Vie
23
Dic
2011

Evangelio del día

Cuarta semana de Adviento

Levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación.

Primera lectura

Lectura de la profecía de Malaquías 3, 1-4. 23-24

Esto dice el Señor Dios:
«Voy a enviar a mi mensajero, para que prepare el camino ante mí.
De repente llegará a su santuario el Señor a quien vosotros andáis buscando; y el mensajero de la alianza en quien os regocijáis, mirad que está llegando, dice el Señor del universo.
¿Quién resistirá el día de su llegada? ¿Quién se mantendrá en pie ante su mirada? Pues es como el fuego de fundidor, como lejía de lavandero. Se sentará como fundidor que refina la plata; refinará a los levitas y los acrisolará como oro y plata, y el Señor recibirá ofrenda y oblación justas.
Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en tiempos pasados, como antaño.
Mirad, os envío al profeta Elías, antes de que venga el Día del Señor, día grande y terrible. Él convertirá el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, para que no tenga que venir a castigar y destruir la tierra».

Salmo de hoy

Salmo 24, 4-5ab. 8-9. 10 y 14 R/. Levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación

Señor, enséñame tus caminos,
instrúyeme en tus sendas:
haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador. R/.

El Señor es bueno y es recto,
y enseña el camino a los pecadores;
hace caminar a los humildes con rectitud,
enseña su camino a los humildes. R/.

Las sendas del Señor son misericordia y lealtad
para los que guardan su alianza y sus mandatos.
El Señor se confía a los que lo temen,
y les da a conocer su alianza. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Lucas 1, 57-66

A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y se alegraban con ella.
A los ocho días vinieron a circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre intervino diciendo:
«¡No! Se va a llamar Juan».
Y le dijeron:
«Ninguno de tus parientes se llama así».
Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre». Y todos se quedaron maravillados.
Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios.
Los vecinos quedaron sobrecogidos, y se comentaban todos estos hechos por toda la montaña de Judea. Y todos los que los oían reflexionaban diciendo:
«Pues ¿qué será este niño?»
Porque la mano del Señor estaba con él.

Reflexión del Evangelio de hoy

Hace solo un par de semanas nuestra comunidad decía: “ya no vamos a esperar más. Nos negamos a creer que muy pronto los sordos, los ciegos, los oprimidos, los y las pobres del mundo gozarán con el “Santo de Israel”. No estamos a la expectativa de que...”.

Y no sin cierta osadía, añadíamos: “No. Ya no aguardamos más las promesas del profeta Isaías… Porque con Jesús hemos recuperado la visión. Su Reinado ya está entre nosotros...”.
Y henos aquí que hoy se hace verdad esta palabra. Si entonces era cierto, ahora, hoy, lo vemos con más claridad. Las lecturas de este día previo a la presencia total así nos lo dicen: “De pronto entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis, el mensajero de la alianza que vosotros deseáis. Miradlo entrar”. ¿Acaso no hemos notado que ya está aquí? Que ha llegado antes de que nosotros ni siquiera nos empezáramos a plantear el inicio del camino; que se ha hecho un hueco, bien grande, en nuestro salón, entre nuestras cosas, en el sofá que incluso se hace pequeño para la familia, en medio de la oficina, en el barrio, el colegio, la escalera...

Ha llegado. ¡Ya está aquí! “Levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación”.

Y ojo, porque cuando llega, bueno, más bien cuando nos damos cuenta de que ya estaba aquí, esperándonos, arrasa, transforma, plenifica y su presencia es total. Como le ocurrió a Zacarías, al que devuelve el habla; y a Isabel, a la que hace concebir, pero sobre todo, le permite encontrar su lugar y hacerse valer en medio de sus parientes y vecinos; y ¿a nosotros?, ¿y a nuestra comunidad?, ¿y a nuestra sociedad?

Quizás sean estas -u otras parecidas- unas preguntas que podemos intentar respondernos estos días, entre el ajetreo comercial, social y familiar que nos rodea.

Esta esperanza, –la de que está entre nosotros y transforma nuestras existencias– no es solamente para nosotros y los nuestros. Es para todos los seres humanos, porque aún hay muchos que lo buscan y que desean encontrarse con esa Sabiduría. Y eso lo supo ya entonces Juan. Que recibió un nombre que, como él mismo, rompió con la tradición. Y lo llevó al desierto y lo convirtió en el antecesor, en el precursor, el anunciador. ¿Qué otra cosa debemos ser nosotros, los que hemos creído en esa llegada?