Sáb
8
Abr
2017

Evangelio del día

V Semana de Cuaresma

Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo

Primera lectura

Lectura de la profecía de Ezequiel 37, 21-28

Esto dice el Señor Dios:

«Recogeré a los hijos de Israel de entre las naciones adonde han ido, los reuniré de todas partes para llevarlos a su tierra. Los hará una sola nación en mi tierra, en los montes de Israel. Un solo rey reinará sobre todos ellos. Ya no serán dos naciones ni volverán a dividirse en dos reinos.

No volverán a contaminarse con sus ídolos, sus acciones detestables y todas sus transgresiones. Los liberaré de los lugares donde habitan y en los cuales pecaron. Los purificaré; ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios.

Mi siervo David será su rey, el único pastor de todos ellos. Caminarán según mis preceptos, cumplirán mis prescripciones y las pondrán en práctica. Habitarán en la tierra que yo di a mi siervo Jacob, en la que habitaron sis padres: allí habitarán ellos, sus hijos y los hijos de sus hijos para siempre, y mi siervo David será su príncipe para siempre.

Haré con ellos una alianza de paz, una alianza eterna. Los estableceré, los multiplicaré y pondré entre ellos mi santuario para siempre; tendré mi morada junto a ellos, yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y reconocerán las naciones que yo soy el Señor que consagra Israel, cuando esté mi santuario en medio de ellos para siempre».

Salmo de hoy

Jer 31, 10. 11-12ab. 13 R/. El Señor nos guardará como un pastor a su rebaño

Escuchad, pueblos, la palabra del Señor,
anunciadla a las islas remotas:
«El que dispersó a Israel lo reunirá,
lo guardará como un pastor a su rebaño. R/.

Porque el Señor redimió a Jacob,
lo rescató de una mano más fuerte».
Vendrán con aclamaciones a la altura de Sión,
afluirán hacia los bienes del Señor. R/.

Entonces se alegrará la doncella en la danza,
gozarán los jóvenes y los viejos;
convertiré su tristeza en gozo,
los alegraré y aliviaré sus penas. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Juan 11, 45-57

En aquel tiempo, muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él. Pero algunos acudieron a los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús.

Los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron el Sanedrín y dijeron:
«¿Qué hacemos? Este hombre hace muchos signos. Si lo dejamos seguir, todos creerán en él, y vendrán los romanos y nos destruirán el lugar santo y la nación».

Uno de ellos, Caifás, que era sumo sacerdote aquel año, les dijo:
«Vosotros no entendéis ni palabra; no comprendéis que os conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera».

Esto no lo dijo por propio impulso, sino que, por ser sumo sacerdote aquel año, habló proféticamente, anunciando que Jesús iba a morir por la nación; y no solo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos.

Y aquel día decidieron darle muerte. Por eso Jesús ya no andaba públicamente entre los judíos, sino que se retiró a la región vecina al desierto, a una ciudad llamada Efraín, y pasaba allí el tiempo con los discípulos.

Se acercaba la Pascua de los judíos, y muchos de aquella región subían a Jerusalén, antes de la Pascua, para purificarse. Buscaban a Jesús y, estando en el templo, se preguntaban:
«¿Qué os parece? ¿Vendrá a la fiesta?».

Los sumos sacerdotes y fariseos habían mandado que el que se enterase de dónde estaba les avisara para prenderlo.

Reflexión del Evangelio de hoy

Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo

El profeta Ezequiel, participando con su pueblo del exilio, les habla en nombre de Dios.

En una situación de destierro y sufrimiento, de horizontes cerrados, de realidad teñida de oscuros colores, el profeta tiene la capacidad de recuperar la memoria de la Alianza que Dios había hecho con su pueblo en la antigüedad y de proyectarla al futuro para generar un presente en el que la esperanza sea posible.

Una secuencia histórica, que por la situación en la que vivían podría ser una relación de lamentos, se presenta como el tiempo en el que Dios se hizo presente a través de su Alianza con el pueblo, Alianza que va a seguir manteniendo con él.

La función del profeta al expresar públicamente la esperanza es recordar al pueblo que su origen, su referencia única, su posibilidad de ser… se hallan en la fidelidad absoluta de Dios. Si la realidad de aflicción no deja lugar al optimismo, el Dios libre anuncia que esa situación va a cambiar. Su palabra crea la esperanza donde era impensable poder hallarla. Y despierta dinamismos, -que habían quedado sepultados bajo la tristeza, la angustia, la sensación de abandono- que son capaces de poner en marchar y llevar a la vida la novedad que la Palabra anuncia.

Esto, como sabemos, no era exclusivo del pueblo de Israel. Esa Palabra atraviesa la historia para llegar a cada uno de nosotros y hacerse realidad…

Quizá hoy podemos reflexionar en la doble vertiente que la Palabra nos plantea: ¿la recibo con la actitud que hace posible la novedad de Dios en mi vida? ¿cómo pongo en ejercicio la dimensión profética recibida en el bautismo? ¿mi vida, mis actitudes, mis palabras… abren horizontes, ayudan a que la esperanza asome, colaboran en el nacimiento de lo nuevo que Dios anuncia?

¿Qué estamos haciendo?

El evangelio de Juan nos viene mostrando la confrontación frecuente de Jesús con los escribas y fariseos. Diálogo de sordos en gran parte de las ocasiones, porque lo que aparece en aquellos a los que Jesús se dirige es la decisión previa de no aceptar la propuesta de Jesús.

En algunos pasajes, que reflejan la situación de la comunidad del evangelista, parece que Jesús no puede ser aceptado porque sus propuestas contradicen la tradición, las convicciones, las normas… heredadas de Moisés. La necesidad de aferrarnos a nuestros principios es tan grande que no podemos ver lo que está delante de nuestros ojos, lo evidente.

Pero hoy, los actores de este drama se descubren a fondo: “¿Qué estamos haciendo?”

Muchos creían en Jesús. Y eso se convertía en un peligro muy serio para ellos, porque ponía en riesgo su organización, sus privilegios, su poder, sus intereses, el “aparato” institucional que tenían montado que les situaba en la cima de la pirámide y les confería autoridad para decidir ¡incluso sobre la vida de otros! La muerte de Jesús era una minucia comparada con la importancia de mantener su posición…

Es mucho más sencillo “adorar” a Dios desde los ritos que aceptarlo como Jesús se esforzaba por presentarlo, sobre todo si ocupamos la “cúspide” de la sociedad.

Pero también para los que no somos sino uno de tantos existe esa tentación. Un Dios que comparte, que lo entrega todo, que da la vida, que camina con nosotros, que nos invita a seguirle, puede parecernos mucho más exigente que el cumplir unas normas porque capta la totalidad de la vida…

Tal vez no nos hemos dado ocasión suficiente para comprender que entregarse no es desprenderse de algo que me pertenece, sino compartir lo que he recibido, en última instancia, de Dios.