Sáb
6
Abr
2013
El pueblo entero daba gloria a Dios por lo sucedido

Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 4, 13-21

En aquellos días, los jefes del pueblo, los ancianos y los escribas, viendo la seguridad de Pedro y Juan, y notando que eran hombres sin letras ni instrucción, estaban sorprendidos. Reconocían que habían sido compañeros de Jesús, pero, viendo de pie junto a ellos al hombre que había sido curado, no encontraban respuesta. Les mandaron salir fuera del Sanedrín y se pusieron a deliberar entre ellos, diciendo:
«¿Qué haremos con estos hombres? Es evidente que todo Jerusalén conoce el milagro realizado por ellos, no podemos negarlo; pero, para evitar que se siga divulgando, les prohibiremos con amenazas que vuelvan a hablar a nadie de ese nombre».

Y habiéndolos llamado, les prohibieron severamente predicar y enseñar en el nombre de Jesús. Pero Pedro y Juan les replicaron diciendo:
«¿Es justo ante Dios que os obedezcamos a vosotros más que a él? Juzgadlo vosotros. Por nuestra parte no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído».

Pero ellos, repitiendo la prohibición, los soltaron, sin encontrar la manera de castigarlos a causa del pueblo, porque todos daban gloria a Dios por lo sucedido.

Salmo de hoy

Salmo 117, 1 y 14-15. 16-18. 19-21 R/. Te doy gracias, Señor, porque me escuchaste

Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
El Señor es mi fuerza y mi energía,
él es mi salvación.
Escuchad: hay cantos de victoria
en las tiendas de los justos R/.

«La diestra del Señor es poderosa.
La diestra del Señor es excelsa».
No he de morir, viviré
para contar las hazañas del Señor.
Me castigó, me castigó el Señor,
pero no me entregó a la muerte. R/.

Abridme las puertas de la salvación,
y entraré para dar gracias al Señor.
Esta es la puerta del Señor:
los vencedores entrarán por ella.
Te doy gracias porque me escuchaste
y fuiste mi salvación. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Marcos 16, 9-15

Jesús, resucitado al amanecer del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios. Ella fue a anunciárselo a sus compañeros, que estaban de duelo y llorando.

Ellos, al oírle decir que estaba vivo y que lo había visto, no la creyeron.

Después se apareció en figura de otro a dos de ellos que iban caminando al campo.

También ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero no los creyeron.

Por último, se apareció Jesús a los Once, cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que lo habían visto resucitado.

Y les dijo:
«Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación».

Reflexión del Evangelio de hoy

  • Id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda la creación

Tomar el relevo de Jesús no es fácil y origina incertidumbres. Imaginemos un atleta corriendo al frente del grupo y portando el testigo; llegado un punto del recorrido, será otro atleta el que siga corriendo en el lugar del otro, haciendo de todas las carreras una sola. Para que se dé esta unidad en la carrera y el equipo sea «un solo corredor», hay que entregar el testigo dando fe de que la sustitución se ha hecho de manera correcta. Todo el recorrido es un gesto de confianza en el otro. Jesús, resucitado el primer día de la semana –dando un nuevo sentido a la vida que nace-, es el primer corredor confiado -en el Padre y en aquellos que le fueron encomendados- en la predicación del Evangelio y, por tres veces, tiene que entregar el testigo. Según el relato de Marcos, Jesús anuncia a María Magdalena que no está muerto, que ha resucitado, que vaya y se lo diga a sus compañeros; ante la actitud incrédula de éstos, el testigo cae al suelo. Después se aparece a otros dos compañeros y sucede lo mismo: la fe coge el testigo, la incredulidad lo deja caer. Por último, el mensaje se lo da directamente Jesús a los Once, a la vez que los reprende por su incredulidad y dureza de corazón. Esta vez no cae el testigo al suelo, sino que es asido con fuerza continuando la carrera: la predicación del Evangelio por todo el mundo a toda la creación.

En el relato hay un detalle que despierta la atención. El testigo -¡Jesús ha resucitado!- no cae al suelo cuando está presente la dimensión eucarística: los Once estaban a la mesa; seguramente, compartiendo el pan y el vino como en la última cena. Y es que en la Eucaristía es donde encontramos a Cristo, real y presente, renovándonos el testigo de la predicación.

  • Es evidente que han hecho un milagro

Con el testigo alzado en nuestras manos, confiados damos gracias al Señor porque es bueno y misericordioso y porque lo reconocemos ante los pueblos como nuestra fuerza, energía y salvación. Es la misma fuerza que los sumos sacerdotes, ancianos y letrados sintieron que emanaba de Pedro y Juan cuando fueron arrestados al curar a un enfermo predicando en el Nombre de Jesús. Los «poderosos del mundo» saben que la fuerza que da el pertenecer al «grupo atlético» de Jesús es incomparable con cualquier otra e incomprensible pues, ¿cómo de la humildad y la misericordia puede irradiar este poder de sanación y salvación? Ante este ejemplo apostólico no saben qué hacer. El mundo reconoce que los seguidores de Jesús somos capaces de obrar milagros en su Nombre y es tan evidente, pues el pueblo entero da gloria Dios por ello oyéndose cantos de victoria en las tiendas de los justos, que no pueden negarlo; mas sí evitarlo con encarcelamientos y prohibiciones.

Hoy, igual que ayer y mañana, acercarnos a la Eucaristía nos capacita para poder reconocer a Cristo resucitado, recoger su testigo y anunciar el Evangelio. Nos encontraremos limitaciones -propias y ajenas- y habremos de pasarlas predicando el Dulce Nombre de Jesús, quien nos escucha y salva.