Lun
1
Nov
2010

Homilía Solemnidad de Todos los Santos

Año litúrgico 2009 - 2010 - (Ciclo C)

La salvación es de nuestro Dios…

Introducción

La festividad de Todos los Santos tiene honda raigambre familiar. El pueblo cristiano, la gente sencilla, los fieles de a pie… se sienten muy identificados con esta fiesta. Otras fiestas son de otros santos; ésta es de los nuestros. Esta es la fiesta propia. En ella se reivindica la santidad de nuestros antepasados, de los abuelos, de los padres, de nuestros mayores. Quizá por esto está pegada al Día de Difuntos.

Es el reconocimiento de una multitud inmensa de santos anónimos, no canonizados pública y oficialmente, pero cargados de vida evangélica, de experiencia de Dios, de sentimientos y obras de caridad y misericordia, de compromisos sostenidos con la justicia y la solidaridad especialmente con los más pobres y necesitados. Es el reconocimiento de la santidad presente en tantas personas que han reflejado en su vida el rostro de Dios, el hacer de Dios Padre de Jesús. No han tenido vidas noticiables. No han realizado obras espectaculares. No han hecho milagros. Han sido personas normales y corrientes: amas de casa y madres de familia, campesinos y obreros trabajando para sacar adelante la familia, religiosas o religiosos humildes en porterías conventuales o en puesto de misión, agentes de caridad y justicia, niños inocentes y a veces personas con vidas complejas y convulsas. Es la santidad dispersa y arraigada en la vida de cada día.

Esta fiesta nos obliga a revisar nuestras ideas sobre la santidad. Nos obliga a recuperar la memoria perdida de tanta santidad escondida detrás de esas vidas anónimas, que, según el Apocalipsis, son millones y millones. Es una fiesta propicia para renovar la profesión de fe en la comunión de los santos.