Lun
9
Abr
2012
Jesús les salió al encuentro y les dijo: ¡Alegraos!

Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 2, 14. 22-33

El día de Pentecostés, Pedro, poniéndose en pie junto con los Once, levantó su voz y con toda solemnidad declaró:
«Judíos y vecinos todos de Jerusalén, enteraos bien y escuchad atentamente mis palabras. Israelitas, escuchad estas palabras: a Jesús el Nazareno, varón acreditado por Dios ante vosotros con milagros, prodigios y signos que Dios realizó por medio de él, como vosotros sabéis, a este, entregado conforme el plan que Dios tenía establecido y provisto, lo matasteis, clavándolo a una cruz por manos de hombres inicuos. Pero Dios lo resucitó, librándolo de los dolores de la muerte, por cuanto no era posible que esta lo retuviera bajo su dominio, pues David dice, refiriéndose a el:
“Veía siempre al Señor delante de mí,
pues está a mi derecha para que no vacile.
Por eso se me alegró el corazón,
exultó mi lengua,
y hasta mi carne descansará esperanzada.
Porque no me abandonarás en el lugar de los muertos,
ni dejarás que tu Santo experimente corrupción.
Me has enseñado senderos de vida,
me saciarás de gozo con tu rostro”.
Hermanos, permitidme hablaros con franqueza: el patriarca David murió y lo enterraron, y su sepulcro está entre nosotros hasta el día de hoy. Pero como era profeta y sabía que Dios “le había jurado con juramento sentar en su trono a un descendiente suyo, previéndolo, habló de la resurrección del Mesías cuando dijo que “no lo abandonará en el lugar de los muertos” y que “su carne no experimentará corrupción”.
A este Jesús lo resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Exaltado, pues, por la diestra de Dios y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, lo he derramado. Esto es lo que estáis viendo y oyendo».

Salmo de hoy

Salmo 15, 1b-2a y 5. 7-8. 9-10. 11 R/. Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.
Yo digo al Señor: «Tú eres mi Dios».
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa,
mi suerte está en tu mano. R/.

Bendeciré al Señor que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré. R/.

Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa esperanzada.
Porque no me abandonarás en la región de los muertos
ni dejarás a tu fiel ver la corrupción. R/.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Mateo 28, 8-15

En aquel tiempo, las mujeres se marcharon a toda prisa del sepulcro; llenas de miedo y de alegría corrieron a anunciarlo a los discípulos.
De pronto, Jesús salió al encuentro y les dijo:
«Alegraos».
Ellas se acercaron, le abrazaron los pies y se postraron ante él.
Jesús les dijo:
«No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán».
Mientras las mujeres iban de camino, algunos de la guardia fueron a la ciudad y comunicaron a los sumos sacerdotes todo lo ocurrido. Ellos, reunidos con los ancianos, llegaron a un acuerdo y dieron a los soldados una fuerte suma, encargándoles:
«Decid que sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras vosotros dormíais. Y si esto llega a oídos del gobernados, nosotros nos lo ganaremos y os sacaremos de apuros».
Ellos tomaron el dinero y obraron conforme a las instrucciones. Y esta historia se ha ido difundiendo entre los judíos hasta hoy.

Reflexión del Evangelio de hoy

La Primera Lectura nos muestra la fuerza de la Resurrección de Jesús en sus discípulos y, en concreto, en Pedro. Corresponde a su predicación y testimonio el día de Pentecostés. Todo aquel que sólo conociera a Pedro por su entusiasmo y por sus incoherencias anteriores, no lo entendería. Es un Pedro distinto, transformado. Habla de forma contundente sobre la persona de Jesús y su resurrección que él atestigua: “Nosotros somos testigos”.

En el Evangelio vemos reacciones distintas ante el final de Jesús y lo que Dios, su Padre, hizo por él. Reacciones que seguiremos viendo a lo largo de la cincuentena pascual.

  • La tumba abierta. El sepulcro vacío

Aquí comienza todo, toda la historia de la fe en Cristo Resucitado. Pero, es un comienzo humilde todavía, sólo en forma de pregunta de nada fácil respuesta. Nunca en la predicación de los apóstoles ni en la nuestra, la tumba abierta y el sepulcro vacío son argumento y prueba de la Resurrección. Más bien, la tumba y el sepulcro son prueba de que Jesús murió y fue enterrado. Cierto que cuando acuden muy de mañana las mujeres, el cuerpo de Jesús no está allí. Pero eso no prueba, de suyo, nada. Ni lo probó para ellas. María Magdalena: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto” (Jn 20,2); los sumos sacerdotes y ancianos judíos: “Sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo” (Mt 28,13). Sólo más tarde, Jesús mismo se encargará de “demostrarles”, en sus apariciones, por qué lo de la tumba y el sepulcro vacíos.

El sepulcro está vacío porque “Jesús, el nazareno, el crucificado, ha resucitado” (Hech 4,10). Y este será el testimonio de Pedro y de sus compañeros. Pronto comprendió María Magdalena y las otras mujeres que no podían buscar al que vivía entre los muertos. Pero, con seguridad que nunca pudieron olvidar sus sentimientos al ver abierta la tumba y desaparecido el cuerpo. Sentimientos de miedo que generaron, luego, la mayor alegría y el fundamento de su vida y de la nuestra.

  •  “¡Alegraos! No tengáis miedo”

El miedo de las mujeres, auténtico a juzgar por las palabras de ánimo de Jesús, está mezclado con alegría. Acababan de oír al ángel: “No temáis… Jesús, el crucificado, no está aquí, ha resucitado” (Mt 28, 5). Y su alegría se va a consolidar al oír al mismo Jesús: “Alegraos. No tengáis miedo”.

La alegría, la paz, la seguridad son actitudes que Jesús entregó a sus amigos y seguidores en distintas apariciones. En aquellos primeros momentos era una necesidad para ellos. Por eso, Jesús insiste tanto en: “No temáis”; “alegraos”. ¿Cómo, invadidos por el miedo, iban a ser capaces de convencer a nadie de la Buena Noticia de la Resurrección? Primero necesitaban convencerse ellos. Y se convencieron. Y el “somos testigos” no sólo cambió su vida sino propició su muerte “por ser testigos”. Y, además de cambiar su vida, cambió y sigue cambiando la nuestra. Y, al hacerlo, todo en nosotros, como en ellos, como en Jesús, tiene sentido. ¡Alegraos, amigos! Aparentemente somos igual que los demás; realmente, con la Resurrección en perspectiva, no somos igual que los que no la tienen o, teniéndola, no creen. Nuestra vida tiene sentido. Nuestra muerte tendrá sentido, también. Igual que la tuvo la vida, la muerte y la Resurrección de Jesús.
 

Fray Hermelindo Fernández Rodríguez

Fray Hermelindo Fernández Rodríguez
(1938-2018)