Jue
22
Dic
2016

Evangelio del día

Cuarta semana de Adviento

Proclama mi alma la grandeza del Señor

Primera lectura

Lectura del primer libro de Samuel 1,24-28:

En aquellos días, una vez que Ana hubo destetado a Samuel, lo subió consigo, junto con un novillo de tres años, unos cuarenta y cinco kilos de harina y un odre de vino. Lo llevó a la casa del Señor a Siló y el niño se quedó como siervo.
Inmolaron el novillo, y presentaron el niño a Elí. Ella le dijo:
«Perdón, por tu vida, mi Señor, yo soy aquella mujer que estuvo aquí en pie ante ti, implorando al Señor. Imploré este niño y el Señor me concedió cuanto le había mi pedido. Yo, a mi vez, lo cedo al Señor. Quede, pues, cedido al Señor de por vida».
Y se postraron allí ante el Señor.

Salmo de hoy

1S 2,1.45.6-7.8abcd R/. Mi corazón se regocija en el Señor, mi Salvador

Mi corazón se regocija en el Señor,
mi poder se exalta por Dios.
Mi boca se ríe de mis enemigos,
porque gozo con tu salvación. R/.

Se rompen los arcos de los valientes,
mientras los cobardes se ciñen de valor.
Los hartos se contratan por el pan,
mientras los hambrientos engordan;
la mujer estéril da a luz siete hijos,
mientras la madre de muchos queda baldía. R/.

El Señor da la muerte y la vida,
hunde en el abismo y levanta;
da la pobreza y la riqueza,
humilla y enaltece. R/.

Él levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para hacer que se siente entre príncipes
y que herede un trono de gloria. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Lucas 1,46-56

En aquel tiempo, María dijo:
«Proclama mi alma la grandeza del Señor,
“se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humildad de su esclava”.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí:
“su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación”.
Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
“derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia”
—como lo había prometido a “nuestros padres”—
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre».
María se quedó con Isabel unos tres meses y volvió a su casa.

Reflexión del Evangelio de hoy

Próxima ya Noche Buena, las lecturas de hoy nos recuerdan cuán humilde ha de ser nuestro corazón, nuestro espíritu, toda nuestra persona en sí, para poder recibir el gran regalo de la Navidad: Jesús. Tanto Ana, la madre de Samuel, como María, la madre de Jesús, nos van a recordar que Dios escucha con atención la súplica sincera y humilde; y la responde con misericordia.

Mi corazón se regocija por el Señor

Samuel es ese hijo tan suplicado a Dios por Ana, madre estéril que sabe que el Salvador responde siempre. Ana representa, en esta ocasión, al Pueblo de Dios porque Samuel no es sólo un regalo para Ana, su madre, sino que es un don para el pueblo. Por esto, también cuando Samuel es consagrado a Dios, todo el pueblo se consagra a su Señor.

El cántico de Ana -su contenido, expresiones y vocabulario- es bastante semejante al de Moisés (Dt 32) y al del salmo 113. Y, aunque es ciertamente antiguo (ss. X-IX a.C.), continuó latiendo en la espiritualidad bíblica hasta el Magnificat que proclama María, la joven de Nazaret.

Se alegra mi espíritu en Dios

La alabanza -magnificat- de María al Señor es un cántico en el que exalta la continua presencia de Dios en su pueblo cumpliendo su promesa de generación en generación. María recuerda la promesa hecha por Dios desde Abrahán y, seguramente, ella estaría recordando también el cántico de Ana.

El Magnificat es una revolución evangélica: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y a los ricos los despide vacíos, enaltece a los humildes y colma a los hambrientos de bienes. Por boca de María se manifiesta lo que brota en su corazón y salta en su espíritu. Hoy estas palabras nos mueven a ver el mundo con los ojos de María: desempleados, maltratados, abandonados, despreciados, refugiados, migrantes, no nacidos… María nos trae la esperanza y, también, el ánimo a querer mirar y ver, ayudar y defender, recoger las tristezas y llevar alegrías, escuchar y hablar… La actitud es la humildad, el poder es la pobreza, los instrumentos son las palabras. La luz que ofrece nuestra fe no se puede ocultar debajo de medio celemín porque hace brotar la esperanza en los desiertos más áridos y genera amor en los corazones más pétreos. El Magnificat prolonga en nosotros la misericordia de Dios.

Esta es la Buena Noticia de la que María, la Inmaculada Virgen Madre de Dios, es portadora. Herederos de esta misión son los hijos e hijas de Santo Domingo de Guzmán quien, a través de la fundación de la Orden de Predicadores -22 de diciembre de 1216-, quiso anunciar a la Palabra Encarnada, Jesús, a todas las gentes de todas las épocas y culturas de ayer, hoy y mañana. Hoy la Familia Dominicana se siente agradecida por sus 800 años de historia y, a la vez, sigue empeñada en tan gran envío: anunciar la salvación a toda la humanidad de generación en generación.

¿Cuál es mi Magnificat a Dios?