Sáb
29
Dic
2018

Evangelio del día

Cuarta semana de Adviento

Quien ama a su hermano permanece en la luz

Primera lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Juan 2,3-11:

Queridos hermanos:
En esto sabemos que conocemos a Jesús: en que guardamos sus mandamientos.
Quien dice: «Yo le conozco», y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud.
En esto conocemos que estamos en él.
Quien dice que permanece en él debe caminar como él caminó.
Queridos míos, no os escribo un mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo que tenéis desde el principio. Este mandamiento antiguo es la palabra que habéis escuchado.
Y, sin embargo, os escribo un mandamiento nuevo —y esto es verdadero en él y en vosotros—, pues las tinieblas pasan, y la luz verdadera brilla ya.
Quien dice que está en la luz y aborrece a su hermano está aún en las tinieblas. Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza. Pero quien aborrece a su hermano está en las tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe adónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos.

Salmo de hoy

Salmo 95,1-2a.2b-3.5b-6 R/. Alégrese el cielo, goce la tierra

Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra;
cantad al Señor, bendecid su nombre. R/.

Proclamad día tras día su victoria.
Contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones. R/.

El Señor ha hecho el cielo;
honor y majestad lo preceden,
fuerza y esplendor están en su templo. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Lucas 2,22-35

Cuando se cumplieron los días de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.»
Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo acostumbrado según la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:
«Ahora, Señor, según tu promesa,
puedes dejar a tu siervo irse en paz.
Porque mis ojos “han visto a tu Salvador”,
a quien has presentado ante todos los pueblos:
“luz para alumbrar a las naciones”
y gloria de tu pueblo Israel».
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, y dijo a María, su madre:
«Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones».

Reflexión del Evangelio de hoy

Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza

Para entender las primeras palabras de San Juan hay que tener en cuenta que en su tiempo había una corriente filosófica-religiosa que daba una importancia capital al conocimiento, de tal manera que afirmaba que el solo conocimiento de Dios era suficiente para la salvación. San Juan, como es normal, normal cristiano, rechaza esta doctrina. “Quien dice: Yo lo conozco y no guarda sus mandamientos es un mentiroso y la verdad no está en él”. La postura de Jesús a este respecto es bien clara: “Por sus frutos los conoceréis”. El pueblo fiel, con su sencilla y profunda sabiduría, tiene otro dicho que refleja lo mismo: “obras son amores y no buenas razones”. Quien dice conocer a Jesús y no le sigue con sus obras no es cristiano. Quien no vive el mandamiento del amor al hermano “está aún en las tinieblas”. El cristiano es el que vive el mandamiento siempre nuevo del amor. Ese “permanece en la luz y no tropieza”. Ese es el camino que debemos seguir.

 Será como una bandera discutida

María, fiel judía, y poco a poco “cristiana”, cumple la ley de Moisés con el rito de su purificación y con la presentación de Jesús en el Templo. Pero el personaje que más destaca en este fragmento evangélico es el anciano Simeón, “hombre honrado y piadoso que aguardaba el consuelo de Israel”, al que el Espíritu Santo le había hecho la promesa de “que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor”. Experimenta un profundo gozo al contemplar al Mesías y poderlo llevar en sus brazos, al que proclama Salvador y luz para todas las naciones. Lógica la intensa alegría de Simeón. Hablando de sentimientos, tanto José como María no salían de su asombro, “estaban admirados por lo que se decía del niño”.

María siguió admirándose, ahora con tono negativo, ante las nuevas palabras de Simeón, que resumió la vida y misión de Jesús: “será como una bandera discutida; así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma”. Así fue Jesús en su tiempo y siguió siéndolo a lo largo de la historia hasta nuestros días: “bandera discutida”. Unos con profunda alegría y emoción le aceptarán, le aceptamos, nombrándole nuestro Dios y Señor y Amigo, “nuestra vida”,  y otros le rechazaron y le crucificaron en su tiempo y hoy día otros le siguen matando, no dejándole entrar en sus vidas.