Dom
20
Dic
2020

Homilía IV Domingo de Adviento

Año litúrgico 2020 - 2021 - (Ciclo B)

Hágase en mí según tu palabra

Pautas para la homilía de hoy


Evangelio de hoy en audio

Reflexión del Evangelio de hoy

María, la agraciada del Señor

Una sencilla y humilde muchacha nazarena, conturbada y temblorosa ante la sorpresiva presencia del ángel, a la vez que imantada por su saludo: el Señor está contigo; no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. Desposada con José, de la casa de David, pero llamada a compartir con él un proyecto de vida que trascendía todas sus aspiraciones: al hijo que vas a concebir le llamarás Jesús, será el descendiente de la dinastía de David anunciado por los profetas, el Hijo del Altísimo, cuyo reino no tendrá fin.

Absorta y ensimismada, María meditaba y sopesaba las palabras del ángel: ¿tal sería su dignidad?; ¿cómo podía ser así siendo ella virgen, prometida a José pero sin convivir todavía con él? La respuesta del ángel, desbordando todos sus sueños, le remite al poder del Espíritu actuando en las Escrituras, el mismo que ahora fecundará su seno virginal: el que va a nacer será santo y se llamará Hijo de Dios. Como señal de que nada es imposible para Dios, ahí estaba el embarazo de su prima Isabel, la estéril.

Identificada con la Palabra de Dios (en la Anunciación del Beato Angélico aparece con un libro en su regazo; su Magníficat será un canto tejido de textos de la Escritura), María captó perfectamente el mensaje del ángel y no dudó en dar un paso adelante: hágase en mí según tu palabra.

Envueltos y arropados por el misterio

El sobrio lienzo teológico hilvanado por Lucas en base a textos proféticos del Antiguo Testamento recoge la fe firme e inquebrantable de los primeros cristianos en la misteriosa encarnación de Jesús, desvelada a la luz de las Escrituras. Un texto en el que el evangelista nos deja también la impronta de su recia y peculiar espiritualidad: es el Espíritu de Dios quien lleva la iniciativa y dirige los hilos de la historia, si bien sirviéndose de personas atentas y dóciles a su llamada (Juan el Bautista, María, Isabel, Zacarías, el anciano Simeón). En otras palabras, una historia enmarcada en la trascendencia insondable de un Dios necesitado de la colaboración humana para llevar a cabo sus providentes designios. Es en el encuentro amistoso de la interioridad, no en el fastuoso templo que quería construirle David (1ª lectura), donde Dios encuentra su casa, como ocurrió con María.

De ahí el jubiloso canto de alabanza en que prorrumpe, agradecido, el corazón humano acompañando a María en su Magníficat. La alta cristología que condensa la escena evangélica de la Anunciación, cargada de resonancias bíblicas, nos introduce en el insondable misterio del niño que va a nacer, “concebido por obra y gracia del Espíritu Santo” (Credo). Nada extraño, pues, que el apóstol Pablo, en la doxología final de su carta a los romanos (2ª lect.), prorrumpiera igualmente en un cántico de alabanza porque el proyecto salvífico de Dios, oculto desde la eternidad, ha sido ahora revelado en Cristo: revelación de un misterio mantenido en secreto durante siglos eternos, pero manifestado al presente por las Escrituras que lo predicen.  

La vida no es un problema para ser resuelto; es un misterio para ser vivido

Sólo nos queda sumarnos al salmista en alabanza a la gloria de Dios, pues firme es el amor de su alianza con nosotros (Responsorio); recogernos con María, envuelta y transfigurada por el misterio. La celebración de la cercana Navidad puede ser sin duda un momento propicio para renovar y actualizar la alianza de Dios con su pueblo en “la tienda del encuentro”. Es Él quien toma la iniciativa a la espera de un regazo cálido, como el de María, dispuesto y decidido a dar un sí gozoso y esperanzado a la propuesta del mensajero divino. Con temor y temblor, desbordados por el misterio, pero con la indefectible confianza de quien asiente a la Palabra de un Dios fiel a sus promesas.

Es la actitud reflexiva y contemplativa de María acogiendo la palabra del ángel la que le permite fecundar el fruto de sus entrañas. Como el rey David, soñamos a veces con grandes proyectos. Sin embargo, la Virgen de la Anunciación nos lleva por otros caminos: María, llena de fe, al responder: ‘He aquí la esclava del Señor, hágase en mí lo que dices’, concibió a Cristo en su mente y en su corazón antes que en su seno virginal (San Agustín)