Dom
6
Jun
2010

Homilía Corpus Christi

Año litúrgico 2009 - 2010 - (Ciclo C)

Dadles vosotros de comer

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

La frase de Jesús dirigida a sus discípulos en el evangelio de hoy, “dadles vosotros de comer”, además de sobrecoger por la responsabilidad que implica, centra muy bien el tema de la solemnidad del día del Corpus: la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Jesús confía abiertamente a los suyos la tarea de alimentar a la gente, aunque el relato lucano de la multiplicación deja muy claro que el alimento que sacia el hambre de la multitud brota de la acción generosa y sorprendente del Señor. Con todo, al final, el pan multiplicado, tal y como deseaba Jesús, llega a la gente distribuido por medio de los discípulos.

Hambre y pan. Necesidad y satisfacción. Acción de Dios y acción humana. Acción de Cristo y acción de la Iglesia se avanzan como claves para entender el evangelio de la multiplicación y adentrarse en la fiesta del Corpus.

A la luz de la revelación bíblica, sobre todo cuando se considera el acontecimiento de la encarnación, se vislumbra nítidamente que los cristianos no somos ni dualistas, ni demagogos. El ser humano está constituido por una unidad psicosomática en la que, aunque podamos distinguir lo corpóreo y lo espiritual, en modo alguno se han de separar. La acción salvífica que Jesús hizo presente con su palabra y su actuación se refiere siempre a la totalidad de lo que es la persona humana. El Maestro de Nazaret, como sabemos, buscaba sanar al hombre entero, sin reduccionismos de ningún tipo. Según esto, y regresando a nuestro evangelio, no sería correcto hacer de la multiplicación de los panes una lectura espiritualista que presentara el pan como un alimento celeste para el alma desencarnada de la gente; en la misma línea, tampoco haría justicia a la verdad considerar este relato desde una perspectiva meramente social o política. Más bien, lo adecuado sería descubrir y enseñar la armonía de ambas posibilidades, puesto que tan solo el alimento que nutre la integridad de lo que es el ser humano puede salvar y madurar a la persona. Expresado de otra forma, la acción pastoral correcta que se deduce del pasaje de Lucas que comentamos, derivada en lo concreto de la palabra de Jesús “dadles de vosotros de comer” y de la distribución del pan a la gente por parte de los discípulos tras la acción del Señor, es aquella que atienda, simultáneamente, el hambre física y el hambre espiritual de la gente. La corrección fraterna que Pablo dirige a los cristianos de Corinto en torno a su peculiar y sangrante manera de celebrar la Cena del Señor, (corrección que provoca el recuerdo del relato de la institución, que recibiera y transmitiera, 2º lectura) es nítido y muy oportuno: la injusticia en el pan material es incompatible con el sentido de la eucaristía cristiana.

Avanzando en la misma línea, en la medida en que el evangelio de la multiplicación tiene un sentido eucarístico, y que, por eso, es propuesto por la Iglesia para iluminar la celebración del Corpus, es lícito subrayar la idea de que la presencia eucarística de Cristo, real y sacramental, presencia humanizante y salvadora, persigue la comunión vivificadora y salvadora con la integridad de lo que es la persona. Por consiguiente, el pan y el vino eucarísticos, convertidos en Jesucristo, tal y como el Corpus pone de relieve, son un alimento que nutre y sacia la totalidad de lo que somos los humanos. En suma, sólo Jesucristo, hombre y Dios, pan de vida, puede colmar satisfactoriamente las hambres y las necesidades de las personas.

Lo que enseña la teología eucarística a este respecto nos puede resultar de ayuda. La presencia de Cristo en la eucaristía es una presencia real y total de Cristo, pero siempre en el sacramento, en los signos. En esta presencia, la realidad transformada de las especies del banquete no destruye para nada el aspecto de alimento físico y humano del pan y el vino, al contrario, la permanencia de la materialidad de los elementos, más bien, propicia y expresa la nueva dimensión del alimento del que Jesucristo se apropia. En este alimento, lo material y mundano, lo humano, lo espiritual y trascendente se reconcilian misteriosamente. La totalidad de Jesucristo, pues, acontece en la mediación sacramental, sumándose el sentido de alimento espiritual al físico y antropológico para, a la postre, llegar a ser el verdadero alimento que hace presente, y al mismo tiempo conduce, a la vida eterna.

Además no hemos de olvidar otro dato. La presencia de Cristo en la eucaristía tiene una intención: busca el encuentro, la comunión con la comunidad celebrante y con cada uno de sus integrantes. La finalidad última de la transformación de la realidad de las especies eucarísticas, por parte del Señor, es la de poder entrar en lo más profundo de cada uno de los cristianos reunidos en la fracción del pan; ¿para qué?, para transformarlos en él, para hacerse uno con ellos. Dicho de otra manera, la conversión más importante que Cristo realiza en la eucaristía no es de cosas (pan y vino), sino de personas; o, mejor todavía, de cosas para llegar a convertir en Cristo a los que entran en comunión con él por medio del pan y del vino transformados. En efecto, aunque no siempre sea lo que más destacamos, la eucaristía ofrece la oportunidad de que los participantes, que son Cristo por el bautismo, alimentados de Cristo en la comunión, se conviertan en quien reciben y actúen conforme a quienes son. De este modo, la presencia eucarística remite a la vida cristiana y muestra que la Cena del Señor es una auténtica escuela cristiana.

Después de estas reflexiones se entenderá mejor que Jesús, en el evangelio de hoy, invite a sus discípulos a dar de comer a le gente y a distribuir el pan bendecido. Hay aquí una clara analogía eucarística. Sólo la comunidad que se alimenta de Cristo, pan de vida, puede cumplir el encargo misionero del Maestro y entregar el pan sustancial y verdadero a la gente. Jesús ha dejado a los suyos la eucaristía como legado de su presencia, del mismo modo que les ha confiado una misión. Este misión es la de hacer llegar la salvación a todos sin excepción; y la salvación consiste en que Cristo se “todo en todas las cosas”, la comunión total con Él. La celebración de la eucaristía actualiza esta misión y la empuja.

Si lo que hemos dicho posee algún sentido, el “dadles vosotros de comer” del evangelio, hay que leerlo en sintonía con la tradición que Pablo recibiera y que recuerda a la comunidad de Corinto en la segunda lectura. El Jesús que se nos da como alimento en la Eucaristía, sostiene el ser de la comunidad eclesial (“haced esto en memoria mía”) que, a su vez, transformada en lo que recibe (cuerpo de Cristo) entrega, dándose, lo que ha recibido tanto en la celebración eucarística como en la misión.

“Dadles vosotros de comer”, ¡qué responsabilidad tan misionera nos ha dejado Jesús en la eucaristía!