Mié
21
Abr
2010

Evangelio del día

Tercera semana de Pascua

Al que venga a mí no lo echaré fuera.

Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 8, 1b-8

Aquel día, se desató una violenta persecución contra la Iglesia de Jerusalén; todos, menos los apóstoles, se dispersaron por Judea y Samaria.

Unos hombres piadosos enterraron a Esteban e hicieron gran duelo por él.

Saulo, por su parte, se ensañaba con la Iglesia; penetrando en las casas y arrastrando a la cárcel a hombres y mujeres.

Los que habían sido dispersados iban de un lugar a otra anunciando la Buena Nueva de la Palabra. Felipe bajó a la ciudad de Samaria y les predicaba a Cristo. El gentío unánimemente escuchaba con atención lo que decía Felipe, porque habían oído hablar de los signos que hacía, y los estaban viendo: de muchos poseídos salían los espíritus inmundos lanzando gritos, y muchos paralíticos y lisiados se curaban. La ciudad se llenó de alegría.

Salmo de hoy

Salmo 65, 1-3a. 4-5. 6-7a R. Aclamad al Señor, tierra entera

Aclamad al Señor, tierra entera;
tocad en honor de su nombre,
cantad himnos a su gloria.
Decid a Dios: «¡Qué terribles son tus obras!» R.

Que se postre ante ti la tierra entera, que toquen en tu honor,
que toquen para tu nombre. Venid a ver las obras de Dios,
sus temibles proezas en favor de los hombres. R.

Transformó el mar en tierra firme,
a pie atravesaron el río.
Alegrémonos con él,
que con su poder gobierna enteramente. R.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Juan 6, 35-40

En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:
«Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás; pero, como os he dicho, me habéis visto y no creéis.

Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado.

Ésta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día.

Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día».

Reflexión del Evangelio de hoy

     Aquella violenta persecución, con motivo de la muerte de Esteban, provocó la propagación y difusión misioneras de la Iglesia naciente. El Evangelio dejaba de ser patrimonio de los judíos: todos estaban invitados a conocerlo, abrazarlo y hacerse seguidores de Jesús. Y una vez más se produjo lo contrario de lo que se buscaba: la ciudad se llenó de alegría.

     En el evangelio, Jesús habla, en la sinagoga de Cafarnaún, sobre la fe en él: “Yo soy el pan de vida”-

  • El discípulo del Padre y los discípulos de Jesús

     Jesús se presenta como el que ha venido exclusivamente para llevar a cabo la voluntad de su Padre. Y no de cualquier forma, sino como Hijo suyo. Por eso, cada vez que habla a sus discípulos de Dios, su Padre, se refiere a él con el apelativo de Abbá. Para Jesús este es el nombre de Dios. “El Padre que me ha enviado, es quien me ordenó lo que debo decir y enseñar” (Jn 12,49). Toda la autoridad de Jesús procede del Padre: “El Padre no juzga a nadie, sino que le ha dado al Hijo toda la autoridad de juzgar” (Jn 5,19). Y lo más entrañable para Jesús es sentirse en la esfera de amor de su Padre: “El Padre ama al Hijo y le ha confiado todo” (Jn 3,35).

    Y la voluntad del Padre que Jesús lleva a cabo es lograr la fe en él: “Que todo el que ve al Hijo y cree en él, tenga vida eterna”. Nosotros, discípulos de Jesús que, a su vez, lo es del Padre.

  • “El que ve al Hijo y cree en él”

      Porque a Jesús le vio mucha gente, sobre todo en Nazaret, sin creer en él. Nos lo explicó el mismo Jesús cuando un día, mientras se dirigía a Jerusalén, al pasar por un poblado, se le acercaron diez leprosos, le pidieron que tuviera compasión y los curara, y se produjo la curación. Los diez fueron curados, pero sólo uno escuchó de sus labios: “Tu fe te ha salvado”. Los otros nueve vieron a Jesús, fueron curados por él, pero no escucharon lo que Jesús dijo al samaritano.

      Una lástima que el evangelista no nos contara más de la vida de aquel leproso, curado y salvado, a partir de aquel momento. Porque, al estar garantizada su fe por el mismo Jesús, podríamos aprender de él en qué consiste la peculiaridad de una persona que ha comprendido el papel esencial de la fe. ¿Cómo se comportaría este samaritano a partir de entonces? ¿Qué significaría para él, desde aquel momento, tener fe, ser fiel, vivir de la fe? Por otro lado, no lo lamentemos. No lo necesitamos. Basta que escuchemos a Jesús; que le “veamos” a través del Evangelio, creyendo y confiando en él, para tener opción a la curación, la salvación y la vida eterna.
 

 

Fray Hermelindo Fernández Rodríguez

Fray Hermelindo Fernández Rodríguez
(1938-2018)