Dom
26
Dic
2010

Homilía La Sagrada Familia

Y, avisado en sueños, se retiró a Galilea y se estableció en un pueblo llamado Nazaret. Así se cumplió lo que dijeron los profetas, que se llamaría Nazareno.

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

“El destierro como experiencia de libertad”

¿Hay algo en la tierra que sea parecido a lo que podamos imaginar que haya en el cielo? Se me ocurre que la familia es lo más parecido, pues imaginamos una comunidad de vida y amor entre Dios y su creación, íntima y permanente a la vez… como son los vínculos que en la familia se crean para siempre. Es un misterio la necesidad que tiene el huérfano de saber quién es su madre, como también lo es la necesidad que tenemos de encontrar a Dios, como padre y madre, que estructura en un mismo vínculo lo consanguíneo terrestre y lo espiritual celeste: no es más que la encarnación. Por eso Dios quiso nacer en una familia, y desde entonces la familia es sagrada, como sagrado es todo lo que Dios toca.

Esta fiesta de la sagrada familia pudiera ser presentada con mucha dulzura y regocijo, pero Mateo nos abre una página de la familia de Nazaret en pleno camino doloroso y de destierro. Jesús, María y José viven la condición dramática de los prófugos; recorren un camino que anticipa, en cierto sentido, el camino del Calvario (incertidumbre, miedo, inseguridad). También hoy tenemos demasiadas familias que pueden reconocerse en este relato. En tierras lejanas no siempre se encuentra la verdadera acogida, el respeto y reconocimiento de la dignidad humana y con demasiada frecuencia tienen que enfrentarse a la hostilidad, a los prejuicios, a las sospechas… a la marginación.

Hoy, un poco más allá del recurrido cuadro de la familia de Nazaret subida al borriquillo, sería importante colocarse delante de cuadro cercano de tantas familias inmigrantes, deportadas, refugiadas… que esperan encontrar un lugar digno y seguro donde vivir la aventura de la dignidad humana; como el calor, la seguridad, la pertenencia que necesitan encontrar los niños en el ámbito familiar; como el que necesitamos encontrar los cristianos en ámbito eclesial.

Pero para cada uno de nosotros puede haber también un destierro entendido como experiencia de libertad. Se trata de advertir todo lo que en nuestro mundo representa una amenaza para la persona, la vida, la libertad, el espíritu y la misma familia. Se trata de poner a salvo los valores más preciosos, aquellos que son transparentes a la luz de la patria verdadera, de un mundo distinto, de una manera de ser y de estar… al estilo de José, “hombre de sueños” que acepta la intervención de lo alto, que está y es sensible a la invitación de partir, es decir, de dejar sitio a la Voz de quien bien sabe de lo humano pues es creatura suya; y acepta estar en “otro lugar” respecto al mundo y su criterios, una tierra amplia, sin fronteras ni barreras, donde se saborean la gratuidad, la pertenencia y la paz. La tierra donde cada uno puede ser él mismo, en la verdad de su ser, en comunión con Dios y con los demás… y el camino que lleva a ese Reino, puede ser precisamente el del destierro, el del alejamiento de ese mundo artificial y decrépito obra de la injusticia.

El trozo que hemos leído del Eclesiástico nos ayuda a ponernos en contacto igualmente con ese otro destierro interior, hacia dentro de nuestra propia familia, de nuestra comunidad, de nuestra iglesia, donde los que menos cuentan, los ancianos por ejemplo, son ignorados o arrinconados. La insistencia en la observancia del cuarto mandamiento, “honrar” nos pone en contacto con reconocer el valor, el carácter sagrado de la persona, independientemente de que su manos puedan sernos o no útiles; la delicadeza con los miembros más débiles de nuestra familia, de nuestra comunidad, puede convertirse en el soporte más sólido y testimonial de la familia, de la comunidad, sin tener que recurrir a ninguna defensa política.

La fiesta de la sagrada familia nos recuerda oportunamente que en ese espacio sagrado, que lo es porque Dios lo ha tocado, se celebra la insustituible liturgia de lo cotidiano, hecha gesto recíproco entre todos sus miembros, compromiso de amor y pertenencia, comunidad de vida y amor… capaz de ser sagrada porque quien la ha tocado con su nacimiento, es sagrado.