Jue
30
Nov
2017
Qué hermosos los pies de los que anuncian el Evangelio

Primera lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 10, 9-18

Hermanos:
Si profesas con tus labios que Jesús es Señor, y crees con tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo. Pues con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con los labios se profesa para alcanzar la salvación.
Pues dice la Escritura:
«Nadie que crea en él quedará confundido».
En efecto, no hay distinción entre judío y griego, porque uno mis m es el Señor de todos, generoso con todos los que lo invocan, pues «todo el que invoque el nombre del Señor será salvo».
Ahora bien, ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído?; ¿cómo creerán en aquel de quien no han oído hablar? ¿cómo oirán hablar de él sin nadie que anuncie? y ¿cómo anunciarán si no los envían? Según está escrito:
«¡Qué hermosos los pies de los que anuncian la Buena Noticia del bien!».
Pero no todos han prestado oídos al Evangelio. Pues Isaías afirma:
«Señor, ¿quién ha creído nuestro mensaje?».
Así, pues, la fe nace del mensaje que se escucha, y la escucha viene a través de la palabra de Cristo.
Pero digo yo: ¿Es que no lo han oído? Todo lo contrario:
«A toda la tierra alcanza su pregón, y hasta los confines del orbe sus palabras».

Salmo de hoy

Salmo 18, 2-3. 4-5 R/. A toda la tierra alcanza su pregón.

El cielo proclama la gloria de Dios,
el firmamento pregona la obra de sus manos:
el día al día le pasa el mensaje,
la noche a la noche se lo susurra. R/.

Sin que hablen, sin que pronuncien,
sin que resuene su voz,
a toda la tierra alcanza su pregón
y hasta los límites del orbe su lenguaje. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Mateo 4, 18-22

En aquel tiempo, paseando Jesús junto al mar de Galilea vio a dos hermanos, a Simón, llamado Pedro, y a Andrés, que estaban echando la red en el mar, pues eran pescadores.
Les dijo:
«Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres».
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
Y pasando adelante vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, su hermano, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre, y los llamó. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron.

Reflexión del Evangelio de hoy

A tan sólo dos días para terminar el año litúrgico cristiano, las lecturas de hoy no suenan a final, sino a inicio, al nacimiento de la vocación cristiana: ser testigos de Cristo anunciando su Evangelio. Gracias a la fiesta de San Andrés, intentaremos reflexionar sobre el anuncio del Evangelio y su fuerza.

La fe nace del mensaje y el mensaje consiste en hablar de Cristo

El Apóstol Pablo enseña a la comunidad de Romanos palabras de la Escritura como: «nadie que cree en él (Señor) quedará defraudado» (Sal 25, 3) y «todo el que invoca el nombre del Señor se salvará» (Jl 3, 5; repetido en Hch 2, 21). El objetivo es explicar la necesidad del mensaje del Evangelio a todos los pueblos para que nazca la fe, por la que se alcanza la justificación, la salvación: creo en Jesús, creo que Dios lo resucitó. Sin embargo, Pablo no se queda sólo en señalar la importancia del mensaje, sino también en la necesidad de que haya quien lo predique y de cuál ha de ser su contenido.

Si el mensaje se hubiera quedado sólo en Israel, quizá hubieran oído algo los pueblos fronterizos, pero no hubiera llegado hasta los confines del mundo. El mensaje de Cristo no era para unos pocos, era para todos en todos los lugares en todos los tiempos. Para ello, Jesús se valió de sus discípulos que, cuando fueron formados y hubieron vivido la experiencia del Resucitado, los envió (apóstoles) a anunciar el Evangelio. Esto nos lleva a que para ser apóstol hemos de ser discípulos aplicados abiertos a la vivencia y al estudio de la Palabra de Dios. Inundada nuestra vida, nuestra existencia de Cristo, el mensaje que transmitimos no es otro que al propio Cristo; porque, como dice Pablo (Gal 2, 20), ya es Cristo mismo quien vive en nosotros. El anuncio del Evangelio es verdadera Buena Noticia si su contenido es Cristo. ¡Es cierto! En una ocasión me dijo un fraile dominico: «Si no hablas de Cristo, no sólo estás perdiendo el tiempo, sino que lo estás haciendo perder. Pero hay algo más -apuntaba-, podrás mover las emociones con tus palabras, pero las almas (la persona entera) no verán la salvación y casi -decía- estarás en pecado porque te estás presentando tú y no lo estás presentando a Él». Me lo dijo muy serio, pero con una sonrisa amable. Y es cierto, Cristo es el objeto de la fe que justifica, marca el final de la ley en cuanto medio de justificación y abre un camino de salvación para todos, sin distinciones. A este anuncio nos demos los Dominicos por carisma imitando a los Apóstoles y todos los cristianos por el bautismo. Las palabras de Cristo son la verdadera fuerza de su mensaje. Él no dijo nada que no hubiera sido indicado por su Padre (Jn 12, 49) y nosotros, amparados por el Espíritu Santo, debemos hacer lo propio (1 Jn 1, 3) para mantenernos en comunión con Él y el Padre.

Venid y seguidme

La Palabra encarnada es una y única. Andrés, Simón, Santiago y Juan -en el relato del evangelista Mateo- son capaces de dejarlo todo con una palabra: VEN / SÍGUEME. ¿Quién de nosotros deja lo que está haciendo si otra persona nos dice «ven» si no es porque le reconocemos autoridad o porque esperábamos esa palabra?

El llamamiento de Jesús, la vocación, exige de nuestra respuesta. La vocación cristiana tiene tres momentos paralelos con tres palabras de Jesús: un tiempo de preparación (VEN), al que le sigue un tiempo de formación y convivencia con Jesús como discípulo (SÍGUEME); finalmente, ser enviado a comunicar el Evangelio como apóstol (VE). Cristo mismo es la fuerza del mensaje.

¿Anunciamos el Evangelio con nuestra vida? ¿De quién hablamos? ¿Cómo vivo los momentos de mi vocación?