Santos Mártires de China

  Los mártires dominicos de China, aunque separados en el tiempo por un siglo (1648, 1747 y 1748), forman un grupo homogéneo por su nacionalidad española, por su pertenencia a la provincia de Nuestra Señora del Rosario (fundada en Manila en 1587 para la evangelización de Oriente) y por la actividad misionera en el sureste de China, en la provincia de Fukien. Su fiesta en la Familia Dominicana de España se celebra el 15 de enero (en otros lugares, el 6 de noviembre).

San Francisco Fernández de Capillas, presbítero (1607-1648)

  Nació en Baquerín de Campos (Palencia) el 15 de agosto de 1607. Enviado por el convento de San Pablo de Valladolid, fue ordenado presbítero en Manila (Filipinas) en 1632. Pasa a China en 1642. Apresado en 1647, muere decapitado el 15 de enero de 1648. Sus reliquias (el cráneo) se veneran actualmente en el convento del que era hijo (sito en Valladolid).

  Francisco destacó por su alegría, humildad y entusiasmo apostólico. Fue beatificado por san Pío X el 2 de mayo de 1909 como protomártir de China y canonizado por san Juan Pablo II el 1 de octubre del año jubilar 2000 (junto con otros ciento veinte mártires de China).

San Pedro Sans y Jordá, obispo (1680-1747)

  San Pedro Mártir Sans nació en Ascó (Tarragona) el 3 de septiembre de 1680. Pertenecía al convento de Lérida. Llega a China en 1715 y es nombrado obispo en 1729. Vuelve de nuevo a la misión en 1738. Es apresado en 1746 y, tras una dura estancia, muere decapitado el 26 de mayo de 1747. Sobresalió por la humildad, la valentía y el afán misionero. Fue beatificado por León XIII el 14 de mayo de 1893 y canonizado por san Juan Pablo II el 1 de octubre de 2000.

San Francisco Serrano Frías, obispo electo (1695-1748)

  Nació en Huériya (Granada) el 4 de diciembre de 1695. Es hijo del convento de Santa Cruz la Real. En 1725 pasa a Filipinas y en 1738 llega a China. Es apresado en 1746 y en esa situación recibe el nombramiento de obispo, aunque no pudo ser consagrado. Muere por asfixia el 25 de octubre de 1748, siendo su cadáver quemado. Destacó por la pobreza, la devoción al santo rosario y una gran actividad misionera. Fue beatificado por León XIII el 14 de mayo de 1893 y canonizado por san Juan Pablo II el 1 de octubre de 2000.

San Juan Alcober Figuera, presbítero (1694-1748)

  Nació en Granada el 21 de diciembre de 1694. Es también originario del convento de Santa Cruz la Real. Parte hacia Manila en 1725. En 1741 es vicario provincial de la misión en China. Apresado en 1746, muere ahorcado el 28 de octubre de 1748, siendo después su cadáver quemado. Se distinguió por su eficacia apostólica. Fue beatificado por León XIII el 14 de mayo de 1893 y canonizado por san Juan Pablo II el 1 de octubre del 2000.

San Joaquín Royo Pérez, presbítero (1691-1748)

  Nace en Hinojosa (Teruel) en septiembre de 1691 y recibió el hábito dominicano en Valencia. Siendo aún estudiante, sale para Manila 1712 y en 1715 entra en China. Apresado en 1746, muere igualmente asfixiado y después quemado el 28 de octubre de 1748; conservamos algunas reliquias. Era de gran piedad y vitalidad apostólica. Fue beatificado por León XIII el 14 de mayo de 1893 y canonizado por san Juan Pablo II el 1 de octubre del 2000.

San Francisco Díaz del Rincón, presbítero (1713-1748)

  Nace en Sevilla el 2 de octubre de 1713. Siendo religioso del convento de Écija, recibe el presbiterado en Manila y llega a China en 1738. Fue apresado en 1746; tras grandes sufrimientos, muere ahorcado el 28 de octubre de 1748, siendo luego su cuerpo quemado. Tenía un espíritu de gran piedad y penitencia. Fue beatificado por León XIII el 14 de mayo de 1893 y canonizado por san Juan Pablo II el 1 de octubre del 2000.

¿Qué nos pueden decir hoy?

  Los mártires son un testimonio perenne de entrega y fidelidad. No debemos olvidar tampoco que suponen un claro signo de contradicción para la sociedad actual, especialmente con finales tan graves como los de estos valientes misioneros. Sin embargo, estos nos muestran una vida de amor y servicio, llevada hasta las últimas consecuencias; lo cual, sin duda, es una fuente de consuelo para el mundo de hoy. Nuestros santos mártires, con la ayuda de Dios, lograron darle un sentido nuevo y esperanzador al sinsentido del sacrificio, el sufrimiento y la muerte, con el que no pocas veces nos tenemos que enfrentar en nuestras propias vidas.