Jue
6
Abr
2023

Homilía Jueves Santo

Año litúrgico 2022 - 2023 - (Ciclo A)

Haced esto en memoria mía

Pautas para la homilía de hoy


Evangelio de hoy en audio

Reflexión del Evangelio de hoy

Esta es nuestra historia

Todos los pueblos tienen grandes gestas que definen su identidad. Israel presumía de una experiencia de liberación que sobrepasaba el poder de los hombres. Era el paso de la esclavitud a la libertad, de la muerte a la vida. Era reconocer la intervención de Dios en el momento más oscuro de aquel pueblo. El relato de aquella experiencia fundante, transmitido de generación en generación y celebrado anualmente, era algo más que un recuerdo. La Pascua tiene el poder de traer y actualizar un pasado glorioso para hacerlo motor de una historia que se sigue escribiendo. A Dios no se le alaba solo por su intervención  en un momento determinado, sino que se reconoce su paso por el presente. ¡Dios sigue actuando, sigue salvando!

El israelita era bien consciente de ese memorial y lo incorporaba a la historia vital de cada creyente. Todos hemos sido salvados, hemos sido amados, hemos sido introducidos  en una dinámica de vida y esperanza, que nos interpela. No podemos dejar de recorrer nuestro proceso personal, de vida y de fe, si no es en esta clave. Esta Pascua nos afecta, sigue teniendo efectos de salvación para nosotros. ¿Los reconocemos? ¿Somos capaces de percibir y agradecer el paso salvador de Dios por nuestros propios procesos? ¿Ponemos nombres e imágenes al amor liberador que el Señor ha derramado en nosotros?

El mandato de construir comunidad

Las comunidades judías esperaban a la primera luna llena de Nisán para hacer memoria de la sangre y el camino, el cordero y la libertad. Los seguidores de Jesús asociaron desde antiguo la riqueza de la Pascua con la entrega del Maestro en su Última Cena. En ella reconocieron al nuevo Moisés que reflejaba en sus actos y sus palabras la liberación definitiva; esa que supera las tierras y los imperios, las debilidades de lo humano y los tiempos antiguos. En el pan y el vino Jesús se dio a conocer por completo, porque en aquel gesto se delataba lo que le había movido en su vida pública: sus palabras y milagros, la búsqueda de cada persona en encuentros de vida, la predicación del Reino, su modo de revelar en todo ello quién y cómo es Dios.

La Última Cena de Jesús es para nosotros la Pascua definitiva. Por eso la celebramos cada semana, cada día, manteniendo sus palabras y reavivando su deseo. La Eucaristía que nos da la vida de la fe y la fuerza del espíritu, conecta con una doble exigencia de Jesús en aquella noche de Amor. En primer lugar, con la fraternidad, el sentido de comunidad, ese que –antes y ahora- es una emergencia de los cristianos: del único Cuerpo de Cristo se gesta la única Iglesia, sin rupturas ni divisiones. Pero también es una llamada a la entrega hecha desde el amor auténtico; romperse, agacharse, servir es prolongar la Pascua de Jesús. Sin individualismos ni soledades. Sin ritos vacíos o ajenos al amor.

¿Hasta el extremo?

Conocemos, desgraciadamente, el extremo al que puede llegar el mal provocado por las personas. Estamos demasiado familiarizados con él. Pero, ¿quién nos señala las cotas más altas que retratan la grandeza de la persona? En Jesús encontramos el tope máximo, la dignidad mayor del amor humano. “Los amó hasta el extremo”. Es importante el detalle. Siempre hay un “extremo” al que el amor puede tender y debe superar. Una vida sin amor es tiempo perdido. Como lo son los ratos de desgana, odios o divisiones. El “amor extremo” reconcilia a los humanos y les devuelve la dignidad y plenitud. En esta sociedad en la que tantos “diosecillos” nos engañan para vivir arrodillados como esclavos, sin ser conscientes del todo, la Pascua pregona que solo amar nos hace dignos, grandes, plenos. Un amor de gestos, rostros, historias y compromisos…  En aquel Cenáculo no era solo Jesús quien, en un silencio desconcertante y pedagógico, se agachaba: era Dios mismo que reescribía su alianza nueva con cada uno de sus hijos e hijas para siempre. En el amor extremo de Jesús se nos brindan las claves para reconocer cómo somos y hemos sido amados. Pero también cómo y de qué forma somos invitados a amar. Es el “Amor de los amores”, adorado en el Sacramento y reconocido en nuestra historia. Porque también allí nuestros pies (tal vez heridos, sucios, paralizados o pródigos) fueron tomados, lavados y besados. E invitados a estrenar un camino nuevo en la ruta de la vida. ¿Hacia qué extremos me empuja el amor de Jesús?

Hacedlo vosotros

El Jueves Santo es una provocación. Como lo fue el lavatorio, o el pan y el vino, para los discípulos. Guardaron silencio. Les costó entenderlo. Pero mantuvieron y trasmitieron la memoria de aquella tarde como el tesoro de la Iglesia. El Jueves Santo nos pone de rodillas, para adorar, contemplar y acoger el Misterio. Pero, a la vez, nos lanza al servicio del hermano. “Sed lo que veis y recibid lo que sois”, decía San Agustín. El gesto de Jesús y sus palabras nos empujan a los caminos del mundo para imitar a Quien nos enseñó a hacer de la vida un servicio de amor. El pan se parte y se da: sería inútil guardarlo cuando hay tanta hambre. Los pies se tocan y se lavan para que sigan la ruta: no se juzgan, ni se analizan, ni se contemplan.

El Jueves Santo nos empuja a ser prolongación de un amor liberador, escrito en la historia humana, que se revela en detalles concretos, continuos. ¿Cómo ser en este momento, en este mundo, prolongación real del amor de Jesús?