Sáb
22
Dic
2018

Evangelio del día

Tercera semana de Adviento

Proclama mi alma la grandeza del Señor

Primera lectura

Lectura del primer libro de Samuel 1,24-28:

En aquellos días, una vez que Ana hubo destetado a Samuel, lo subió consigo, junto con un novillo de tres años, unos cuarenta y cinco kilos de harina y un odre de vino. Lo llevó a la casa del Señor a Siló y el niño se quedó como siervo.
Inmolaron el novillo, y presentaron el niño a Elí. Ella le dijo:
«Perdón, por tu vida, mi Señor, yo soy aquella mujer que estuvo aquí en pie ante ti, implorando al Señor. Imploré este niño y el Señor me concedió cuanto le había mi pedido. Yo, a mi vez, lo cedo al Señor. Quede, pues, cedido al Señor de por vida».
Y se postraron allí ante el Señor.

Salmo de hoy

1S 2,1.45.6-7.8abcd R/. Mi corazón se regocija en el Señor, mi Salvador

Mi corazón se regocija en el Señor,
mi poder se exalta por Dios.
Mi boca se ríe de mis enemigos,
porque gozo con tu salvación. R/.

Se rompen los arcos de los valientes,
mientras los cobardes se ciñen de valor.
Los hartos se contratan por el pan,
mientras los hambrientos engordan;
la mujer estéril da a luz siete hijos,
mientras la madre de muchos queda baldía. R/.

El Señor da la muerte y la vida,
hunde en el abismo y levanta;
da la pobreza y la riqueza,
humilla y enaltece. R/.

Él levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para hacer que se siente entre príncipes
y que herede un trono de gloria. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Lucas 1,46-56

En aquel tiempo, María dijo:
«Proclama mi alma la grandeza del Señor,
“se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humildad de su esclava”.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí:
“su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación”.
Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
“derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia”
—como lo había prometido a “nuestros padres”—
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre».
María se quedó con Isabel unos tres meses y volvió a su casa.

Reflexión del Evangelio de hoy

Proclama mi alma la grandeza del Señor

Los protagonistas de las lecturas de hoy son Ana, María y… también nosotros. Ana, fervorosa creyente, había llorado ante su Dios y Señor su esterilidad y le había suplicado le concediese un hijo con la promesa de conságraselo a él. El Señor escuchó a Ana y Ana cumplió su promesa, que es lo que nos relata la primera lectura. Ofrece su hijo al Señor: “El Señor me ha concedido lo que pedía; por eso yo también se lo cedo al Señor y quedará cedido al Señor mientras viva”. Ciertamente cabe destacar que para Ana Dios era Dios a quien había que rendir todo el corazón, a quien había que adorar, a quien había que amar.

María, la madre de Jesús, la madre del Hijo de Dios, la que después del “susto” inicial ante el anuncio del ángel Gabriel y haber aceptado la propuesta de Dios, “he aquí la esclava del Señor hágase en mí según tu palabra”, sospechamos que muchas veces su corazón quedaría rendido a Dios y le daría continuas gracias “porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí”. El evangelio de hoy nos relata la expresión verbalizada de su agradecimiento al Señor. Es el conocido cántico del “Magníficat”, donde le da gracias, no solo por lo que le ha hecho a ella, sino por lo que nos ha hecho a todos nosotros, haciendo llegar su misericordia “a sus fieles de generación en generación”. Misericordia que llega también a  “Israel, su siervo”. Y nos recuerda su postura ante los soberbios, los ricos, los poderosos, los humildes, los hambrientos…

Los terceros protagonistas somos nosotros. En este adviento y siempre, debemos imitar a Ana y a María en los aspectos destacados en las lecturas de hoy. Debemos imitar a Ana teniendo siempre a Dios como lo que es, nuestro único Dios y Señor, con lo que eso lleva consigo. Debemos imitar a María dando continuas gracias a nuestro Dios por las maravillas que ha hecho y sigue haciendo en nosotros, empezando por el regalo de su Hijo.