Dom
13
May
2012

Homilía VI Domingo de Pascua

Año litúrgico 2011 - 2012 - (Ciclo B)

Permaneced en mi amor

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

  • Levántate, que soy un hombre como tú

La primera lectura nos abre una ventana a la universalidad de la fe, a la gentilidad escogida para ser también parte del Reino de Dios. Nos abre a la no discriminación del otro pues el Espíritu sopla donde quiere y actúa allí donde es acogido con corazón sincero. Siempre me pregunto: al final… ¿qué sabemos nosotros de la íntima relación que establece Dios con sus criaturas? ¿Qué sabemos del corazón de la fe que anida en cada creyente?

Pero antes de incidir sobre este punto se hace necesario una consideración venida de las palabras de Pedro a Cornelio: “Levántate, que soy un hombre como tú”. Pedro cumple aquí el memorial de aquel acto aún reciente de la Última Cena en la narración joánica: hemos venido a servir y no a ser servidos. Como creyentes, cualquiera que sea nuestra posición, tanto social como eclesial, no somos nosotros ante quienes se tienen que arrodillar los demás. Solo ante Dios, ante el Señor de la Vida y de la Historia ha de arrodillarse el ser humano. Al nombre de Jesús toda rodilla se doble. En la escena del lavatorio de los pies Jesús, el Señor, lo ha dejado claro… lo que yo hago ahora con vosotros, también vosotros habéis de hacerlo unos con otros. Ponerse el delantal del servicio, del saberse arrodillar ante quien se acerca a nosotros es una lección de humildad en lo propio y de reconocimiento de lo ajeno. Como seguidores de Cristo nuestra misión es saber reconocer en el otro un hermano con la misma dignidad que la mía y por lo tanto una criatura en quien, de algún modo, habita la huella indeleble del Creador. Pedro, en esta reacción con Cornelio, nos muestra una actitud que estamos llamados a hacer nuestra: levantar al hermano que se arrodilla.

Entretejida esta enseñanza con el carácter de universalidad de la fe, comprendida la catolicidad de nuestra fe como ese anhelo de llevar la liberación que proclama Jesucristo a cada hombre y mujer de nuestro mundo, solo nos resta poner en práctica la misma. Las semillas del Verbo están esparcidas en la tierra y solo germinarán si cada uno nos ocupamos en cuidar cada una de esas “tierras” que son los seres humanos.

  • El amor es un tipo de conocimiento

La segunda lectura del apóstol San Juan nos introduce ya en el tema del amor. El viejo adagio clásico de ‘el amor es un tipo de conocimiento’ resuena con fuerza vital y adquiere cuerpo de experiencia aún mayor en la fe cristiana. Solo el desarrollo de nuestra capacidad de amar es lo que nos permitirá conocer a Dios. Porque además en ese desarrollo de la capacidad de amar es donde se registra el gradiente de humanidad necesario para hacer de esta vida una andadura de sentido, de felicidad. Y todo ello porque hemos sido amados previamente. Si la fe, como decíamos en la introducción, es una confianza en el Otro, podemos nosotros hoy confiar en Dios ya que Él confió primero en nosotros enviándonos a su Hijo, quien vivió y murió para salvación del ser humano. No amamos ni confiamos en un Dios ajeno al devenir histórico de lo humano, sino que amamos a un Dios que se hizo carne con nosotros para compartir gozos y esperanzas, anhelos y frustraciones, parafraseando el texto del Concilio Vaticano II.

De ahí, de este amor recibido que actúa a través de nuestro ser deriva un comportamiento, una tarea: amar también al prójimo, al hermano. ¿Cómo podemos amar a Dios, a quien no vemos, si no somos capaces de amar al hermano a quien si vemos y tenemos al lado, como dice el apóstol Santiago en su carta?

Conocer a Dios es una tarea vehiculada por el amor. Amar al otro en su fragilidad y vulnerabilidad es camino idóneo para vivir y hacer experiencia del amor de Dios.

  • Permaneced en mi amor

Llegamos así al texto evangélico. San Juan hoy nos remite al pasaje de la Última Cena. Estamos inmersos en ese contexto y es ahí donde Jesús pronuncia su último discurso-enseñanza a sus discípulos. Es el testamento del pájaro solitario que se sabe en manos de Dios. Es el gran mensaje final de un Dios encarnado que ama profundamente al ser humano, ha confiado en él y que quiere ser amado y conocido por él.

Dos verbos sintetizan toda la experiencia del amor: permaneced y guardad. Vamos a escudriñar el significado profundo de ambos porque ellos nos darán la clave de interpretación del mandamiento nuevo que pronuncia Jesús: amaos unos a otros como yo os he amado.

Jesús les/nos pide en primer lugar que permanezcan en su amor como consecuencia del amor que Él les ha tenido y que no es sino una trasposición del mismo amor que Jesús ha recibido del Padre. Este permanecer, como afirma Pilar Avellaneda, que significa mantenerse firme en una vinculación personal, no solo estar en un lugar, entraña una fuerza vital, un vigor, una unión que comunica vida y crecimiento, que no es un constante ser-para sino un ser-de, no un mantenerse sino un dejarse-mantener, como corresponde a una relación de amor o con otro de los ejemplos que utiliza san Juan, como corresponde a la relación entre el sarmiento y la vid.

Esta vinculación necesaria entre discípulo y maestro no aparece sola o aislada sino en un binomio necesario: permanecer-guardar. Son dos imperativos que utiliza Jesús en la narración y que se implican el uno al otro de modo inseparable.

Primero aparece ‘permaneced en mi amor’ y después aparece ‘si guardáis mis mandamientos’. Este ultimo mandamiento, guardar, tiene un sentido profundo de atesorar, custodiar, guardar algo valioso. Guardar, dice Pilar Avellaneda, es sólo el segundo nivel, el primero es permanecer, que es el nivel ontológico o del ser, posteriormente vendrá el hacer o guardar. En nuestra transmisión de la fe cristiana hemos insistido hasta la hartura en educar una conciencia ético-moral recta y de ahí que se identificase el ser bueno con el ser creyente o el ir a misa. Craso error. Una fe formulada únicamente como norma de comportamiento se desvanece. Es necesaria la experiencia primera y ontológica del sentir, del saberse sujeto y sujeto amado ante el Otro. En definitiva la ética, dice Avellaneda, es consecuencia del ser.
Este mensaje de Jesús implícito en sus palabras y en su mandamiento, renueva un modo de comprender la realidad de la fe en estos tiempos en que insistimos en la necesidad de una nueva evangelización. Si no somos capaces de gestar en el otro la experiencia de un Dios amante incondicional, de poco nos servirán la multitud de tareas y actividades que hagamos.

Dicho de modo más coloquial: no es la obligación de besar a mi pareja reiteradamente la que produce el amor entre nosotros sino que es el amor previo y entrañado en el sujeto el que produce los besos más apasionados.