Dom
27
May
2012

Homilía Domingo de Pentecostés

Año litúrgico 2011 - 2012 - (Ciclo B)

El Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad plena

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

  • Conocer la verdad de Jesús

Una de las mayores aspiraciones –y una necesidad esencial- de cualquier cristiano es llegar a conocer a Jesús, para poder vivir la experiencia gozosa de los primeros discípulos y ser capaz, como ellos, de transmitir a otros el fruto de ese encuentro privilegiado. ¿Es acaso esto una utopía ilusoria para nosotros? Naturalmente, no podemos trasladarnos al siglo I y acompañar visiblemente al Maestro como si fuéramos contemporáneos de sus conciudadanos. Pero en eso ya pensó él, y se le ocurrió dejarnos un recurso decisivo para entrar en su intimidad y comprender su mensaje: la presencia permanente del Espíritu, “que yo os enviaré desde el Padre”.

Esa presencia del Espíritu en nosotros y en nuestra historia no sustituye a la presencia de Jesús. Por el contrario, la hace patente –gracias a la fe- y nos permite adentrarnos en el secreto de su persona e ir descifrando el sentido que sus palabras encierran para una época como la nuestra. “Recibirá de mí –dice Jesús hablando del Espíritu- todo lo que os irá comunicando”.

De esta manera iremos descubriendo también los planes de Dios para con nosotros (“todo lo que tiene el Padre es mío”) y, a través de ellos, su propia realidad de Padre de Jesús y Padre nuestro.

  • Vivir más allá de la ley

La compenetración con Jesús, que el Espíritu nos proporciona, tiene como consecuencia ir haciendo de nosotros seres libres, partícipes de su propia libertad. Vamos siendo cada vez más “espirituales” y menos “carnales”, en términos bíblicos. La “carne” es simplemente nuestra condición natural, que nos reduce a nuestra pequeñez física y nos encierra en nuestra medianía o en nuestra malicia moral; el “espíritu” es lo que hace de nosotros personas íntegras y expansivas, capaces de afrontar los desafíos de la vida y de la sociedad y de ir configurando paulatinamente la imagen inicial que Dios plasmó en nosotros al crearnos.

“Si os guía el Espíritu, no estáis bajo el dominio de la ley”, dice san Pablo. No porque nos convirtamos en unos libertinos, sino porque, bajo esa guía, la ley se queda corta para encauzar nuestra vida. “Los que son de Cristo Jesús han crucificado su carne, con sus pasiones y deseos”, y esa “crucifixión” ha culminado, como la de Jesús, en una resurrección que triunfa de todo lo mediocre y mortecino.

El Apóstol enumera una larga serie de “frutos del Espíritu”. Presididos por el amor, se oponen a las “obras de la carne” y hacen del cristiano alguien que contagia alegría, que construye la paz en el mundo, que acoge a todos con generosidad, que realiza su trabajo con honradez, que está siempre disponible para los demás,… “Contra esto –dice Pablo- no va la ley” (aunque a veces sí pueden ir los leguleyos).

  • Hablar de Dios de manera convincente

“De lo que rebosa el corazón habla la boca”, afirma el dicho popular. Compenetrarse con Jesús de tal manera que, gracias al Espíritu, su estilo vaya apoderándose cada vez más profundamente de nosotros es lo que nos impulsa a dar testimonio de él. Es lo que nos capacita para hablar de él con espontaneidad y con ardor, como los discípulos el día de Pentecostés. Es lo que hace comprensible nuestro lenguaje para todo tipo de gentes, como sucedió ese día ya lejano en Jerusalén. Es lo que da vigor a nuestra palabra y la hunde como una espada de dos filos en el corazón de quienes nos escuchan, como ocurrió con la de Pedro en los peregrinos de la ciudad santa.

. Y si esa palabra va avalada –siempre con el aliento del Espíritu- por una vida coherente, por un compromiso decidido en favor de quien nos necesita, por una convivencia fraterna y servicial a pesar de nuestras diferencias, por una perseverancia inasequible a la fatiga, por una esperanza más allá de las fronteras de este mundo, entonces esa palabra, derramada como la lluvia sobre la tierra, no volverá nunca vacía a su fuente. Entonces será de nuevo Pentecostés en cualquier Jerusalén de nuestros días.