Mar
11
Abr
2017

Evangelio del día

Semana Santa

Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar

Primera lectura

Lectura del libro de Isaías 49, 1-6

Escuchadme, islas; atended, pueblos lejanos:

El Señor me llamó desde el vientre materno,
de las entrañas de mi madre, y pronunció mi nombre.

Hizo de mi boca una espada afilada,
me escondió en la sombra de su mano;
me hizo flecha bruñida, me guardó en su aljaba
y me dijo: «Tú eres mi siervo, Israel,
por medio de ti me glorificaré».

Y yo pensaba: «En vano me he cansado,
en viento y en nada he gastado mis fuerzas».

En realidad el Señor defendía mi causa,
mi recompensa la custodiaba Dios.

Y ahora dice el Señor,
el que me formó desde el vientre como siervo suyo,
para que le devolviese a Jacob,
para que le reuniera a Israel;
he sido glorificado a los ojos de Dios.

Y mi Dios era mi fuerza:
«Es poco que seas mi siervo
para restablecer las tribus de Jacob
y traer de vuelta a los supervivientes de Israel.

Te hago luz de las naciones,
para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra».

Salmo de hoy

Salmo 70. 1-2. 3-4a. 5-6ab. 15ab y 17 R/. Mi boca contará tu salvación, Señor

A ti, Señor, me acojo:
no quede yo derrotado para siempre;
tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo,
inclina a mí tu oído, y sálvame. R/.

Sé tú mi roca de refugio,
el alcázar donde me salve,
porque mi peña y mi alcázar eres tú.
Dios mío, líbrame de la mano perversa. R/.

Porque tú, Señor, fuiste mi esperanza
y mi confianza, Señor, desde mi juventud.
En el vientre materno ya me apoyaba en ti,
en el seno tú me sostenías. R/.

Mi boca contará tu justicia,
y todo el día tu salvación.
Dios mío, me instruiste desde mi juventud,
y hasta hoy relato tus maravillas. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Juan 13, 21-33. 36-38

En aquel tiempo, estando Jesús a la mesa con sus discípulos, se turbó en su espíritu y dio testimonio diciendo:
«En verdad, en verdad os digo: uno de vosotros me va a entregar».

Los discípulos se miraron unos a otros perplejos, por no saber de quién lo decía.

Uno de ellos, el que Jesús amaba, estaba reclinado a la mesa en el seno de Jesús. Simón Pedro le hizo señas para que averiguase por quién lo decía.

Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó:
«Señor, ¿quién es?».

Le contestó Jesús:
«Aquel a quien yo le dé este trozo de pan untado».

Y, untando el pan, se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote. Detrás del pan, entró en él Satanás. Entonces Jesús le dijo:
«Lo que vas a hacer, hazlo pronto».

Ninguno de los comensales entendió a qué se refería. Como Judas guardaba la bolsa, algunos suponían que Jesús le encargaba comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres.

Judas, después de tomar el pan, salió inmediatamente. Era de noche.

Cuando salió, dijo Jesús:
«Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijitos, me queda poco de estar con vosotros. Me buscaréis, pero lo que dije a los judíos os lo digo ahora a vosotros:
“Donde yo voy no podéis venir vosotros”».

Simón Pedro le dijo:
«Señor, ¿adónde vas?».

Jesús le respondió:
«Adonde yo voy no me puedes seguir ahora, me seguirás más tarde».

Pedro replicó:
«Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Daré mi vida por ti».

Jesús le contestó:
«¿Conque darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes de que me hayas negado tres veces».

Reflexión del Evangelio de hoy

El Señor me llamó

Siempre la palabra de Dios, cuando la leemos, cuando la proclamamos, se dirige a cada uno de nosotros, en nuestro contexto vital. Nosotros, cristianos de 2017, a punto de recordar y celebrar los últimos metros de la vida terrena de Jesús, su muerte y su resurrección, no podemos menos de escuchar las palabras de Isaías teniendo de trasfondo al siervo de Yahvé, como vividas por Jesús y como dirigidas a nosotros.

Salvando las distancias, Jesús queda bien reflejado en las palabras de esta primera lectura. Predicó el evangelio, su buena noticia, siendo su boca “como espada afilada”, y fue “luz de las naciones”. También experimentó el cansancio cuando vio que muchos de sus oyentes no le hacían caso y le daban la espalda: “en vano me he cansado”. Pero recobraba fuerzas porque bien sabía que su Padre no le dejaba nunca solo. “¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí?... Creedme que yo estoy en el Padre y el Padre en mí”. Y la prueba clara es que al tercer día le resucitó.

Como seguidores de Jesús, tenemos que imitarle en sus actitudes fundamentales. Hemos de sentirnos elegidos por él para seguirle, “desde el vientre materno”, para vivir y predicar el evangelio por todo el mundo y alegrar así la vida de nuestros hermanos, “para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra”. Aunque nos puedan venir momentos de cansancio y de desaliento, Él no nos va a dejar solos. “Yo estaré siempre con vosotros hasta la consumación de los siglos”. Esta es nuestra fuerza y nuestra esperanza.

"Profundamente conmovido…”. Una traición y una negación

Momentos duros para Jesús los que nos relata el evangelio de hoy. Si hay algo que hiere el alma de cualquiera es la traición de un amigo. Jesús es traicionado por uno de sus amigos, por uno de los que él había elegido para seguirle y ser continuador de su obra. No fue una traición de rango menor. Judas traiciona a Jesús, entregándole a sus enemigos que le buscaban para matarle. No es extraño que Jesús se sintiera “profundamente conmovido”: “Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar”.

El evangelio de hoy nos relata también el preludio de una nueva traición, de otro de sus amigos, la de Pedro. Estaba dispuesto a dar su vida por él, pero al final acabó negando su relación con él, afirmando que ni le conocía.

Nosotros, que también estamos dispuestos a dar la vida por Jesús por lo mucho que ha hecho por nosotros, pero que también estamos aquejados de la debilidad humana, debemos pedir insistentemente a Jesús que nos ayude a no negarle, a no traicionarle… y si la debilidad nos vence, que nos arrepintamos y volvamos a él, para que nos pueda preguntar llamándonos por nuestro nombre: “Pedro, ¿me amas?