Dom
26
Jul
2020

Homilía XVII Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2019 - 2020 - (Ciclo A)

El reino de los cielos se parece a un tesoro...

Comentario bíblico
de Fr. Gerardo Sánchez Mielgo - (1937-2019)



Primera lectura: (1Reyes 3,5.7-12)

Marco: El narrador de este libro centra la atención en la llamativa sabiduría de Salomón. El fragmento recoge una oración que Salomón dirige a Dios al comienzo de su reinado. Los narradores deuteronomistas han recogido una antigua tradición para explicar el valor de la sabiduría. Salomón ora a su Dios desde la experiencia de su juventud e inexperiencia para gobernar el dilatado reino que heredó del magnifico rey David, su padre. Con ocasión de un sacrificio ofrecido por el pueblo y por el rey en Gabaón, Dios se le aparece en sueños. En ese marco tiene lugar esta hermosa oración compuesta por los redactores deuteronomistas y puesta en labios de Salomón para expresar los que habrían sido sus sentimientos.

Reflexiones

1ª) ¡Pídeme lo que quieras que yo te lo daré!

El Señor se le apareció en sueños durante la noche, y le dijo: Pídeme lo que quieras, que yo te lo daré. Sabemos por la Escritura que Dios utilizaba tres medios para comunicarse con los hombres: en sueños nocturnos; en visiones diurnas mediante imágenes; por la iluminación interna y directa. Es un modo de expresar la trascendencia y espiritualidad de Dios. En otros casos el Señor se vale de sus mensajeros para transmitir su palabra a los hombres. Aunque el modo más frecuente es el ministerio profético, ya desde Moisés en el Sinaí. Dios sigue su proyecto a favor de su pueblo. Salomón, heredero de David, recibe de David, su padre, el reino y la promesa mesiánica. Dios vela por su pueblo y ofrece a Salomón su ayuda para gobernarlo y conducirlo por el camino que posibilite su tarea y su misión. Dios se abre a Salomón: pídeme lo que quieras que yo te lo daré. Estas palabras expresan la disponibilidad de Dios para ser protector de su vasallo Salomón. Sabemos que la sabiduría en Israel es entendida como el resultado de la intervención de la luz de Dios y, por otro, la experiencia acendrada de los hombres que han precedido y han dejado en herencia lo mejor de sí mismos. Nuestro mundo necesita que se le proclame esta palabra: la sabiduría que procede de Dios para conducir sagazmente la vida es el valor más importante. El hombre dispone de muchas posibilidades, cada día más. Pero por eso necesita el discernimiento y el acierto. Necesita la sabiduría de Dios que alcanza a la vida cotidiana de todos y descubre la voluntad de Dios. Y descubriendo la voluntad de Dios descubre al hombre dónde se encuentra la verdadera realización humana y, en consecuencia, la plenitud y felicidad humanas.

2ª) ¡Salomón necesita de Dios para gobernar adecuadamente a su pueblo y pide sabiduría!

Tú favoreciste mucho a mi padre David, tu siervo, porque caminó en tu presencia con fidelidad, justicia y rectitud de corazón, y le has conservado tu favor dándole un hijo que se siente en su trono, como hoy sucede... da, pues, a tu siervo un corazón sabio para gobernar a tu pueblo, y poder discernir entre lo bueno y lo malo. La referencia a su padre David, como un motivo intercesor ante Dios, forma parte de la tradición que se prolongó durante siglos sobre la figura de David como punto de arranque de un nuevo compromiso de Dios con su pueblo. A la alianza del Sinaí realizada entre Dios y su pueblo, sucedió otra que la concreta más: entre Dios y su rey, entre Dios y la dinastía de ese rey, entre Dios y el pueblo dirigido por ese rey. Y todo abierto hacia el futuro de un cumplimiento esplendoroso por parte de Dios y que constituye es la esperanza mesiánica. Salomón pasó a la tradición como el modelo ejemplar de sabiduría. Siglos más tarde se le sigue reconociendo como el rey sabio. David fue el rey magnífico, Salomón el rey sabio. A Dios le agradó que Salomón pidiera sabiduría para poder conducir al pueblo que se le había encomendado. Y recibe además otos bienes que ayudarán a dar esplendor a su reinado. Te concederé lo que has pedido. Te doy un corazón sabio y prudente, como no ha habido antes de ti, ni lo habrá después. Dios conoce bien, porque es su criatura preferida, la hondura del corazón del hombre y sus necesidades. Ciertamente la sabiduría es un don superior y de inestimable valor. Pero el hombre también necesita otras muchas cosas que contribuyen a su dignificación, maduración y crecimiento. Dios también está pendiente de lo que sus hijos, los hombres, necesitan. Todo debemos pedirlo y para todo debemos aportar nuestra contribución y colaboración para hacer un mundo más humano.

