Dom
31
Mar
2013

Homilía Domingo de Resurrección

Año litúrgico 2012 - 2013 - (Ciclo C)

El que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

El acontecimiento de la pascua de Jesús trasciende la historia pero incide en ella. Sólo así los primeros discípulos, y los que han venido detrás, lo han descubierto, lo han experimentado. De ahí la capital importancia del testimonio de las personas que son testigos de la resurrección del Maestro en su propia experiencia pascual de conversión, de transformación luminosa conforme a la vida de quien vive para siempre. También el nuestro…

Lo que le ha sucedido a Jesús en Pascua no puede separarse de lo que fue su vida anterior al servicio del reino de Dios. Tampoco de la existencia de sus discípulos “tocada” por el Nazareno a lo largo de su convivencia con él y, ahora en pascua, enfocada, iluminada y esclarecida por la resurrección y la experiencia del Espíritu. Así, la Pascua permite un relectura con sentido de la vida de Jesús y de la de los discípulos. Por eso, la pascua, que supera la historia, remite constantemente a la historia de Jesús y a la de los suyos. También a nuestra propia historia y la de cualquier persona del mundo. La pascua es el drama de una salvación que todos hemos de experimentar y representar activamente. En ese drama se juega, como dice la primera lectura, “el perdón de los pecados”, la verdadera humanidad…

En efecto, la historia de Jesús y de sus discípulos recorre las lecturas de este Domingo. En realidad, debiéramos hacer un recorrido inverso al que se nos propone en la liturgia de la Palabra.

Lo primero (en el Evangelio) es la sorprendente experiencia del sepulcro vacío. El lugar de la muerte y de la oscuridad está vacío. María Magdalena lo descubre y lo cuenta a la comunidad. La comunidad acude a comprobar la veracidad de lo que se ha testificado. Lo hace por medio de sus representantes más importantes, no puede ser de otro modo: Pedro y el discípulo amado; se trata, ni más ni menos, que del primero entre los apóstoles y del modelo de lo que ha de ser un discípulo; el prototipo del buen discípulo; “el” discípulo con artículo determinado. El sepulcro vacío es un signo que se inscribe en la historia y que ha de ser interpretado, pues no deja de tener su ambigüedad. El discípulo amado descubre su significado. Pero lo hace con el auxilio de la Escritura, de la Palabra que el propio Jesús había dicho. La Palabra interpreta y da sentido a la vaciedad del sepulcro: “pues hasta entonces no habían entendido la Escritura; que él había de resucitar de entre los muertos”. Jesús ha resucitado y esto tiene consecuencias…

Hemos de acudir ahora a la primera lectura. Allí encontramos a Pedro, al que ha hecho la experiencia del sepulcro vacío, al que es el primero entre los discípulos, al que da solidez a la fe de todos los que vienen después. A él, la resurrección de Jesús le ha cambiado la vida. Ese cambio le ha convertido en un testigo de la resurrección, como al resto de discípulos. Y como testigo testifica con su existencia nueva y con su palabra que Jesucristo ha vencido a la muerte y que su pascua tiene que ver, no sólo con su vida, sino con la de cualquier hombre y mujer. Se intuye aquí que la universalidad de aquel acontecimiento se despliega en la universalidad de todos y de cada uno de los seres humanos alcanzados por ella en la historia.

Pedro anuncia el kerigma. Se trata del anuncio básico de la fe cristiana tras la Pascua. Si lo escuchamos con atención, es una lectura apasionada de la historia de Jesús a partir de la pascua que, además, se cuenta desde la implicación del relator en ella. Una implicación a modo de testigo: el aval del anuncio es la vida del que lo hace (el testimonio).

En el anuncio kerigmático Pedro despliega la historia de Jesús; desgrana los hechos concretos más destacable de lo que aquel hombre hizo; todo el mundo, pues, ha tenido la oportunidad de verlo o conocerlo. Sin embargo, hay algo que no es evidente y hay que evidenciar. Algo que, finalmente, es la clave que explica la historia de Jesús y la del testigo: Dios. En aquella historia de Jesús estaba Dios de una forma única. Y esto lo ha descubierto de verdad Pedro en la Pascua (“pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver”). Con esa clave lee la historia de Jesús y la suya propia. Ahora, él es un testigo. Su historia ha de prolongar y hacer presente la historia de Jesús, el Salvador, el Hijo de Dios (“nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado juez de vivos y de muertos”). La historia de ese testimonio siga abierta. Ha llegado hasta nosotros y, en el hoy de la Pascua 2013, nos afecta, nos implica y nos compromete. También nosotros somos testigos en la historia de la Resurrección con la Palabra y con la vida. Y lo hemos de ser no durmiéndonos en los laureles de lo ya sabido y conocido, sino renovando nuestro adhesión pascual a Cristo y a la Iglesia, al renovar nuestro bautismo en esta Pascua. Algo de eso es lo que recuerda la segunda lectura. Con la evocación de alguna de sus frases terminamos: “ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde esta Cristo… aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra”.