Vie
24
Dic
2021

Homilía Natividad del Señor

Y el ángel les dijo: os traigo una buena noticia

Pautas para la homilía de hoy


Evangelio de hoy en audio

Reflexión del Evangelio de hoy

Y el ángel les dijo: os traigo una buena noticia

Navidad vuelve a ser, hoy igual que ayer, apertura a lo que nace, acogida de lo que llega, abrazo de lo herido, ternura para con lo vulnerable, acrecentamiento de la alegría, desbordamiento de la esperanza; en definitiva, asombro desmedido por un Dios que se nos ‘avecina’ en nuestra carne, en nuestros sentires… Un Dios que se va a dejar, no solo adorar sino también amar… y lo va a hacer al modo humano. Y para vivir esto hace falta detenerse, hace falta capacidad de asombro, hace falta silenciamiento de todo lo demás… y precisamente ahora, todo lo demás, mete más ruido que nunca. Ante Dios hecho hombre necesitamos volver a recuperar el vértigo y el escalofrío, el estremecimiento y la conmoción. Debemos volver a gritarle al hombre de hoy, de cerca y de lejos, aquella alocución de san Agustín ante la Navidad: ¡despierta cristiano: Dios se ha hecho Hombre por ti!

Creer, celebrar y predicar la Navidad es discurso desmesurado de humanidad y de divinidad. Es acallar lo conocido para gritar lo inefable. Vivir la Navidad es lo opuesto al grisáceo pragmatismo de lo material y de lo urgente que, tantas veces, nos hace olvidar lo importante. Predicar la Navidad es volver al origen, a nosotros mismos como individuos y como Iglesia. Celebrar la Navidad es recordarnos unos a otros la posibilidad de hacer encuentro con Cristo, con el Dios hecho hombre por nosotros. Creer en la Navidad es abrazar a Cristo, acogerle.  Es romper las inercias de una fe consabida para dejarnos seducir y asombrar por una Palabra vertida en historia, contingencia, inmanencia. Una Palabra encarnada por nosotros. Es ser capaz de escuchar el balbucir de un Dios vulnerable al amor humano. Es ser capaz de contemplar, entre circunspecto y desbordado, lo de Dios en un humano.

No resistiría a los embates del tiempo una fe católica reducida a bagaje, a elenco de algunas normas y prohibiciones, a prácticas de devoción fragmentadas, a adhesiones selectivas y parciales de las verdades de la fe, a una participación ocasional en algunos sacramentos, a la repetición de principios doctrinales, a moralismos blandos o crispados que no convierten la vida de los bautizados. (Pero) Nuestra mayor amenaza “es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando”. A todos nos toca recomenzar desde Cristo, reconociendo que “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Benedicto XVI, Aparecida 12).

El evangelio en esta noche nos habla de todo ello: no hay grises pragmatismos en la venida del Señor. No hay estrecheces de mirada en los planes de Dios. No hay obstáculos imposibles o desafío desmedido en la encarnación del Hijo del Hombre. Lo que hallamos es disponibilidad en la dificultad, acogida en lo novedoso, adoración en la pobreza, música en la oscuridad de la noche, esperanza en todos y cada uno de quienes supieron acallar y contemplar lo que nacía.

Es por ello que intentar el juego de la seducción por la palabra en esta Navidad es, como dijo Diego de Jesús, invitarnos unos a otros a de dejar de “ir-a-Belén-a-hacer-cosas” para intentar un “ir-a-Belén-a-que-ocurran-cosas”. Ir a presenciar pasivamente —con ‘actuosa’ pasividad— el Acontecimiento que viene hacia mí. (Nada exige mayor energía y compromiso —anota Simone Weil— que la atención). Tras esta intuición cordial podemos vislumbrar a cada uno de los personajes del evangelio de esta noche: María y José que solo cumplían la ley en ese intento de buscar el cómo vivir lo inefable de su embarazo en lo cotidiano de lo histórico y social; los pastores que solo dormitaban una noche más el silencio rutinario y sereno de una cotidiana pobreza e intemperie, cuando supieron acoger la novedad del anuncio y aprehenderla desde sus desesperanzas. Y, por último, el mismo Dios: que abajándose a lo pequeño supo dejarse mecer sin abalorios y comodidades, supo dejarse ver en la vulnerabilidad de un bebe como esperanza colmada de unos pastores que se fueron sin poder callar su encuentro.

Y en todos ellos rezuma una actitud: la de saber contemplar, la de saber detenerse a lo importante, la de ser capaz de leer, sentir, vivir y creer la fragilidad de un niño como la esperanza cumplida de cualquier hombre o mujer de ayer y de hoy. Algo tan ajeno a nuestros grises pragmatismos sociales y eclesiales, a nuestras prisas y desesperadas materialidades. Volviendo a parafrasear a Diego de Jesús podríamos demarcar el itinerario y la invitación en esta Nochebuena así: sólo el detenimiento permite el asombro; y sólo el asombro provoca adoración. Hay que caminar con María y José a Belén, con los pastores al pesebre, hasta el umbral y saber detenerse allí. Lo más difícil de una peregrinación es saber disfrutar de la llegada y no caer en la trampa de hacer del ‘término’ del camino la ‘terminación’ de lo vivido... o la mutación inmediata de fin en medio, para —cual búsqueda del tesoro— reemprender la marcha a nuevo destino... El funcionario —el de la fe funcional— al arribar a una meta, cierra el caso, para dar vuelta la página. El amante, al llegar a la meta sabe permanecer en ella. Decía el cardenal J. H. Newman que se puede rezar para haber rezado o se puede rezar para estar rezando...

Se puede celebrar y predicar la Navidad para haberlo hecho un año más o se puede celebrar y predicar la Navidad para ser Navidad en medio de la noche de cada uno de los hombres y mujeres de nuestro mundo.