Segunda lectura: (Romanos 8,18-30

Marco: Seguimos en el capítulo 8 de la Carta. Y seguimos igualmente con el mismo tema que el domingo pasado: el premio que esperamos.

Reflexiones

1ª) ¡Todo contribuye para el bien de los que aman a Dios!

Sabemos que todo contribuye al bien de los que aman a Dios, de los que él ha llamado según sus designios. Estas palabras las escribe un apóstol que sufrió duramente en toda clase de pruebas. Esta visión optimista o, mejor, esperanzada en medio de las dificultades es el resultado de la vida nueva en Cristo muerto y resucitado y animada por la presencia y actuación del Espíritu Santo. La impaciencia, innata en la naturaleza humana, quisiera ya tocar el resultado, palpar los frutos. El itinerario cristiano es largo, prolongado. En la carta a los Romanos sale Pablo al paso de quienes pueden desconfiar de Dios porque no interviene puntualmente y según los deseos de los hombres. En este programa fundamental del comportamiento cristiano Pablo responde a la impaciencia con la necesidad de la esperanza. Y la esperanza tiene como colaboradoras inmediatas algunas grandes virtudes: constancia, paciencia, perseverancia, longanimidad y duro aguante en medio de las persecuciones y dificultades. Perseverancia en el bien comenzado: constancia en lo adverso; longanimidad que corrige la impaciencia; paciencia que corrige la precipitación. Dios realizará plenamente, en la consumación, el proyecto preparado para quienes quieran abrirse a su obra. La observación del mundo que nos rodea nos permite captar la impaciencia de los hombres de nuestro tiempo para conseguir resultados. Y esto en todos los terrenos. Y esto provoca una mentalidad nueva, una forma singular de interpretar el mundo. En este clima de prisa e impaciencia, el creyente debe proclamar que es necesaria la esperanza y sus aliadas que acabamos de reseñar. En esta tarea no encuentra el camino fácil. Pero lleva en su corazón y en sus labios la verdad. Y debe contribuir a la respuesta que necesitan los hombres de hoy. El corazón del hombre debe pasar por el yunque para curtirse y fortalecerse. Tarea nada fácil. Pero ahí esta el riesgo y el empeño, porque la empresa lo merece.

2ª) ¡ Llamados a reproducir la imagen de su Hijo!

