Dom
5
Abr
2020

Homilía Domingo de Ramos

Año litúrgico 2019 - 2020 - (Ciclo A)

Hecho obediente hasta la muerte

Pautas para la homilía de hoy


Evangelio de hoy en audio

Reflexión del Evangelio de hoy

Confiar en Dios en medio de la pruebas de la vida

La primera lectura de este domingo está tomada de los llamados cantos del Siervo de Yahvé que se encuentra en el libro del profeta Isaías. Con estos cantos el profeta pretendía alentar al pueblo elegido que estaba en el exilio para que no cayera en la desesperación. Y le recuera que también en esa situación difícil sigue siendo el Siervo de Dios, y que el Señor sigue contando con él para llevar a cabo su obra de salvación en el mundo. Dios sigue alimentado a Israel con su Palabra cada mañana, aunque eso ni le ahorra la persecución que sufre a causa de su fe.

Isaías describe muy bien la relación que el Siervo mantiene con Dios: es una relación marcada por la «escucha» de la Palabra de Dios. En la Biblia escuchar es lo mismo que confiar. Confiar en Dios conduce a abandonarse serenamente a su voluntad, porque se sabe por experiencia que esa voluntad solo puede ser buena. Dios no puede querer nada malo para sus hijos. San Pablo dirá que en todas las cosa interviene Dios para bien de los que le aman, es decir, para bien de los que confían en él. También de las pruebas de la vida Dios hace surgir el bien. En cambio, la desconfianza lleva a dudar de sus intenciones, a rebelarse ante las pruebas, a creer que nos ha abandonado o incluso a pensar que el Señor encuentra cierta satisfacción en nuestros sufrimientos.

Confiar en Dios es ya de entrada un don suyo. Lo propio del creyente es reconocer que en definitiva todo es don.

De esta confianza nace la audacia para entregarse al servicio de los demás y la resistencia en las pruebas.

Aunque el profeta Isaías no estaba pensando en Jesús cuando escribió este texto, sin embargo, nadie como Jesús cumplió estas palabras. Pues él ofreció su espalda a los que le golpeaban, su mejilla a los que mesaban su barba. No ocultó su rostro a los insultos y salivazos. Y ofreció su rostro como pedernal. Estas últimas palabras expresan su resolución firme y voluntaria de llevar hasta el final su misión, confiando de forma inquebrantable en la ayuda del Padre. Jesús sabía que el Padre le ayudaba; por eso no quedó confundido ni avergonzado.

Los primeros cristianos supieron ver en este pasaje de Isaías una profecía de la Pasión del Señor.

"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"

El Salmo 22 comienza por este grito desgarrador ante el silencio de Dios en el momento de la angustia, que sacado de su contexto se puede entender al revés. Para comprenderlo bien hay que leer el Salmo entero. En él se expresa en primer lugar la situación del pueblo elegido en el exilio de Babilonia. Israel experimentó el exilio como una condena a muerte. El Salmo lo describe como a un crucificado del que se burlan los viandantes riéndose de su confianza en Dios, que ahora parece no haberle servido de nada; crucificado al que le han taladrado las manos y los pies; del que ya se han repartido sus ropas y han echado a suertes su túnica ante su mirada, antes de que haya exhalado su último suspiro. Pero en medio de su angustia, Israel no cesó de acudir a Dios, no cesó de orar y no dudó un solo instante de que Dios le escuchaba. Aunque estuvo a punto de ser borrado del mapa, Dios intervino milagrosamente en el momento decisivo. Gracias a esa intervención escapo de la muerte, es decir, regresó del exilio a su patria. El Salmo que había comenzado por un grito desgarrador de angustia, concluye gritando todavía con más fuerza la alegría y la gracia de haber escapado del horror.

Este Salmo es la oración de alguien que sufre y que no duda en gritar a Dios su sufrimiento. En situaciones semejantes también nosotros podemos hacer lo mismo que el salmista: podemos gritar a Dios nuestro sufrimiento, pero sin dudar un instante de su amor, aunque las apariencias nos sugieran lo contrario.

En los dos primeros evangelios se nos dice que Jesús murió pronunciando las primeras palabras de este Salmo. Pero la continuación de los hechos nos muestras que el Padre no guardó silencio ante su muerte sino que respondió a este grito resucitándolo de entre los muertos.

Obediente hasta la muerte y una muerte de cruz

El cántico de la carta a los Filipenses es más antiguo que la misma carta. San Pablo tomó este antiguo himno ya conocido por los cristianos de Filipos y tal vez lo retocó. Con este cántico quería convencer a los Filipenses para que cambiaran su comportamiento marcado por las divisiones, proponiéndoles el ejemplo de Cristo, quien durante su vida terrena eligió un modo de vivir duro y costoso solo por amor a la humanidad, solo para salvarla. A pesar de que por ser Dios podía gozar de todos los privilegios propios de su condición divina, sin embargo eligió la obediencia y la humildad, aceptando identificarse con los hombres incluso hasta experimentar la muerte. En realidad, san Pablo no invita a los Filipenses a imitar tal o cual ejemplo de la vida de Cristo, sino la actitud más profunda de su existencia, es decir, la actitud que le acompañó desde la Encarnación al Calvario: su total entrega a la voluntad del Padre. Esto es lo que le llevó a su vaciamiento, a su abajamiento, a su desprendimiento total. La obediencia de Jesús es la antítesis de la desobediencia del primer Adán. La obediencia de Jesús rescata infinitamente la desobediencia de Adán. Si aquella desobediencia trajo la muerte para todos, la obediencia de Jesús nos trae la vida verdadera.

