Dom
18
Jun
2017

Homilía Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo

Año litúrgico 2016 - 2017 - (Ciclo A)

El que coma de este pan vivirá para siempre

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

Recordar es comprometerse con la vida

Decimos que la Eucaristía es un “memorial”, una experiencia que actualiza y hace presente lo sucedido en el pasado. Por eso necesitamos recordar, volver a pasar por la vida y el corazón aquello que marca nuestra identidad como creyentes. Recordar experiencias que hablan de superación personal, de conquistas de la humanidad. Pero también lo que se nos ha regalado gratuitamente. ¿No notamos que somos puro don? Hemos sido bendecidos desde lo más profundo de nuestra existencia. Recordar experiencias de gracia y salvación es sintonizar con el Dios que nos amó primero, el mismo que nos ha sacado de amargos desiertos y nos ha conducido con misericordia. El que nos ha dado lo necesario y nos sigue sosteniendo en su Providencia… En lo más hondo, el recuerdo actualiza el agradecimiento, nos compromete con el presente y nos da razones para buscar una vida más plena.

Unidos formamos un solo cuerpo

Como el pan contiene en sí muchos granos de trigo, o el vino muchas uvas que perdieron lo propio para hacerse alimento, así lo humano adquiere mayor sentido cuando lo vivimos en plural. Somos por otros, somos para otros. La Eucaristía empuja a salir del individualismo y construye comunidad, pueblo, humanidad. La profecía cristiana de todos los tiempos nos urge a crear fraternidades que hagan real el Cuerpo vivo de Cristo a lo largo de la Historia. Éste sigue siendo el horizonte y el desafío de la Iglesia: integrar a otros, acompañar a los más débiles, actualizar el amor, sentirnos protagonistas y miembros vivos de un Cuerpo que –aun en construcción- quiere ofrecer a todos una experiencia de felicidad auténtica.

Yo soy el pan vivo: hay un alimento que da vida

Nuestra sociedad consume con demasiada voracidad alimentos que frustran. Acumulamos relaciones que hacen daño, sensaciones nuevas que acaban empobreciéndonos, ofertas publicitarias que nada nos solucionan. Nuevas sabidurías, planteamientos, ideologías, estilos de vida… ¿Qué puede nutrirnos en plenitud mientras pasamos por este mundo que no engañe ni caduque? La Iglesia ofrece, en la Eucaristía, a Cristo mismo. Es su Palabra el pan que alimenta. Lo son las posibilidades de alegría, fortaleza y esperanza que Él ofrece y que son reales. Y el nuevo modo de mirar y afrontar la realidad desde el amor, la entrega, la valentía, el compromiso… En Cristo hay, y habrá siempre, alimento del bueno.

Vivir para siempre

¿Quién no lo desea? La plenitud creemos que está en lo eterno, lo que tiene garantía de ser “para siempre”. Porque lo efímero limita lo humano y lo decepciona. En la Eucaristía “se nos da la prenda de la gloria futura”, y se nos recuerda que la persona está hecha para lo grande, para traspasar lo temporal y conquistar lo que no tiene límites. Y lo eterno también se puede gozar en esta tierra: el amor, la solidaridad, el servicio, el trabajo por la paz… son experiencias que lo adelantan. “Jesús, a quien ahora veo oculto, te ruego que se cumpla lo que tanto ansío: que al mirar tu rostro cara a cara, sea yo feliz viendo tu gloria”.

Dios está aquí: convertirse en Eucaristía

Así cantamos y confesamos desde antiguo. “Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias, a Ti se somete mi corazón por completo, y se rinde totalmente al contemplarte”. Es el sacramento que lo hace presente y cercano. Nos lo dice la fe, pero también la intuición espiritual. Volver a Cristo en la Eucaristía es tocar la carne de Dios, su presencia real y auténtica, quedar sobrecogido ante la cercanía del Misterio. Y no sólo eso: es salir a reconocerlo en la carne del pobre, del hermano, que también lo oculta y lo acerca a la vez. Y convertirse uno en aquello que contempla: cuerpo que se rompe en la entrega, sangre que se vierte por los demás en los pequeños intentos de que este mundo sea mejor.

Día de la caridad: Llamados a ser comunidad

El Corpus Christi -no puede ser de otra manera-, nos trae el “Día de la Caridad”. No se trata de dar limosna, sino de convertirse uno mismo en amor en medio de este mundo. Somos invitados a crecer en comunión en todas las realidades en las que vivimos, a cultivar una “espiritualidad de la comunión” en nuestra manera de mirar a los otros, a promover cauces para vivir una mayor comunión con los que sufren.