Lun
4
Ene
2021

Evangelio del día

¿Qué buscáis?

Primera lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Juan 3, 7-10

Hijos míos, que nadie os engañe. Quien obra la justicia es justo, como él es justo.
Quien comete el pecado es del Diablo, pues el Diablo peca desde el principio. El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del Diablo.
Todo el que ha nacido de Dios no comete pecado, porque su germen permanece en él, y no puede pecar, porque ha nacido de Dios.
En esto se reconocen los hijos de Dios y los hijos del Diablo: todo el que no obra la justicia no es de Dios, ni tampoco el que no ama a su hermano.

Salmo de hoy

Salmo 97, 1bcde. 7-8. 9 R/. Los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios

Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas.
Su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo. R/.

Retumbe el mar y cuanto contiene,
la tierra y cuantos la habitan;
aplaudan los ríos,
aclamen los montes. R/.

Al Señor, que llega
para regir la tierra.
Regirá el orbe con justicia
y los pueblos con rectitud. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Juan 1, 35-42

En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice:
«Este es el Cordero de Dios».
Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta:
«¿Qué buscáis?».
Ellos le contestaron:
«Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?».
Él les dijo:
«Venid y veréis».
Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; era como la hora décima.
Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice:
«Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo)».
Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo:
«Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce: Pedro)».

Evangelio de hoy en audio

Reflexión del Evangelio de hoy

No os dejéis engañar

En la lectura de la primera carta de Juan se nos expone cómo el vivir como hijos de Dios es incompatible con el pecado. El vocativo con el que Juan llama a los destinatarios de la carta hijos míos, supone que entre ellos existe una relación  no solo de fraternidad sino también de filiación.

El autor, muy dado a la confrontación dualista entre la luz y la oscuridad, el bien y el mal, presenta en contraste las obras de los hijos de Dios y las obras de los hijos del Diablo. Unos y otros tienen comportamientos antitéticos. Conociendo sus obras, sabremos a quien se ha adherido quien las realiza.

El texto comienza con la exhortación a no dejarse engañar, acción propia de los pseudo-profetas. No podemos dejarnos engañar por nada ni nadie, ni por las tentaciones que nos alejan del proyecto original de Dios, ni por las seducciones de otros que nos desvían de nuestro camino vocacional, ni siquiera por nosotros mismos y nuestros egos: todo el que no obra la justicia no es de Dios, ni tampoco el que no ama a su hermano.

La prueba de nuestra identidad, o lo que es lo mismo de que pertenecemos al ámbito de Dios, es nuestra praxis, nuestras opciones y acciones concretadas en el amor al hermano: Si alguno dice: «Amo a Dios», y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve (1 Jn  4, 20). Los profetas ya anunciaron y denunciaron continuamente esto. Una buena relación con Dios siempre se traduce en una relación de amor fraterno hacia los hermanos. Y viceversa, la idolatría siempre se traduce en la injusticia y la insolidaridad. Mirando nuestro comportamiento podremos determinar a quién hemos entregado nuestra existencia, nuestro proyecto vital, quien es el Señor de nuestra vida. Desde esta perspectiva el papa Francisco en la Fratelli tutti  ha subrayado que “no basta con fomentar una mística de la fraternidad, sino que al mismo tiempo hay que promover una organización mundial más eficiente para ayudar a resolver los problemas acuciantes de los abandonados que sufren y mueren en los países pobres” (Cf. Francisco, Fratelli Tutti, 165).

¡Venid y veréis!

El texto del evangelio nos narra la vocación de los primeros discípulos en el cuarto evangelio que se despega de la narración sinóptica. La escena comienza con Juan Bautista acompañado de dos de sus discípulos, uno de ellos Andrés, hermano de Pedro, del otro no sabemos su nombre. El Bautista al ver a Jesús, lo señala ante sus discípulos como el Cordero de Dios. Lo está identificando, así como el siervo de Yahvé (Is 42,1-4; 53,1-9) que quita el pecado del mundo, como el cordero pascual, símbolo de la liberación con su sangre de la décima plaga y de la salida de Egipto de la esclavitud (Ex 12, 1-14).

Juan se convierte así en mediador entre sus discípulos y Jesús. Él les ayudará a que reconozcan al Nazareno en medio de sus búsquedas, y con ello provocará el deseo de los discípulos de ir con Él: ¿Maestro, donde vives? La respuesta de Jesús no es teórica: Él les invita a realizar la experiencia personal y a recorrer su propio camino: ¡Venid y veréis!

Jesús también nos dice a nosotros hoy estas palabras: ¡Venid y veréis! ¿A qué lugares acudimos para vivir la experiencia del encuentro con Él?

En el relato de vocación vemos cómo en las llamadas a los primeros discípulos aparecen mediadores, Juan Bautista, Andrés. Ellos ayudan a identificar la voz de Dios, a descubrir la identidad de Jesús. En muchas ocasiones nosotros también necesitamos la mediación de los hermanos para distinguir la voz de Dios o de Jesús en medio de los ruidos de nuestro mundo, y poder así escuchar sus llamadas. En los diferentes momentos de nuestra vida nos encontramos con hermanos “señaladores” o “indicadores” de Jesús o del Padre, que por nosotros mismos no reconoceríamos. Pero también nosotros podemos ser mediadores para llevar hasta Dios a otros hermanos, para que lo reconozcan presente en su historia o para que descubran el bien que su presencia puede hacer a sus vidas. Lo que hemos recibido gratis, hemos de darlo gratis (Mt 10, 8b). ¿Qué medios utilizamos para descubrir a Dios activo y presente en nuestro mundo? ¿Cómo podemos ser mediadores para llevar a otros a su encuentro?