Jesús obró como hombre para mostrarnos el camino que también nosotros debemos seguir: solo el camino de la humillación y de la obediencia desemboca en la resurrección. La obediencia es la actitud del diálogo perfecto con Dios; la obediencia comienza con la escucha de la palabra de Dios, una palabra que no es más que amor, y que por eso puede escucharse sin temor.

La Pasión según san Mateo

La lectura de la Pasión no deja de conmovernos. Es una llamada a la conversión. En la Pasión de Jesús es el Padre el que nos dice todo su amor, nos muestra hasta dónde está dispuesto a llegar en su amor a la humanidad: hasta darnos lo más querido, a su Hijo. Dios quiere persuadirnos con este hecho para que nos dejemos convencer de que solo respondiendo con amor a su amor así expresado podremos alcanzar lo que anhelamos en el fondo de nuestro corazón y que con frecuencia buscamos por otros caminos.

Los cuatro evangelistas coinciden en lo esencial a la hora de narrar la Pasión del Señor; pero cada uno de ellos se ha fijado en ciertos detalles que no cuentan los otros, poniendo así su propio acento. En todos estos relatos llama la atención el silencio de Jesús; él habla muy poco; son los otros los que dicen y hacen. Jesús calla.

Como no podemos comentar todo el texto de la Pasión, nos centraremos solamente en los episodios que solo se encuentran en la versión del evangelista san Mateo.

Él es el único que nos dice el precio exacto que los Sumos Sacerdotes pagaron a Judas a cambio de su traición: treinta monedas de plata. Este detalle tiene una gran importancia, pues ese era el precio fijado por la Ley para la compra de un esclavo. Ese precio muestra el «desprecio» tanto de los Sumos Sacerdotes como de Judas hacia Jesús, hacia el Señor del Universo. Ese dinero sirvió para comprar el campo del Alfarero. Este Alfarero es también Dios, quien modelo al hombre de barro. Por esta compra los extranjeros que morían en Jerusalén obtuvieron una tumba donde ser enterrados.

El precio de Jesús nos hace reflexionar hoy sobre el precio o aprecio que nosotros sentimos por él. ¿Qué valor le damos a Jesús en nuestras vidas?

Otro detalle que solo encontramos en el evangelio de san Mateo es que durante la comparecencia de Jesús ante Pilato, la mujer de este envió a alguien para que le dijera de su parte: «No te metas con ese justo porque esta noche he sufrido mucho soñando con él». En la narración evangélica queda de manifiesto que este juicio le incomodaba mucho a Pilato, pero no tuvo la valentía de hacer justicia, pues sabía que Jesús era inocente y que se lo habían entregado por envidia. Aunque se lavo las manos, el agua no pudo borrar la grave responsabilidad que tuvo en este asunto. Su comportamiento muestra la perversidad de la justicia que llega al punto de condenar a muerte, a sabiendas, al inocente, teniendo la autoridad y el poder para evitarlo.

La actitud de Pilato ante Jesús es un ejemplo de cómo no hay que obrar. Sigue teniendo toda su actualidad. Las circunstancias nos pueden poner a todos en una situación semejante en la que tendremos que optar entre condenar al inocente o defender su inocencia. Optar por la justicia supone una gran valentía que no se improvisa. Para ello es preciso educar constantemente nuestro espíritu en el Espíritu del Evangelio.

En el momento de la muerte de Jesús los tres primeros evangelios cuentan que el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo, pero Mateo es el único que añade que la tierra tembló, las rocas se rasgaron, las tumbas se abrieron y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron. Después que Jesús resucitó salieron de las tumbas, entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos.

La muerte de Jesús remueve la historia, el presente y el futuro de la humanidad. Su muerte desemboca en una resurrección que restaura todas las cosas.

Un último detalle propio del relato de la Pasión de Mateo es que los Sumos Sacerdotes y los fariseos acudieron en grupo para pedir a Pilato que diera la orden de vigilar el sepulcro de Jesús hasta el tercer día, con el fin de evitar que sus discípulos robaran su cuerpo y dijeran que había resucitado de entre los muertos, con lo que la última impostura sería peor que la primera.

Pero ni la vigilancia más estricta sería capaz de retener a Jesús en el sepulcro. Ninguna tumba podría retener al Autor de la Vida.

Que la Virgen María, que acompañó a Jesús hasta la cruz, nos guíe a lo largo de estos días santos para que vivamos más plenamente la Pascua de su Hijo.