Mié
3
Abr
2013
Quédate con nosotros porque atardece y el día va de caída.

Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 3, 1-10

En aquellos días, Pedro y Juan subían al tempo, a la oración de la hora nona, cuando vieron traer a cuestas a un lisiado de nacimiento. Solían colocarlo todos los días en la puerta del templo llamada «Hermosa, para que pidiera limosna a los que entraban. Al ver entrar en el templo a Pedro y a Juan, les pidió limosna. Pedro, con Juan a su lado, se quedó mirándolo y le dijo:
«Míranos».
Clavó los ojos en ellos, esperando que le darían algo. Pero Pedro le dijo:
«No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda».
Y agarrándolo de la mano derecha lo incorporó. Al instante se le fortalecieron los pies y los tobillos, se puso en pie de un salto, echó a andar y entró con ellos en el templo por su pie, dando brincos y alabando a Dios. Todo el pueblo lo vio andando y alabando a Dios, y, al caer en la cuenta de que era el mismo que pedía limosna sentado en la puerta Hermosa del templo, quedaron estupefactos y desconcertados ante lo que le había sucedido.

Salmo de hoy

Salmo 104, 1-2. 3-4. 6-7. 8-9 R/. Que se alegren los que buscan al Señor

Dad gracias al Señor, invocad su nombre,
dad a conocer sus hazañas todos los pueblos.
Cantadle al son de instrumentos,
hablad de sus maravillas. R/.

Gloriaos de su nombre santo,
que se alegren los que buscan al Señor.
Recurrid al Señor y a su poder,
buscad continuamente su rostro. R/.

¡Estirpe de Abrahán, su siervo;
hijos de Jacob, su elegido!
El Señor es nuestro Dios,
él gobierna toda la tierra. R/.

Se acuerda de su alianza eternamente,
de la palabra dada, por mil generaciones;
de la alianza sellada con Abrahán,
del juramento hecho a Isaac. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Lucas 24, 13-35

Aquel mismo día, el primero de la semana, dos de los discípulos de Jesús iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos setenta estadios; iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.
Él les dijo:
«¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?».
Ellos se detuvieron con aire entristecido. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió:
«¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabe lo que ha pasado estos días?».
Él les dijo:
«¿Qué».
Ellos le contestaron:
«Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron».
Entonces él les dijo:
«¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria».
Y, comenzado por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras.
Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo:
«Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída».
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista.
Y se dijeron el uno al otro:
«¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?».
Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo:
«Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón».
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Reflexión del Evangelio de hoy

  • Les costó creérselo

Todos los relatos evangélicos coinciden en que ningún seguidor de Jesús, de los que habían compartido vida con él, se creyó lo de su resurrección a la primera. Un caso más es el de los discípulos de Emaús. No hicieron caso a algunas mujeres “de las nuestras” que a través de unos ángeles les aseguraron que “estaba vivo”. Pero cuando fueron “de los nuestros” a ese lugar “a él no lo vieron”.

  •  Jesús no puede dejar de trabajar

Dios, según el Génesis, al crear el mundo, trabajó durante seis días, y sólo se permitió descansar el día séptimo. A Jesús, su Hijo, en la nueva creación, en la creación de “hombres nuevos”, de hombres y mujeres “cristificados”, le sucede lo mismo. Tiene que seguir trabajando, después de su resurrección, durante seis días a la semana y descansar, si cabe, los domingos.

Poco después de su resurrección, tuvo que aparecerse a sus seguidores, a los once, a las mujeres, a más quinientos, a los discípulos de Emaús… y seguir trabajando, para convencerles de su resurrección, de que Dios le había llevado a la vida plena para siempre. Para ello, les explicó las Escrituras, les habló como él solo sabe hacerlo, pasó un largo rato con ellos a la mesa… hasta ponerles fuego y luz en su corazón.

La verdad es que no tenemos que pedir a Jesús que siga a nuestro lado y que no se quede sentado en el cielo, a la diestra de Dios Padre. Él se comprometió a seguir trabajando con nosotros. “No os dejaré huérfanos”. No hace falta que le digamos: “Quédate con nosotros porque atardece y el día va de caída”.

  •  Sabemos dónde trabaja

Algunos cristianos se quejan de que es difícil encontrar a Jesús, que parece que se esconde, que no es claro. A los de Emaús les pasó algo de eso. Pero Jesús se puso a tiro y le encontraron y le reconocieron “en la fracción del pan”. Es decir, en “la entrega”. Si caminamos por el camino de la entrega, del amor, del servicio, de la dedicación a los demás…

Encontraremos a Jesús, que seguirá trabajando nuestro, a veces, torpe y necio corazón para regalarnos, un día sí y otro también, su luz, su amor, sus sentimientos, su nueva vida, su resurrección…

El caso es que si caminamos por el camino del egoísmo, de la no fracción de nuestro pan, de la no entrega de nuestra vida… va a ser muy difícil encontrar a Cristo y que él pueda trabajar y cambiar nuestro corazón.