Sáb
10
Abr
2010

Evangelio del día

Octava de Pascua

Lo que hemos visto y oído.

Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 4, 13-21

En aquellos días, los jefes del pueblo, los ancianos y los escribas, viendo la seguridad de Pedro y Juan, y notando que eran hombres sin letras ni instrucción, estaban sorprendidos. Reconocían que habían sido compañeros de Jesús, pero, viendo de pie junto a ellos al hombre que había sido curado, no encontraban respuesta. Les mandaron salir fuera del Sanedrín y se pusieron a deliberar entre ellos, diciendo:
«¿Qué haremos con estos hombres? Es evidente que todo Jerusalén conoce el milagro realizado por ellos, no podemos negarlo; pero, para evitar que se siga divulgando, les prohibiremos con amenazas que vuelvan a hablar a nadie de ese nombre».

Y habiéndolos llamado, les prohibieron severamente predicar y enseñar en el nombre de Jesús. Pero Pedro y Juan les replicaron diciendo:
«¿Es justo ante Dios que os obedezcamos a vosotros más que a él? Juzgadlo vosotros. Por nuestra parte no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído».

Pero ellos, repitiendo la prohibición, los soltaron, sin encontrar la manera de castigarlos a causa del pueblo, porque todos daban gloria a Dios por lo sucedido.

Salmo de hoy

Salmo 117, 1 y 14-15. 16-18. 19-21 R/. Te doy gracias, Señor, porque me escuchaste

Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
El Señor es mi fuerza y mi energía,
él es mi salvación.
Escuchad: hay cantos de victoria
en las tiendas de los justos R/.

«La diestra del Señor es poderosa.
La diestra del Señor es excelsa».
No he de morir, viviré
para contar las hazañas del Señor.
Me castigó, me castigó el Señor,
pero no me entregó a la muerte. R/.

Abridme las puertas de la salvación,
y entraré para dar gracias al Señor.
Esta es la puerta del Señor:
los vencedores entrarán por ella.
Te doy gracias porque me escuchaste
y fuiste mi salvación. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Marcos 16, 9-15

Jesús, resucitado al amanecer del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios. Ella fue a anunciárselo a sus compañeros, que estaban de duelo y llorando.

Ellos, al oírle decir que estaba vivo y que lo había visto, no la creyeron.

Después se apareció en figura de otro a dos de ellos que iban caminando al campo.

También ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero no los creyeron.

Por último, se apareció Jesús a los Once, cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que lo habían visto resucitado.

Y les dijo:
«Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación».

Reflexión del Evangelio de hoy

Ya de lleno en el tiempo Pascual, nos asomamos a la vida de los Apóstoles tras la resurrección de Jesús. Lo que han visto y han oído, pero sobre todo, lo que han vivido junto al Cristo no les ha dejado indiferentes. Y por eso se sienten en la obligación (¿?)- devoción, de proclamarlo a los cuatro vientos. Eso, como sabemos, muchas veces no gusta. Altera el orden establecido, saca de las casillas, complica la vida, acusa a los fuertes y produce escozores. Incluso nos molesta a nosotros mismos, los que nos llamamos y decimos cristianos, porque el Encuentro nos mueve a la acción, a dejar nuestra posición cómoda, a implicarnos. Y eso, duele.

Es lo que ocurrió con los Apóstoles cuando recibieron a la mujer, a María Magdalena, una mujer con convicciones profundas, que había sabido rehacerse a sí misma en diferentes momentos de su vida y que, ahora, después de todo lo que habían vivido juntos, venía a decirles no sé que del Señor, pero esta vez, vivo! Y claro, no se lo podían creer. Y tampoco la palabra de aquellos que lo encontraron en el camino. ¡Era tan fácil: Jesús se volvía a hacer presente allí donde antes había estado! A las mujeres, en el camino, en la mesa, con quienes le querían y en medio de todos a quienes había acompañado. Y sin embargo: “no la creyeron… no los creyeron”.

El poder terrenal se desconcierta con la fe de Pedro y de Juan como ellos mismos se habían quedado consternados con la de María o las otras mujeres. Y ese desconcierto provoca miedo. Y el resultado es el mismo. La presencia de Cristo-Sabiduría, resucitado, Dios de la Vida, al que vieron –o más bien del que supieron– que había muerto colgado de una cruz los hace salir de sí, dejar los miedos y entregarse a la tarea de compartir eso tan grande que han experimentado. Lo que se nos pide a nosotros en este día, en esta Pascua, en todo nuestro Paso: “Id al mundo entero…”. La creación entera, que en estos meses se revela-rebela como sujeto sufriente, también necesita de salvación. Y nosotros y nosotras tenemos una buena noticia que contar: que Dios se ha hecho uno de los nuestros, se ha hecho humanidad para hacernos más nosotros mismos.