A los que conoció de antemano, los designó también desde el principio a reproducir la imagen de su Hijo, llamado a ser el primogénito entre muchos hermanos. En la teología paulina está presente en todas partes el cristocentrismo. Todo viene a través del Hijo a los hombres, todo alcanza a Dios a través de su Hijo. Es el Mediador en el doble movimiento descendente y ascendente. Jesús es el centro en el que convergen tanto el Padre como los hombres. Y la tarea de los hombres es reproducir lo que Jesús era, en la medida que le es permitido al hombre alcanzar esa imagen. Los hombres, por naturaleza, somos imágenes de Adán porque recibimos de él la misma naturaleza humana. Pero a partir de Jesús esta imagen ha de reproducir la de Jesús. Dios, piensa y enseña Pablo, lo contempla todo a través de Jesús. Él es el predilecto, el amado Hijo. Este pensamiento aparece con especial intensidad en las cartas de la cautividad. Aquí radica la razón más profunda de la transformación del mundo y de la esperanza de los discípulos de Jesús, la reproducción de la imagen ha de tomarse en sentido existencia total: el mismo destino de Jesús espera a los que le siguen. Todos son invitados a la misma realidad final. Pablo recoge en este fragmento los pasos a seguir desde el proyecto inicial hasta la consecución de la gloria: a los que desde el principio destinó, también los llamó; a los que llamó, los puso en camino de salvación; y a quines puso en camino de salvación, les comunicó la gloria. Estas palabras, misteriosas y profundas en su interpretación, son consoladoras para los lectores. Lo importante es que los lectores y oyentes de estas palabras vivan en la certeza de que el Dios fiel, que los invitó a entrar en la comunión de Hijo, los destina a la gloria. A pesar de los avatares y dificultades de la historia y del camino, el destino final es una realidad firme y segura. Este programa sigue siendo válido hoy más que nunca. Nuestro mundo necesita apoyarse en realidades firmes que le permitan seguir adelante en la esperanza. Los espejismos no resuelven los hondos problemas de la humanidad. Las intuiciones de Pablo siguen ofreciendo a los hombres respuestas válidas que les permitan seguir adelante en el camino emprendido. Jesús sigue siendo el modelo ejemplar más acabado del hombre: en su dignidad, su tarea y su destino.

Evangelio: (Mateo 13,44-52)

Marco: Seguimos proclamando el discurso parabólico

Reflexiones

1ª) ¡La alegría desbordante del encuentro del tesoro!

El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder, y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. Para comenzar es oportuno ofrecer algunos elementos del relato. Esta narración parabólica se hace comprensible cuando recordamos el modo de proceder de los antiguos en la salvaguarda de sus tesoros. Otra parábola de Jesús, recogida también por Mateo, lo aclara suficientemente: Se trata de la parábola de los talentos entregados a los servidores por el recién elegido rey de un país lejano y se va a tomar posesión del reino heredado. Leemos: El que recibió un talento solo, fue, hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor (Mt 25,18). Las invasiones eran frecuentes y era necesario proteger el dinero de los pillajes que se daban con frecuencia. Eso debió ocurrir en una de tantas poblaciones. La moneda más consistente eran los talentos. Piezas de granito de la forma y medida de una melón medio. En la parte superior se hacía una pequeña cavidad que se llenaba de oro, plata o bronce líquido. Según el material que se había introducido era un talento de oro, plata o bronce. También existían las monedas de oro, plata o bronce. Los descubrimientos de Qumrán nos muestran que allí también se escondieron tesoros. En este caso se trata de muchas monedas de oro. Pues bien, introducidos en ánforas de barro se ocultaban los tesoros en los campos. Un día alguien escondió el suyo, por cierto muy valioso. Pasó el tiempo de la invasión y desaparece quien lo escondió. ¿Murió en la batalla? Un día un colono es enviado a labrarlo por el dueño actual del campo ignaro totalmente de la existencia de tal tesoro. La reja tropieza con el ánfora. El colono la descubre, la abre y se encuentra con tamaño tesoro. Espontáneamente lo esconde. Vuelve a la aldea y propone al dueño la compra de aquel campo (¡con el tesoro escondido!). Para situarnos nos basta esta síntesis informativa. Pero no podemos olvidar que se trata de una parábola. El conjunto quiere iluminar una sola verdad del orden religioso. La moraleja es sencilla: es necesario venderlo todo para comprar el campo donde está el tesoro. Sólo así podría llegar a poseerlo. Otro tanto ocurre en el orden religioso: el Reino de Dios es un tesoro que exige una decisión rápida, radical y ponerlo todo en venta. Las exigencias del Reino no admiten recortes ni demoras. Pero también ofrecen un don desbordante: un inmenso tesoro. El Evangelio es exigente pero es un don gratuito y desbordante. Hoy como ayer es necesario alcanzar este profundo sentido de este pequeño relato parabólico. Hoy como ayer es necesario optar con rapidez, eficacia y confianza en la compra del campo. Las grandes empresas requieren grandes decisiones. Y el Reino es la mayor de las empresas. Mucho necesitan los hombres y mujeres de este mundo nuestro para dejarse convencer de la oferta gratuita y grandiosa que ofrece Jesús. Por eso necesitan de otros negociantes que ya lo han descubierto y han realizado la mejor operación de su vida. El testimonio convincente de los actuales negociantes del Reino es necesario para que otros se enrolen en la misma aventura apasionante. Sólo desde operaciones de esta envergadura se puede transformar nuestro mundo para que comience a ser ya, en primicia, una revelación de la belleza del Reino ofrecido por Jesús.

