Mié
8
Abr
2020

Evangelio del día

Semana Santa

¿Soy yo acaso, maestro?

Primera lectura

Lectura del libro de Isaías 50, 4-9a

El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo;
para saber decir al abatido una palabra de aliento.

Cada mañana me espabila el oído,
para que escuche como los discípulos.

El Señor Dios me abrió el oído;
yo no resistí ni me eché atrás.

Ofrecí la espalda a los que me golpeaban,
las mejillas a los que mesaban mi barba;
no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos.

El Señor Dios me ayuda,
por eso no sentía los ultrajes;
por eso endurecí el rostro como pedernal,
sabiendo que no quedaría defraudado.

Mi defensor está cerca,
¿quién pleiteará contra mí?

Comparezcamos juntos,
¿quién me acusará?

Que se acerque.

Mirad, el Señor Dios me ayuda,
¿quién me condenará?

Salmo de hoy

Salmo 68, 8-10. 21-22. 31 y 33-34 R/. Señor, que me escuche tu gran bondad el día de tu favor

Por ti he aguantado afrentas,
la vergüenza cubrió mi rostro.
Soy un extraño para mis hermanos,
un extranjero para los hijos de mi madre.
Porque me devora el celo de tu templo,
y las afrentas con que te afrentan caen sobre mi. R/.

La afrenta me destroza el corazón, y desfallezco.
Espero compasión, y no la hay;
consoladores, y no los encuentro.
En mi comida me echaron hiel,
para mi sed me dieron vinagre. R/.

Alabaré el nombre de Dios con cantos,
proclamaré su grandeza con acción de gracias.
Miradlo, los humildes, y alegraos;
buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres,
no desprecia a sus cautivos. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Mateo 26, 14-25

En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso:
«¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?».

Ellos se ajustaron con él en treinta monedas de plata. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.

El primer día de los Ácimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:
«¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?».

Él contestó:
«Id a la ciudad, a casa de quien vosotros sabéis, y decidle:
“El Maestro dice: mi hora está cerca; voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos”».

Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua.

Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo:
«En verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar».

Ellos, muy entristecidos, se pusieron a preguntarle uno tras otro:
«¿Soy yo acaso, Señor?».

Él respondió:
«El que ha metido conmigo la mano en la fuente, ese me va a entregar. El Hijo del hombre se va como está escrito de él; pero, ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado!, ¡más le valdría a ese hombre no haber nacido!».

Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar:
«¿Soy yo acaso, Maestro?».

Él respondió:
«Tú lo has dicho».

Evangelio de hoy en audio

Reflexión del Evangelio de hoy

Al abatido una palabra de aliento

El tercer canto de Isaías, el siervo de Yahvé parte de la confianza en Dios. Su misión es la de consolar, la de ofrecer al abatido una Palabra de Aliento.

Estamos ya próximos a la Pascua, donde celebraremos la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. Hemos de poner atención, y procurar que, como el siervo de Yahvé, se nos espabile el oído cada mañana, para escuchar como los iniciados.

Aunque el Siervo de Yahvé es consciente de los padecimientos que va a soportar, no se echó atrás. Al contrario, ofreció la espalda a los que le apaleaban, no ocultó su rostro ante los ultrajes.

Ante esta situación nos podemos ver con frecuencia. Alimentarnos de la palabra que nos da fuerza y nos consuela puede ofrecernos una capacidad de entereza, la que se necesita en los momentos de afrenta.

Alguien que es capaz de pasar por esta situación sabe reconocer la piel del abatido, y ponerse en su lugar, padeciendo sus propios dolores. Así, podrá encontrar la palabra de aliento necesaria que levante a los dolientes que peregrinan por la vida.

Por eso, nuestra oración cada mañana ha de ser una palabra de aliento por los que viven la discriminación y la violencia en todos sus órdenes. Nuestra oración ha de ser una palabra de aliento por lo que sufren el hambre y la guerra. Una oración dedicada como palabra de aliento para los que sufren, son abusados, o viven su enfermedad desde la soledad más extrema. Una palabra de aliento para los que sufren discriminación e injusticias.

Este mundo no puede acostumbrarse al dolor y al sufrimiento. La palabra de aliento tiene que tener un rostro concreto. Este mundo necesita ver la presencia y la actuación de muchos Siervos de Yahvé, que asuman la misión de Cristo con una palabra de Aliento.

Nuestra Pascua no es recordar el dolor o el sufrimiento. El paso del Señor, pasa por el consuelo de los abatidos. Llenemos nuestra mirada de ternura y de cordura para que no sea la violencia la única presencia en este mundo tan enemistado.

¿Soy yo acaso, maestro?

En Judas Iscariote se personifica la traición. Ya no queda confianza que medie entre Jesús y Judas. Las expectativas de Judas se han roto, y la palabra de Jesús ya no cumple el deseo de su liberación.

Por un lado, en la escena del Evangelio de Mateo, leemos el acuerdo de la traición: “¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?” La amistad rota dirige a Judas a vender a su amigo, a su Maestro. No ha quedado ninguna palabra, ninguna enseñanza que valide la amistad. Ahora Judas está vendiendo a Jesús como un esclavo.

Por  otro lado, el escenario es la comida fraterna de la Pascua de Jesús con sus discípulos, en ella está presente la confianza y la traición. Sus discípulos y Judas acuden a la cena.

Jesús confiesa en la intimidad la traición que está sufriendo por uno de los suyos. “Uno de vosotros me va a entregar”. Y sus discípulos quedan desconcertados. Todos se preguntaban quién va a ser el traidor. Inquieta la pregunta de Judas, como si no supiera lo que hizo, también pregunta “¿Soy yo acaso, Maestro?” Ante lo que Jesús le contesta: “Tú lo has dicho”.

La traición es la ruptura de la lealtad debida, es la ruptura de la confianza. Pero, en Judas la confianza en su interior ya estaba rota. Jesús no cumplía con sus expectativas. Una decepción que fue creciendo hasta llegar a la actitud más despectiva o que nos provoca desprecio, la traición. Ya nada valen los momentos compartidos, la experiencia de verdad que uno ha vivido; ya nada valen las comidas fraternas donde la palabra y el amor eran expresados. La traición acaba con todo, es la grúa demoledora de toda esperanza. No hay nada que hacer, ha sido vendido como un esclavo, entregado a la muerte y a la sinrazón.

Todo está en manos de Dios. La suerte de Jesús está en manos de su confianza en Dios. Judas fue el ejecutor de la traición, pero de alguna manera los otros discípulos también lo traicionaron, porque por miedo lo abandonaron al borde del abismo.

Cuantas veces traicionamos a Dios y a las personas que amamos por miedo, por aparentar una confianza que no tenemos, o por desilusionarnos con el amigo. La traición es lo más fácil: vendemos al amigo por intereses espurios, lo desterramos de nuestra presencia, lo conducimos al abismo, y lo abandonamos a su suerte.