Vie
11
Dic
2020

Evangelio del día

Segunda Semana de Adviento

La sabiduría se ha acreditado por sus obras

Primera lectura

Lectura del libro de Isaías 48, 17-19

Esto dice el Señor, tu libertador,
el Santo de Israel:
«Yo, el Señor, tu Dios,
te instruyo por tu bien,
te marco el camino a seguir.
Si hubieras atendido a mis mandatos,
tu bienestar sería como un río,
tu justicia como las olas del mar,
tu descendencia como la arena,
como sus granos, el fruto de tus entrañas;
tu nombre no habría sido aniquilado,
ni eliminado de mi presencia».

Salmo de hoy

Salmo 1, 1-2. 3. 4 y 6 R/. El que te sigue, Señor, tendrá la luz de la vida

Dichoso el hombre
que no sigue el consejo de los impíos,
ni entra por la senda de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los cínicos;
sino que su gozo es la ley del Señor,
y medita su ley día y noche. R/.

Será como un árbol
plantado al borde de la acequia:
da fruto en su sazón
y no se marchitan sus hojas;
y cuanto emprende tiene buen fin. R/.

No así los impíos, no así;
serán paja que arrebata el viento.
Porque el Señor protege el camino de los justos,
pero el camino de los impíos acaba mal. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Mateo 11, 16-19

En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:
«¿A quién compararé esta generación?
Se asemeja a unos niños sentados en la plaza, que gritan diciendo: “Hemos tocado la flauta, y no habéis bailado; hemos entonado lamentaciones, y no habéis llorado”.
Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: “Tiene un demonio”. Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: “Ahí tenéis a un comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores”.
Pero la sabiduría se ha acreditado por sus obras».

Evangelio de hoy en audio

Reflexión del Evangelio de hoy

Te instruyo por tu bien

El libro de Isaías nos presenta al profeta del destierro que alerta a la comunidad sobre el sentido de su destino. La infelicidad es a causa de sus desvíos, y la infelicidad ha surgido porque el pueblo no atendió a los mandatos del Señor: “ellos serían tú paz” como el caudal de un río, “tu justicia” como las olas del mar.

Los mandatos del Señor son una enseñanza para el pueblo: “Te instruyo por tu bien”. Ellos procuran el sentido de la bondad y el sentido de plenitud de la vida de un pueblo. Son referencias para que el pueblo se guíe a través de ellos en el amor a Dios y a los hermanos.

Hay personas que siempre están bien dispuestas a considerar más a las personas extrañas, llenándolas de favores, coqueteando con su cariño, desviviéndose por conseguir consideraciones, afectos y una felicidad efímera, mientras que en el núcleo familiar se muestran distantes, errabundos, intransigentes, incapaces de mantener una actitud de servicio, ingratos. Lo desconocido despierta más admiración que lo próximo. Los otros siempre serán mejores que la familia o los amigos. Lo novedoso de cada relación les absorbe por completo, mientras que lo conocido es despreciado y desposeído. Pero ese tipo de relaciones, sólo duran lo que dura un cortejo. Una temporada. Es como si la felicidad dependiera de los cambios continuos de relaciones efímeras, en lo que al final es la soledad no soportada la que habla a sus corazones. Una soledad no comprendida ni aceptada. Un personalidad voluble, variable e inestable enmascarada con muchos resortes autodefensivos.

El pueblo de Israel mantenía esa actitud respecto a Dios. Se cansaba del Dios que lo guía y alimenta, se cansaba del Dios que le procuraba una enseñanza firme y duradera, se cansaba del amor que Dios le ofrecía; mientras mendigaba la amistad de otros dioses paganos. Israel se olvidaba del Dios que lo liberó de la esclavitud. Un pueblo ingrato en busca de la novedad, sacrificando toda su felicidad por un momento de orgullo y placer.

¡Qué difícil resulta la vida al caminar con ese tipo de comportamientos! Un tiempo a su lado mientras estoy débil, necesitado, mientras camino bajo la vulnerabilidad; otro tiempo de distancia, de lejanía queriendo hacer ver que ya no dependo de ese Dios, que puedo caminar sólo con mis fuerzas.

Dios, como cualquier amigo, no quiere personas dependientes, pero si pide la cercanía, la proximidad, la gratitud por la liberación, la confianza, el amor por lo que es justo, pide que busques la paz, que busques el bien de la instrucción recibida por Él. Dios cumple su promesa de estar siempre junto a nosotros, pero exige una respuesta comprometida: la fidelidad.

Los hechos dan razón a la sabiduría de Dios

El Evangelio de Mateo nos sitúa ante las personas que nunca están contentas con nada. Todo les parece insuficiente, detestable, ni son capaces de reír con los que están alegres, ni son capaces de llorar con los que sufren: Hemos tocado la flauta y no habéis bailado, hemos cantado lamentaciones, y no habéis llorado.

Así es la dureza del corazón cuando se vuelve insensible, nada les conmueve a las personas ingratas. Son incapaces de la empatía, incapaces de aceptar los cambios que regeneran la vida, incapaces de dejarse moldear por la ternura que la infancia puede hacernos despertar.

Es la comparación que Jesús hace en el Evangelio con respecto a la generación de su tiempo, que no escuchó a Juan el Bautista, ni su mensaje de conversión, ante el cual todos pensaban que tenía un demonio. Y tampoco escucharon a Jesús, que invitaba a la alegría, al compartir, su mensaje era de amor y reconciliación, compartía su intimidad con Dios y sus hermanos los hombres. Tampoco fue suficiente para ablandar los corazones de los hombres de su pueblo. Era un comilón y un borracho.

Ni reír, ni llorar son los hechos frente a la promesa y sabiduría de Dios. La insatisfacción generalizada y la ingratitud muestran una generación con un corazón de piedra. El reír y el llorar muestran al hombre sabio, abierto a la Palabra de Dios y al sentido de felicidad que ofrece, abierto al compartir la vida que conmueve mi interior porque la fe me permite una cercanía a los sufrimientos y a las alegrías de los hermanos. La fe no puede hacernos insensibles a nuestra realidad.

Los hechos dan la razón a la sabiduría de Dios