Dom
16
Nov
2014

Homilía XXXIII Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2013 - 2014 - (Ciclo A)

A uno le dio tres talentos, a otro dos... a cada cual según su capacidad.

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

El Año Litúrgico está llegando a su fin. Invita a pensar que todo tiene un final. También la vida de cada uno de nosotros. Los creyentes no vivimos en la oscuridad. La fe nos ilumina para transitar la vida con sentido. El Señor hoy nos hace caer en la cuenta que no solamente hay sentido en “el más allá”, en la otra vida, sino también “en el más acá”, en esta vida, siempre que hagamos producir nuestros talentos. Los pongamos al servicio del Reino y cuando llegue el final de nuestra vida, quizás no nos pillará con la sensación de haberla malgastado inútilmente, con la amargura de haberla perdida sin mayor provecho ¡Nunca es tarde para empezar!

Los cristianos creemos que hemos sido salvados ya por Jesucristo, pero aguardamos su manifestación gloriosa en la plenitud de los tiempos. El Señor se ausenta pero nos entrega su Espíritu para caminar y enfrentar los desafíos de esta vida. También distribuye, entra cada uno de sus seguidores, talentos para hacer productivo su Reino. Hubo una época en la que muchos cristianos nos esforzábamos por hacer “méritos”, por desplegar todas nuestras cualidades o talentos para ganarnos el Cielo. Creíamos que el Reino no tenía mucho que ver con las cosas de este mundo. Con todo, aportamos buenas obras, colaboramos en mejorarlo. Pero no pudimos evitar que la fe nos generara un serio conflicto interior, por si no alcanzábamos en dar la medida exigida. Hoy, entendemos que el Cielo es un don que Dios nos concede por los méritos de Cristo, y que nosotros lo acogemos como acto de nuestra libertad. A muchos nos ha tranquilizado, pero también nos puede haber quitado motivaciones para seguir realizando buenas obras.

Jesús vive y muere por un proyecto que incluye la transformación de este mundo según el querer del Padre y que él llama Reino. Si bien, Dios hace posible que éste crezca y se desarrolle misteriosamente, sin que sepamos cómo lo hace, no nos exime de aportar el fruto de los intereses de nuestra inversión en la causa del Reino. Nadie está exento. Porque incluso el que recibió un talento, recibió una fortuna. Tampoco a nadie se le pedirá más de lo que recibió. Pero, en cambio se beneficiará del que no aportó. El Reino sigue siendo gracia.

En la construcción del Reino todos hemos sido convocados a colaborar. Forma parte de la responsabilidad que conlleva la fe en Jesús. Dios nos incluye en su proyecto que tiene que ver con la historia humana. Apela a nuestra libertad adulta para convertirla en historia de salvación. Por eso nos ha dado los talentos para que nos sumemos productivamente en su misión de hacer un mundo más igualitario y justo. Y nos advierte que quien no se compromete con el Reino, tampoco merece compartir la felicidad de su Señor.

Dios no nos pide algo que no nos haya dado antes. De ahí el deber de rendirle cuentas. La cuestión no es si hemos hecho suficientes méritos para ir al cielo, más bien, deberíamos preguntarnos si nos hemos comprometido suficientemente en la causa del Reino. Es conveniente que revisemos la calidad de nuestro compromiso terrenal como creyentes. Ortodoxia y ortopraxis son inseparables. Fácilmente podemos caer en la crítica fácil – aunque legítima, por otra parte – ante la corrupción de políticos, banqueros, empresarios… pero sin asumir el mínimo compromiso social o político por cambiar la realidad del país en el que vivimos, como si el Reino no incluyera un proyecto de Dios a construir en este mundo. En tal caso, nos mereceríamos el calificativo de “servidor inútil y perezoso”.

No valen excusas ante la falta de compromiso de nuestra fe. Detrás del exceso de precauciones, de los reparos o de los miedos, no pocas veces escondemos actitudes cómodas, de pereza o de insensibilidad, ante la realidad que nos envuelve de exclusión social o poder financiero y económico reinantes. Enfermos, ancianos, emigrantes, pobres, marginados… esperan que les mostremos con gestos concretos el rostro solidario del Dios en quien creemos los cristianos. Todo ser humano que sufre interroga nuestra fe y nos ha de comprometer en lograr una sociedad más justa.

Puede, incluso, que los talentos que Dios nos dio los pongamos al servicio exclusivo de la propia auto-realización, como si fuera lo único importante en esta vida. Cuando vivimos “auto-referenciados” y lo mío está por delante y por encima de las necesidades de los demás, las lágrimas del prójimo pasan inadvertidas. Incluidas las de nuestra pareja, hijos, padres, o hermano de comunidad, compañero de trabajo, vecino de nuestra escalera… porque todo el interés lo acapara nuestro “ego”. La vida tiene sentido sólo si la compartimos con otros, si desarrollamos las cualidades que tenemos incluyendo a los demás, si nos hacemos solidarios del dolor ajeno, a ejemplo de Jesús, que pasó por este mundo haciendo el bien.

No faltan testimonios de fe comprometida. El libro de los Proverbios nos invita, en concreto, a tomar como modelo a la mujer que despliega sus talentos con creatividad y generosidad por el bien de cuantos la rodean. El protagonismo que hoy van tomando las mujeres en el mundo lo podemos considerar un “signo de los tiempos”. Forma parte de las conquistas del Reino. Varones y mujeres deberíamos sumarnos activamente, en coherencia con nuestra fe, en la lucha por los derechos de las mujeres. Discriminadas todavía en muchos ámbitos, tanto sociales y económicos, como familiares o eclesiales. En el Reino no caben las diferencias de ningún tipo. Menos aún, aceptar la violencia o el comercio de personas del que son víctimas tantas mujeres. Actitudes contrarias al querer de Dios.