Mié
17
Abr
2019

Evangelio del día

Semana Santa

¿Soy acaso yo, maestro?

Primera lectura

Lectura del libro de Isaías 50, 4-9a

El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo;
para saber decir al abatido una palabra de aliento.

Cada mañana me espabila el oído,
para que escuche como los discípulos.

El Señor Dios me abrió el oído;
yo no resistí ni me eché atrás.

Ofrecí la espalda a los que me golpeaban,
las mejillas a los que mesaban mi barba;
no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos.

El Señor Dios me ayuda,
por eso no sentía los ultrajes;
por eso endurecí el rostro como pedernal,
sabiendo que no quedaría defraudado.

Mi defensor está cerca,
¿quién pleiteará contra mí?

Comparezcamos juntos,
¿quién me acusará?

Que se acerque.

Mirad, el Señor Dios me ayuda,
¿quién me condenará?

Salmo de hoy

Salmo 68, 8-10. 21-22. 31 y 33-34 R/. Señor, que me escuche tu gran bondad el día de tu favor

Por ti he aguantado afrentas,
la vergüenza cubrió mi rostro.
Soy un extraño para mis hermanos,
un extranjero para los hijos de mi madre.
Porque me devora el celo de tu templo,
y las afrentas con que te afrentan caen sobre mi. R/.

La afrenta me destroza el corazón, y desfallezco.
Espero compasión, y no la hay;
consoladores, y no los encuentro.
En mi comida me echaron hiel,
para mi sed me dieron vinagre. R/.

Alabaré el nombre de Dios con cantos,
proclamaré su grandeza con acción de gracias.
Miradlo, los humildes, y alegraos;
buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres,
no desprecia a sus cautivos. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Mateo 26, 14-25

En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso:
«¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?».

Ellos se ajustaron con él en treinta monedas de plata. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.

El primer día de los Ácimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:
«¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?».

Él contestó:
«Id a la ciudad, a casa de quien vosotros sabéis, y decidle:
“El Maestro dice: mi hora está cerca; voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos”».

Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua.

Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo:
«En verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar».

Ellos, muy entristecidos, se pusieron a preguntarle uno tras otro:
«¿Soy yo acaso, Señor?».

Él respondió:
«El que ha metido conmigo la mano en la fuente, ese me va a entregar. El Hijo del hombre se va como está escrito de él; pero, ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado!, ¡más le valdría a ese hombre no haber nacido!».

Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar:
«¿Soy yo acaso, Maestro?».

Él respondió:
«Tú lo has dicho».

Reflexión del Evangelio de hoy

Judas el que lo iba a entregar

Ante este relato evangélico que nos presenta hoy la liturgia es posible que nos sintamos interpelados/as porque uno de los doce que eligió Jesús, que le acompañó y escuchó sus enseñanzas, que posiblemente fue testigo de alguno de sus milagros, fue el que le traicionó. Dice el papa Francisco “Judas uno de los doce, amigo íntimo de Jesús, que le acompañó por tres años, que vio muchos milagros, que saboreó sus divinas palabras; que pudo tocarlo, mirarlo, conocerlo…”

¿Qué fue lo que le llevó a traicionar a Jesús? ¿Qué pasó por su corazón? ¿Qué sentimientos se fueron generando a través de su cercanía con el Maestro? ¿Cuál fue el pecado mayor de Judas?

Los textos no desvelan con claridad el móvil de su traición.

¿Ambición, dinero? En (Jn12,4-6) Judas se manifiesta “escandalizado” por el despilfarro de aquella mujer que unge con su perfume los pies del Maestro. Y afirma el evangelio de Juan… “era un ladrón”.

 ¿Decepción? Judas era el único judío del grupo, Jesús no es el mesías que él esperaba, un mesías triunfante que los liberase el imperio romano. También el resto de los discípulos participaban en cierta medida de esa decepción pero asumen su decepción y responden de manera diferente. Dios respeta siempre la libertad del hombre.

¿Resentimiento? ¿Acaso Judas no resistió el protagonismo que algunos discípulos tuvieron en hechos notables de la vida de Jesús? (Mt 17,1).

¿Cuáles fueron los sentimientos que le llevaron al desenlace final? Quizá  la síntesis de estos tres u otros. No es fácil entrar en el corazón de Judas pero sí podemos entrar y conectar con los sentimientos que albergan en  nuestro propio corazón, nuestra respuesta en momentos clave de nuestra vida.

Hay una cosa clara, Judas no quiso ver la luz, no se dejó tocar por Dios, no confió en la capacidad de perdón que manifestó Jesús a lo largo de su vida. No fue capaz de descubrir en Jesús un camino de felicidad, de esa felicidad que se apoya en la fidelidad al proyecto de Dios, siempre fiel a pesar de nuestros fracasos y traiciones.  Judas no creyó en la misericordia y el perdón de Dios.

Y pone en cuestión también nuestro propio camino de fe y las opciones que vamos tomando ante disyuntivas que se nos presentan.  En algún momento de nuestra vida puede aparecer la decepción ante la falta de respuesta de Dios, de una respuesta a la medida de nuestros deseos. O rompemos una amistad, un compromiso a favor de nuestros hermanos porque pueda frenar nuestro ascenso hacia mayores cotas de poder, de bienestar…

¿Soy acaso yo, maestro?

El evangelio no da muchas informaciones respecto a la persona que le dejó la sala para celebrar la Pascua. Jesús era de Galilea, no tenía casa en Jerusalén, no era fácil encontrar una sala grande en una ciudad donde la población se triplicaba en la celebración de la pascua. Una vez en la mesa y al atardecer, Jesús desahoga su corazón entristecido, “uno de vosotros me va a entregar”.

¿Acaso soy yo, Señor? ¿Acaso soy yo el que te puede cambiar por cualquier interés, cargo, placer, ideología? ¿Acaso soy yo Señor el que  puede dar la espalda, traicionar al hermano solo, perseguido, maltrecho con el que Tú te identificas? ¿Acaso soy yo  Señor…?

Los textos que se ponen a nuestra consideración en estos días reflejan la profunda tristeza que habitó en Jesús.

El fracaso de los discípulos, su abandono, la soledad en la que está envuelto. Es consciente de que su fidelidad al plan de Dios le va a llevar a la muerte. Es consciente de que los que detentan el poder sufren con mucha frecuencia la tentación de “liquidar” a los que se entregan a la causa de la justicia, del  amor, de la solidaridad, en definitiva  los que trabajan por hacer presente el Reino.

Y siente una profunda tristeza, tristeza que se ve aumentada por el desconcierto de los suyos “las tinieblas del abandono y del odio se condensan alrededor del Hijo del Hombre, que se dispone a consumar el sacrificio de la cruz” (de la catequesis de Benedicto XVI 2007).

Quizá hoy también, pensando en tantas personas que sufren al abandono, la persecución, la falta de recursos, nos podemos quedar desconcertados como los discípulos o asumir y acompañar un camino difícil pero que ha de llevar a la Resurrección.

Y oremos como se expresa bellamente en este tercer canto del Siervo: “Cada mañana, el Señor Dios,  me espabila el oído… Él me ha dado una lengua de discípulo para decir al abatido una palabra de aliento.”