Mié
25
Dic
2013

Homilía Natividad del Señor

En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

  • Cielo y tierra se unen: lo grandioso y lo sencillo

No cabe duda que la sencillez y cercanía que tiene la Navidad según el relato del evangelio de Lucas en la misa del Gallo, y que se expresa en la representación que se hace en los nacimientos, queda un tanto desbordada por el texto evangélico de Juan en esta misa, llamada “del día”. Todo lo que en el relato de Lucas hay de sencillo episodio de nuestro mundo, que entra por los ojos, es en Juan visión elevada que abruma por su grandiosidad. La Navidad es precisamente conjugar lo sencillo con lo grandioso, un niño con Dios, la noticia de que ha nacido un niño con la de que Aquel por quien todo fue hecho se hace carne humana. En definitiva es conjugar la vida divina y la humana.

Esa unión de lo que supera nuestra capacidad de conocer con lo que es evidente a nuestros ojos, de Dios con la Humanidad, ha sido una decisión del mismo Dios. Es Él quien decide hacerse carne. No ángel, ni espíritu humano, sino carne, es decir hombre en su dimensión total de espíritu y carne. Se hizo uno de nosotros y habitó en medio de nosotros, se sometió a las decisiones que los seres humanos tomamos unos respecto a otros, pasó por las alegrías y las penas de cualquier vida humana.

  • ¿Por qué Dios vino a nosotros?

¿Por qué hizo esto? Con un fin único salvar al ser humano, elevarle a una condición, a una dignidad que él no podía imaginar. Lo hizo para hacer ver, poder palpar, lo importante que es el ser humano a los ojos de Dios. En efecto, la Navidad es la fiesta de la humanidad, de la grandiosidad del ser humano. A partir de la Navidad, la naturaleza humana, la condición humana, es condición del ser de Dios, es naturaleza de Dios, Él la ha asumido. Y la ha asumido en su pobreza, en su debilidad, como naturaleza de un niño. ¿Cuándo el ser humano podía imaginar ser así considerado por Dios? Porque una cosa es que “ninguna nación tenía un Dios tan cercano” como confiesa el pueblo judío, y otra que la cercanía se convirtiera en hacerse hombre, carne humana, uno de ese pueblo.

  • Nuestra reacción ante la Navidad

Podemos alabar, gritar, la generosidad de Dios para con nosotros y nos quedaremos muy cortos. Pero sobre todo lo que la Navidad nos proclama es la dignidad del ser humano por el hecho de serlo, sea cual sea su edad, sus cualidades o defectos, su integridad o su degradación, su raza, su condición social...etc. Todo ser humano es carne de Dios.
La Navidad es el gran desafío a ver qué hacemos con nuestra condición humana, la que poseemos cada uno y la que los demás poseen. Si Dios se ha rebajado, haciéndose uno de tantos, como dice san Pablo, para liberarnos de lo que nos degrada, ¿qué hacemos nosotros para que nada degrade nuestra dignidad y la de los demás? ¿Cómo nos tratamos y cómo tratamos a los demás?

En Navidad Dios vino a nosotros para que fuéramos conscientes de nuestra dignidad, y, por tanto de lo que estamos llamados, individualmente y como familia humana, a ser. Es necesario mirar a Dios para alabarle y bendecirle, como hicieron ángeles y pastores en el relato de Lucas; pero sobre todo hemos de volver la vista hacia nosotros para ver si nos sentimos hijos de Dios, nacidos no sólo de amor carnal, de amor humano, sino también del amor de Dios, como dice el evangelio de Juan. Y si sentimos lo mismo respecto a los demás. No experimentar esa presencia dignificante de Dios en nosotros sería pertenecer al grupo de aquellos, de los que se dice en el texto evangélico: “vino a su casa, pero los suyos no le recibieron”. Si fuera así, no habría ninguna razón para celebrar la Navidad, es decir: la presencia de Dios entre nosotros, como un niño.