2ª) ¡La realidad salvadora comparada con una perla preciosa!

El Reino de los Cielos se parece también a un comerciante en perlas finas, que al encontrar una de gran valor se va a vender todo lo que tiene y la compra. Para explicar esta parábola un día se me ocurrió hacerlo con otra narración ficticia: en una plaza polvorienta de una pequeña aldea están jugando unos muchachos. Trafican entre sí con los hallazgos de fósiles que han ido recogiendo de la vaguada cuando salían del colegio por las tardes. Todos ellos tenían bastantes piezas preciosas, según su entender (eran en realidad sencillos fósiles). Y se las canjeaban. Absortos en sus negocios infantiles, vieron cómo se acercaba hacia ellos un mendigo con largas barbas, desaliñada vestimenta y un saco al hombre. Al acercase a los muchachos les preguntó en que estaban tan afanosos. En nuestro negocio de tesoros, respondieron. Él les miró con afecto y una larga sonrisa se dibujó en su curtido y amable rostro. Les dijo: os cambio lo que llevo en mi saco por ese tesoro vuestro tan penosamente conquistado y con el que tan laboriosamente traficáis. Los muchachos le miran con mirada torva y desconfiada. Pensaron: seguro que llevará algún mendrugo de pan que le dieron en la última puerta a la llamó pidiendo limosna. Y con un manifiesto desdén, continuaron sus operaciones de cambio entre ellos. El peregrino-mendigo continuó su camino llevándose en su saco el mayor de los tesoros. No sé si esta historia ilumina u oscurece. Pero el sentido de la parábola es semejante al anterior: para conseguir la perla de sumo valor es necesario vender todo lo que se posee y comprarla. Es necesario el riesgo de venderlo todo, en primer lugar. Luego se podrá disfrutar del valor admirable de la perla preciosa. Pero hay que venderlo todo. He ahí el problema que el Evangelio quiere dilucidar. Espléndido es el valor de la perla, pero exigentes son las condiciones. ¡Jesús es así! Pero más excelente el don conquistado si se toma la decisión ¡Jesús es así! Es un peregrino que ofrece y propone, pero no impone ni fuerza. ¿Queremos seguir enfrascados en nuestros trapicheos y compraventas? Pues él sigue su camino en busca de alguien que se crea que en el saco de un mendigo se esconde un tesoro incalculable.¡Es necesario! Hoy como ayer los hombres y las mujeres de este mundo no están demasiado por la labor del canje con el mendigo. ¡No conseguiremos el tesoro que nos haría felices a nosotros y a los demás! Don gratuito y respuesta comprometida. ¿No sería el Evangelio más atrayente si fuéramos capaces de presentarnos como excelentes comerciantes de perlas finas de gran valor? ¡El lenguaje es muy apropiado para los hombres de nuestro tiempo!

Fr. Gerardo Sánchez Mielgo

Fr. Gerardo Sánchez Mielgo
(1937-2019)