Lun
4
Dic
2017

Evangelio del día

Primera semana de Adviento

No he encontrado en nadie tanta fe

Primera lectura

Lectura del libro de Isaías 2, 1-5

Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y de Jerusalén.
En los días futuros estará firme
el monte de la casa del Señor,
en la cumbre de las montañas,
más elevado que las colinas.
Hacia él confluirán todas las naciones,
caminarán pueblos numerosos y dirán:
«Venid, subamos al monte del Señor,
a la casa del Dios de Jacob.
Él nos instruirá en sus caminos
y marcharemos por sus sendas;
porque de Sión saldrá la ley,
la palabra del Señor de Jerusalén».
Juzgará entre las naciones,
será árbitro de pueblos numerosos.
De las espadas forjarán arados,
de las lanzas, podaderas.
No alzará la espada pueblo contra pueblo,
no se adiestrarán para la guerra.
Casa de Jacob, venid;
caminemos a la luz del Señor.

Salmo de hoy

Salmo 121, 1-2.4-5.6-7.8-9 R/. Vamos alegres a la casa del Señor.

¡Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén. R/.

Jerusalén está fundada
como ciudad bien compacta.
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor. R/.

Según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David. R/.

Desead la paz a Jerusalén:
«Vivan seguros los que te aman,
haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios». R/.

Por mis hermanos y compañeros,
voy a decir: «La paz contigo».
Por la casa del Señor, nuestro Dios,
te deseo todo bien. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Mateo 8, 5-11

En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó rogándole:
«Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho».

Le contestó:
«Voy yo a curarlo».

Pero el centurión le replicó:
«Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno: "Ve", y va; al otro: "Ven", y viene; a mi criado: "Haz esto", y lo hace».

Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían:
«En verdad os digo que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos».

Reflexión del Evangelio de hoy

“No se adiestrarán más para las guerras”

Ojalá resuene en nuestros corazones y comunidades la invitación a “salir”, a cambiar; pero quizás un cansancio, miedo o no saber qué hacer nos puede paralizar. Sin embargo estamos comenzando un tiempo nuevo, el tiempo de Adviento, tiempo de esperanza. Inicio del año litúrgico, es el momento de empezar y que mejor que hacerlo dejando que resuene en nuestros oídos y corazón el anhelo que hoy Isaías nos grita: “¡Venid, Vengan, Vayamos..!” Imposible hacernos los sordos ante este oráculo, Dios nos apremia.

La visión que Isaías comparte en estos versículos es una declaración de la certeza que la historia logrará su meta, su culminación. Lo narra como la esperanza mesiánica con vocación de universalidad. Dios reunirá a todos los pueblos, a todas las naciones. Isaías nos invita a “ver” como las gentes caminan peregrinando hacia el Monte de Jahvé. Esta invitación a caminar sigue siendo actual. En esta época donde la publicidad nos bombardea con tantos “reclamos de felicidad y bienestar” es imprescindible que podamos reconocer la verdadera luz  y quién la irradia.

Podemos pararnos e imaginar por un momento todo lo que será necesario cuando lleguemos al monte del Señor, ante su presencia: “nos enseñara sus caminos e iremos por sus sendas”. ¡Cuánto nos queda por aprender, y por convertir!, para ver como “permitimos en nosotros-as” que se haga realidad el plan salvífico de nuestro Dios. Entonces la paz  universal será forjada al tiempo que los instrumentos bélicos se convertirán en instrumentos de producción. Necesitamos aprender y ser instrumentos de paz. ¡Qué imágenes tan esperanzadoras las de Isaías! Solo se harán realidad si nos dejamos hacer por Dios; y qué mejor oración para este tiempo de Adviento que suplicar para cada uno de nosotros, y por esta humanidad amada por Dios: “el de no adiestrarnos más para la guerra y la violencia, convirtiéndonos en caminantes tras la luz del Señor.”

“Señor, yo no soy digna, no soy digno...”

Hoy estamos ante uno de los milagros desconcertantes, por que presenta a un oficial romano del cual podemos aprender muchísimo en cuanto al poder y alcance efectivo de la fe. Este oficial se llega a Jesús para pedirle por la sanación para su criado. El texto señala cómo él en persona se acerca a Jesús. Imaginemos por un momento la escena: el que está enfermo es su criado, alguien que está para servir y que en la sociedad suelen contar poco; cuesta visualizar esta relación. Sigamos.

Un oficial romano, posiblemente de una clase socioeconómica alta, un pagano, que nos deja ver en él su compasión ante el dolor y debilidad del otro, esta actitud es la que le empuja a acercarse a Jesús. No le frena el que sea de diferentes pueblos y creencias. Aquí se confirma o se autentifica lo anunciado por Isaías en la 1ª lectura: ”hacia Él caminaran muchos pueblos”. Jesús predica el Reinado de Dios y aquí, en este hecho se va a concretizar la autenticidad de su mensaje: dice y hace: Vete y que te suceda según tu fe. La peri-copa termina confirmando la sanación del criado.

Esto me hace pensar en la complementariedad de los dos actores principales. Por un lado: la escucha y misericordia de Jesús: “Yo iré a curarlo,” es decir que la necesidad del que pide le hace actuar rápidamente. Por otro lado, esta respuesta de Jesús provoca un milagro mayor que es la confesión de fe de este oficial romano: “Señor, yo no soy digno….”  Es una actitud tan humilde ante “su Señor” que nos puede llevar a sentir que es el Espíritu Santo  el que habla por su boca. El oficial reconoce aquí no solo el poder de sanación de Jesús sino también la autoridad y el poder sobre este universo.

Aunque vivamos ciento de años y cada día digamos esta petición conscientes, qué difícil es llegar a esa profundidad, hasta el mismo Jesús se asombra: “jamás he encontrado una fe tan grande.” Quedémonos contemplando a este Señor de la Vida.