando, rompiendo el correr de la historia… la presencia de Dios siempre es respetuosa con todo, la presencia de Dios acepta la realidad, la presencia de Dios es alcázar, es roca de apoyo, palabra de aliento.

El pasaje evangélico nos presenta la primera parte de la Última Cena, según Mateo, que se leerá mañana, Jueves Santo. Jesús y sus discípulos se encuentran en Jerusalén para celebrar la Pascua. ¿Dónde celebrarla? Ellos no son de allí, son del norte de Israel, no tienen una casa, no están con sus familias… Por ello, los discípulos le preguntan a Jesús: ¿Dónde cenaremos y celebraremos la “noche de Pascua”? Jesús se acuerda de un conocido que tiene un lugar para celebrar la Pascua. Hechos todos los preparativos, cuando estaban cenanado, Jesús les espeta a sus discípulos: “Uno de vosotros me entregará” El caos, la confusión de nuevo reina entre los discípulos: ¿y ahora qué pasa? En estas palabras de Jesús se oye un eco de solemnidad, pero se oye sobre todo un eco de paz. No tiene miedo, sabe que el Padre lo acompaña, lo apoya. Sabe que el Padre está con Él. Lo extremo de esta traición de Judas es que Dios la convertirá en promesa de plenitud de Vida en Jesucristo. Hasta de la traición nuestro Dios es capaz de sacar Vida.

Las lecturas de este miércoles santo nos dejan una certeza que el profeta Isaías nos dice en la primera lectura: ¿Quién será mi rival, si tengo a Dios como roca en la que me apoyo? La fe en Dios no da esa confianza de que estamos en buenas manos, de que por mucho sufrimiento que pasemos, por mucho mal que podamos sufrir… Él, Dios se encuentra detrás de nosotros, recogiéndonos las lágrimas, secándonos el sudor y diciéndonos: No temas que Yo estoy contigo.