Jue
5
Abr
2018
Sabían bien que era el Señor

Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 3, 11-26

En aquellos días, mientras el paralítico curado seguía aún con Pedro y Juan, todo el pueblo, asombrado, acudió corriendo al pórtico llamado de Salomón, donde estaban ellos.
Al verlo, Pedro dirigió la palabra a la gente:
«Israelitas, ¿por qué os admiráis de esto? ¿Por qué nos miráis como si hubiéramos hecho andar a este con nuestro propio poder o virtud? El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, al que vosotros entregasteis y de quien renegasteis ante Pilato, cuando había decidido soltarlo.
Vosotros renegasteis del Santo y del Justo, y pedisteis el indulto de un asesino; matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello.
Por la fe en su nombre, este, que veis aquí y que conocéis, ha recobrado el vigor por medio de su nombre; la fe que viene por medio de él le ha restituido completamente la salud, a la vista de todos vosotros.
Ahora bien, hermanos, sé que lo hicisteis por ignorancia, al igual que vuestras autoridades; pero Dios cumplió de esta manera lo que había predicho por los profetas, que su Mesías tenía que padecer.
Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados; para que vengan tiempos de consuelo de parte de Dios, y envíe a Jesús, el Mesías que os estaba destinado, al que debe recibir el cielo hasta el tiempo de la restauración universal, de la que Dios habló desde antiguo por boca de sus santos profetas.
Moisés dijo: “El Señor Dios vuestro hará surgir de entre vuestros hermanos un profeta como yo: escuchadle todo lo que os diga; y quien no escuche a ese profeta será excluido del pueblo”. Y, desde Samuel en adelante, todos los profetas que hablaron anunciaron también estos días.
Vosotros sois los hijos de los profetas, los hijos de la alianza que hizo Dios con vuestros padres, cuando le dijo a Abrahán: “En tu descendencia serán bendecidas todas las familias de la tierra”. Dios resucitó a su Siervo y os lo envía en primer lugar a vosotros para que os traiga la bendición, apartándoos a cada uno de vuestras maldades».

Salmo de hoy

Salmo 8, 2a y 5. 6-7. 8-9 R/. ¡Señor, Dios nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra!

Señor, Dios nuestro,
¿qué es el hombre para que te acuerdes de él,
el ser humano, para mirar por él? R/.

Lo hiciste poco inferior a los ángeles,
lo coronaste de gloria y dignidad,
le diste el mando sobre las obras de tus manos.
Todo lo sometiste bajo sus pies. R/.

Rebaños de ovejas y toros,
y hasta las bestias del campo,
las aves del cielo, los peces del mar,
que trazan sendas por el mar. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Lucas 24, 35-48

En aquel tiempo, los discípulos de Jesús contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dice:
«Paz a vosotros».
Pero ellos, aterrorizados y llenos de miedo, creían ver un espíritu.
Y él les dijo:
«¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo».
Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Pero como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo:
«¿Tenéis ahí algo de comer?».
Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos.
Y les dijo:
«Esto es lo que os dije mientras estaba con vosotros: que era necesario que se cumpliera todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí».
Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras.
Y les dijo:
«Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto».

Reflexión del Evangelio de hoy

Pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos

La gente, después de la curación de paralítico seguía asombrada y se agolpaba en torno a Pedro y Juan, a quienes atribuían la sanación de ese hombre. Pedro, en primer lugar, les saca de dudas y les dice claramente que no son ellos lo que han devuelto la salud al paralítico, sino su Maestro y Señor, Jesús de Nazaret.

Y dado que Pedro, ante lo ocurrido, estaba en buena posición para ser escuchado, recuerda algunas verdades a sus oyentes. No tiene ningún miedo en decirles que fueron ellos los que de manera injusta, “entregasteis, rechazasteis y matasteis” a Jesús, al que Dios “le resucitó de entre los muertos y nosotros somos testigos”. Siguiendo en la línea de la verdad, Pedro  reconoce que lo hicieron por ignorancia: “Sin embargo, hermanos, sé que lo hicisteis por ignorancia, y vuestras autoridades lo mismo”. Ante estos hechos, Pedro les exhorta a darse cuenta de lo que han hecho y arrepentirse de “vuestros pecados; a ver si el Señor manda tiempos de consuelo, y envía a Jesús, el Mesías que os estaba destinado”.

Sabían bien que era el Señor

Aunque Jesús había explicado a sus apóstoles con claridad que tenía que padecer, morir y resucitar al tercer día, no acababan de entenderlo. Y cuando sucedió, sobre todo lo de su resurrección, no eran capaces de asimilarlo y de creérselo. “¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior?”. Pero Jesús, como siempre, les insistió de una manera y de otra para que acabaran de aceptar esta sublime verdad. Y les muestra sus manos, sus pies y les pide comida, y les indica el lugar para llenar la red de peces, para que le reconozcan resucitado.

Jesús tuvo sumo y especial cuidado de convencer a sus apóstoles que había resucitado, que su final no terminó en la cruz del Calvario, que realmente su Padre Dios le había devuelto la vida al tercer día. Así también podían creer en la verdad de su promesa de que también ellos iban a resucitar después de morir. “Yo soy la resurrección y la vida el que cree en mí, aunque muera vivirá y vivirá para siempre”. Lo de Jesús, seguir a Jesús, es para esta vida y para la otra, donde disfrutaremos de la plenitud del amor y de la felicidad para toda una eternidad. Nos espera un glorioso destino.