Dom
18
Abr
2010

Homilía Tercer Domingo de Pascua

Año litúrgico 2009 - 2010 - (Ciclo C)

Jesús se acerca, toma el pan y se lo da.

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

  • ¡Es el Señor!

Fue la exclamación gozosa y espontánea del discípulo amado dirigiéndose a Simón Pedro. Aquel desconocido de la orilla del lago, el que les había indicado dónde echar la red después de una infructuosa noche de duro bregar, era sin duda el Señor. Con el día recién amanecido y la red sobrecargada de peces amanecía también un nuevo horizonte en sus vidas: Jesús vivía, no les había abandonado.

Esta fue “la 3ª manifestación” de Jesús a sus discípulos, la que confirmaba definitivamente su presencia entre ellos: “la Vida se manifestó y nosotros la hemos visto y damos testimonio” (1 Jn 1,2). Era el Mesías que había de manifestarse (Jn 1,31), el mismo que ya había manifestado su gloria en la boda de Caná (2,11) y en la curación del ciego de nacimiento (9,3). La pesca milagrosa y la comida rubricaban ahora las otras dos apariciones a los discípulos en Jerusalén: era verdad, Jesús había resucitado de entre los muertos. Con el clarear del día quedaban disipados los interrogantes y el vacío de aquella larga y triste noche. La red “llena de peces” inauguraba el nuevo camino esperanzador del Dios fiel a sus promesas.

  • Señor, tu lo sabes todo, tu sabes que te quiero

El reconocimiento del Señor desembocaba en una renovada confesión de fe. Para que no hubiera dudas, a la triple manifestación del Resucitado corresponde ahora la triple declaración de amor en la persona de Pedro, el que antes le había negado tres veces. Y será justamente esta rehabilitación, enraizada en la adhesión total y el servicio exclusivo a Jesús (Jn 15,5), la que capacite en adelante al discípulo para ser su portavoz autorizado en la misión apostólica de echar las redes y pastorear el rebaño. “Sígueme”: el programa era claro, si bien el camino a seguir largo y costoso.

La acogida de la manifestación del Señor avala en el discípulo su investidura autorizada para la misión, pero no a cualquier precio. Se trata de una autoridad delegada para pastorear unas ovejas que no son suyas. Una autoridad envasada en el frágil molde de la debilidad humana, con sus limitaciones y contradicciones. Una autoridad asentada sobre la prerrogativa del servicio gratuito y desinteresado (Jr 3,15; Ez 34; 1 Pe 5, 1-5).

  • Anunciamos tu resurrección

El evangelio de hoy está impregnado de simbolismo sacramental. Como en el relato de Emaús (Lc 24,30-31.35), el reconocimiento del Señor en la comida desemboca en la “partición del pan”. De hecho, la iconografía primitiva testifica este tipo de comidas a base de pan y pescado como símbolo común de la eucaristía.

Cada vez que celebramos la eucaristía reconociendo la presencia transfigurada de Jesús en medio de la comunidad proclamamos que la muerte no tuvo la última palabra en su vida. ¿No ha incidido excesivamente la tradición popular cristiana en el dolor y el sufrimiento dejando ensombrecido o en un segundo plano este misterio glorioso? Pero, por otra parte, ¿cómo manifestar la contagiante alegría del Resucitado sin antes percibir las huellas del Crucificado en cada paso de la vida? La comunidad que lo reconoce en la fe es la misma que lo celebra transformado y glorioso en “la fracción del pan” recorriendo el camino previo de su ministerio público hacia la Cruz.