Dom
25
Dic
2016

Homilía Natividad del Señor - Misa del día

La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre.

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

Mensajero de paz

La primera de las lecturas de este gran día nos muestra cómo los trabajadores del reino tienen el enorme cometido de ser pregoneros e impulsores de paz, de justicia y de vida. Pero los profetas no habían profundizado, ni siquiera sospechado, la hondura del Reino que anunciaban. Y es que la paz y la salvación de las que nos habla Isaías son vistas desde una perspectiva política. Pero la profundidad de lo que el profeta anuncia es lo que el ser humano más necesita, lo que solo Dios puede dar: la salvación.  Por eso, en este día, vemos cómo se cumplen las Escrituras y el heraldo que trae la paz y la buena nueva viene a dar la batalla contra todo error que corrompe el interior del ser humano, sabiendo, eso sí, que en esa batalla también está incluido el luchar contra el hambre y la opresión. Un día, el de hoy, en el que contemplamos que el mensaje de la paz es para cambiar al ser humano. Porque la humanidad aún puede ser mucho mejor y, por consiguiente, más feliz.

El Hijo como lenguaje de Dios

En el día de Navidad el autor de la carta a los Hebreos pone al Hijo de Dios, con toda solemnidad, en el centro de la historia. Y lo muestra como interlocutor entre Dios y la humanidad, porque la palabra definitiva que Dios nos ha trasmitido es por medio de su Hijo. Y es que la Encarnación se manifiesta a través de lo más profundo que Dios posee: su Palabra. Por medio de ella captamos que Jesucristo es el rostro humano de Dios. Así todo es más sencillo y más claro. Así sabemos cómo nos mira Dios cuando pasamos malos momentos; cómo nos busca cuando estamos desorientados; cómo nos comprende y perdona cuando lo echamos a un lado. No podemos olvidar que solo Jesús nos ha contado cómo es Dios, porque solo Él nos ha mostrado su gracia y su verdad. Quizá debemos quitarnos algunas ideas un tanto atrofiadas y poco humanas de Dios, y dejarnos seducir por ese Dios que se comunica con nosotros a través de su hijo Jesucristo.

La Palabra se hizo carne

La liturgia de este solemne día de Navidad nos pone como lectura evangélica el prólogo del evangelista Juan. En este magistral pórtico se nos indica cómo la Palabra es germen de vida, y cómo esa vida no se ha quedado oculta sino que resplandece y se manifiesta. Un ser divino que es también luz;  el Hijo unigénito de Dios que viene a este mundo y se hace carne. Y es que si nos damos cuenta, en el evangelio de este día los términos cambian si los comparamos con los utilizados en la pasada medianoche. Hoy no se nos habla del pesebre, ni de María y José, ni de pastores adorando, ni de ángeles proclamando la gloria de Dios. El evangelista Juan nos hace la invitación de introducirnos en el misterio de la Encarnación desde otra perspectiva más profunda, la cual encontramos en la parte central del prólogo: “La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros” (v. 14).

En el hombre Jesús resplandece de forma física la divinidad en la que todos y cada uno de nosotros somos fruto de esa Palabra misteriosa; esa Palabra que se ha hecho carne y habita en medio de nosotros. Una de las tentaciones más usuales que podemos tener los cristianos es expresar con admiración la encarnación de Dios, y luego ignorar que Cristo está en medio de nosotros. Pero los cristianos no podemos renunciar, ni ignorar lo más específico de nuestra fe. En el prólogo del evangelio de Juan encontramos la clave teológica de toda la grandeza que encierra nuestra fe cristiana: que en la Encarnación se ha revelado lo más genuino del ser humano pero, también, se ha revelado lo más auténtico de Dios y de su plan de salvación para toda la humanidad.

El misterio de la Encarnación nos acerca, sobre todo, a la dimensión humana de Jesucristo. Es la condición de niño frágil e indefenso lo que permite descubrir y afirmar su condición humana. La Encarnación no significa que Dios deja de ser Dios para hacerse humano, porque sabemos perfectamente que Dios se hace hombre sin dejar de Dios. Habría que ser valientes y quitar a la Navidad la desmesurada sensiblería que posee, para poder adentrarnos de lleno en la contemplación del misterio de la Encarnación de Dios. Un misterio al que tenemos que acercarnos en silencio y de rodillas, porque ni nuestra inteligencia ni nuestro lenguaje son capaces de comprender y expresar de forma adecuada. Solo se puede acceder desde la fe. Porque todo el prólogo del evangelio de Juan es una invitación a profesar nuestra fe, en esa Palabra que se ha encarnado.