Sáb
27
Abr
2013

Evangelio del día

Cuarta Semana de Pascua

Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí.

Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 13, 44-52

El sábado siguiente, casi toda la ciudad acudió a oír la palabra del Señor. Al ver el gentío, los judíos se llenaron de envidia y respondían con blasfemias a las palabras de Pablo. Entonces Pablo y Bernabé dijeron con toda valentía:
«Teníamos que anunciaros primero a vosotros la palabra de Dios; pero como la rechazáis y no os consideráis dignos de la vida eterna, sabed que nos dedicamos a los gentiles. Así nos lo ha mandado el Señor: “Yo te he puesto como luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el confín de la tierra”».
Cuando los gentiles oyeron esto, se alegraron y alababan la palabra del Señor; y creyeron los que estaban destinados a la vida eterna.
La palabra del Señor se iba difundiendo por toda la región. Pero los judíos incitaron a las señoras distinguidas, adoradoras de Dios, y a los principales de la ciudad, provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé y los expulsaron de su territorio.
Estos sacudieron el polvo de los pies contra ellos y se fueron a Iconio. Los discípulos, por su parte, quedaban llenos de alegría y de Espíritu Santo.

Salmo de hoy

Salmo 97, 1bcde. 2-3ab. 3cd-4 R/. Los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios

Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas.
Su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo. R/.

El Señor da a conocer su salvación,
revela a las naciones su justicia:
se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel. R/.

Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Juan 14, 7-14

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto».
Felipe le dice:
«Señor, muéstranos al Padre y nos basta».
Jesús le replica:
«Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras.
En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aun mayores, porque yo me voy al Padre. Y lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré».

Reflexión del Evangelio de hoy

  • Se llenaron de envidia

Cuesta aceptar que alguien nos muestre nuestros defectos, nuestras debilidades y contradicciones. Los mensajeros de Cristo entre los judíos se encuentran con un pueblo aferrado a unas tradiciones que se han ido formando alrededor de una Ley sencilla, sobre la que han fabricado una maraña de normas y obligaciones asfixiantes que están en la raíz de la condena a Jesús.

Y no debemos mirar aquellas actitudes como muy alejadas de las nuestras: puede que nosotros tampoco aceptemos los mensajes que Dios nos está mandando a través de gentes que rompen algunas de las normas artificiales añadidas y los condenemos sin misericordia. Tenemos celos y estos celos nos llevan a la envidia; nos creemos perfectos y no nos gusta que nos señalen nuestros fallos. ¿Por qué no dejamos abierta la puerta a la voz de Cristo que nos habla siempre y en todo?

  • Quien me ve a mí, ve al Padre

Juan sitúa el fragmento que hoy leemos en el discurso de la Cena, y está centrado en el Padre, su conocimiento y la relación que podemos establecer con él. El Dios lejano, terrible del A.T, la visión de cuyo rostro causaba la muerte, se ha acercado al hombre y presenta un rostro humano, cercano y amable. El Dios amigo, el Dios amor, releva al terrible, al justiciero y vengativo.

Jesús da testimonio del Padre a través de su palabra y de sus obras, pero a los discípulos primero y a nosotros después, nos cuesta verlo. Queremos una manifestación personal espectacular y, si esta se produjera, puede que no la aceptáramos. Creemos, o decimos creer, pero nos negamos a ver el rostro de Dios que se nos manifiesta en toda la creación que nos rodea y, sobre todo, en aquellos que nos rodean. Dios pasa a nuestro lado constantemente, se nos manifiesta sin descanso, pero no terminamos de convencernos de que es él el que nos interpela en lo que nuestros ojos ven, nuestros oídos oyen, todos nuestros sentidos sienten.

El problema para que lo aceptemos puede estar en el compromiso que nos exige: Conocer al Padre es aceptar a Cristo, y aceptar a Cristo es vivir de acuerdo con su mensaje, llevando a nuestra vida la suya, corriendo el riesgo de la cruz, para que nuestras obras sean las obras que Cristo sigue haciendo en el mundo actual, para que nuestras manos sean sus manos, nuestro corazón el suyo, y nuestra vivencia del amor sea un reflejo del suyo. El Reino de Dios que Jesús predica y su muerte y resurrección inauguran, necesita seguir creciendo a través de nosotros, con nuestro trabajo diario.