Dom
15
Mar
2009

Homilía Tercer Domingo de Cuaresma

Año litúrgico 2008 - 2009 - (Ciclo B)

Destruid este templo, y en tres días lo levantaré

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

  • No tomar el nombre de Dios en vano

En el texto del Éxodo, nos encontramos con el famoso Decálogo, “los diez mandamientos”.  El pueblo acepta ser el pueblo de Dios y éste le indica el camino a seguir para encontrar la liberación y la alegría de vivir. Es un camino donde hay que dar a Dios lo que es de Dios y a los hombres lo que es de los hombres. Tanto a Dios como a los hombres hay que darles amor y nunca ir en contra de ellos, como señala el Decálogo. Desde el principio, vemos a Dios unir para siempre a Dios y al hombre. La mejor manera de agradar a Dios y adorarle es amar al hombre. San Pablo acertó cuando nos dijo que el resumen de la Ley es el amor, el amor a Dios y al prójimo.

En el Decálogo, Yahvé insiste a los de su pueblo que no pueden tener otro Dios fuera de Él, porque no hay más que un solo Dios. Todos los demás son falsos dioses: “Yo soy el Señor, tu Dios. No tendrás otros dioses frente a mí. No te harás ídolos. No te postrarás ante ellos”. ¡Cuantos dolores de cabeza y amarguras del alma nos hubiésemos evitado los judíos y los cristianos respetando y viviendo este primer mandamiento de Dios!

Con frecuencia, el pueblo se fue detrás de dioses falsos. Tampoco hizo caso a Yahvé en otro punto importante: “No pronunciarás el nombre del Señor, tu Dios, en falso”. Esta actitud le llevó a ofrecer sacrificios a Dios, cuando su corazón estaba lejos de Dios. Pensaba que era suficiente ofrecer sacrificios de animales para agradar a Dios. Yahvé protesta contra esta actitud: “¿A mí qué tanto sacrificio vuestro. Harto estoy de holocaustos de carneros y de sebo de cebones”. En la misma línea, vamos a ver actuar a Jesús en el evangelio de hoy, expulsando del Templo a los vendedores de animales.

  • La verdadera religión

La alianza sellada por el pueblo de Israel con Yahvé se fue deteriorando en muchos puntos. Uno de ellos era el culto a Dios. Jesús quiere denunciar este error, esta mentira, para proclamar lo que verdaderamente agrada a Dios, lo que de verdad debemos ofrecer a Dios.

Muchos judíos se conformaban con ofrecer animales a Dios en su Templo, principalmente en la gran fiesta de la Pascua. Con eso pensaban agradar a Dios, aunque luego su vida se alejase de lo que Dios les había mandado. Se había caído en un culto vacío: ofrecer animales, sacrificios… pero el corazón de los oferentes estaba lejos de Dios y lejos de los hombres. Jesús se revela contra esta práctica. Con un gesto inusual en él, expulsa a los animales del Tempo y vuelca las mesas de los cambistas que habían convertido “la casa de mi Padre en un mercado”.

Jesús no anula el culto, la adoración a Dios, pero debe ser otro. El gran homenaje a Dios, el verdadero culto, la verdadera religión, la verdadera relación con Dios, consiste en ofrecer y entregar la propia vida a favor de los hermanos. Consiste en vivir como vivió el mismo Jesús, que vino para servir y no ser servido, que lavó los pies a sus seguidores, y les amó hasta el extremo.

  • Predicamos a Cristo crucificado.

San Pablo, por revelación especial, buen conocedor de Cristo, de su vida, muerte y resurrección, ante los griegos, ante los judíos (y nosotros hoy ante los de cualquier cultura que desconozca a Cristo deberemos hacer lo mismo), predica a “Cristo crucificado”, que es un auténtico escándalo para los judíos y una locura para los griegos. Sin embargo, para nosotros es fuerza de Dios, sabiduría de Dios.

Hay que volver a insistir en que al predicar y adorar a Cristo crucificado no estamos exaltando el dolor. Estamos exaltando el gran amor de Cristo hacia toda la humanidad, y dándole gracias porque nos ha enseñado el camino que lleva a vivir con sentido y esperanza nuestra vida terrena, y a la resurrección después de nuestra muerte. Lo que dice Jesús del templo de su cuerpo, “destruid este templo, y en tres días lo levantaré”, lo podemos decir de todos nosotros, sus seguidores, gracias a la intervención de Dios: “el que resucitó a Cristo también nos resucitará a nosotros”, probando así que el camino de entrega elegido y vivido por Jesús es el mejor camino para vivir la vida humana.