Jue
26
Abr
2018

Evangelio del día

Cuarta Semana de Pascua

Sois la sal de la tierra y la luz del mundo

Primera lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 2, 1-10

Yo mismo, hermanos, cuando vine a vosotros a anunciaros el misterio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado.
También yo me presenté a vosotros débil y temblando de miedo; mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.
Sabiduría, sí, hablamos entre los perfectos; pero una sabiduría que no es de este mundo ni de los príncipes de este mundo, condenados a perecer, sino que enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria.
Ninguno de los príncipes de este mundo la ha conocido; pues, si la hubiesen conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria.
Sino, como está escrito:
«Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman».
Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu; pues el Espíritu lo sondea todo, incluso lo profundo de Dios.

Salmo de hoy

Salmo 118, 99-100. 101-102. 103-104 R. Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero.

Soy más docto que todos mis maestros,
porque medito tus preceptos.
Soy más sagaz que los ancianos,
porque cumplo tus mandatos. R.

Aparto mi pie de toda senda mala,
para guardar tu palabra;
no me aparto de tus mandamientos,
porque tú me has instruido. R.

¡Qué dulce al paladar tu promesa:
más que miel en la boca!
Considero tus mandatos,
y odio el camino de la mentira. R.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Mateo 5, 13-16

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?

No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.

Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.

Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.

Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielos».

Reflexión del Evangelio de hoy

Jesucristo… y éste crucificado

Cualquier cristiano, cualquier predicador, ha de tener en cuenta que lo suyo es predicar a Jesucristo. Nunca se ha de predicar a sí mismo. Cada uno poniendo en juego todos los dones recibidos de Dios, desde su propia personalidad, pero siempre con el mismo fin: predicar a Jesucristo y nunca a sí mismo. Fue lo que hizo san Pablo, que se  presentaba ante su auditorio “débil, temeroso… sin persuasiva sabiduría humana”, para que sus oyentes se quedaran con Jesús y la buena noticia que predicaba no se apoyase en la sabiduría de los hombres, sino en la sabiduría de Dios.

La Iglesia coloca estas palabras de San Pablo en la fiesta de San Isidoro, una persona con muchas cualidades y talentos recibidos, gran teólogo, renovador, a través de concilios, de la vida de la iglesia… pero que únicamente buscó predicar a Jesucristo y nunca a sí mismo.

San Pablo y San Isidoro, con su ejemplo, nos invitan a nosotros a predicar el evangelio con todos los recursos humanos y divinos que hayamos recibido, sabiendo siempre que “Pablo plantó, Apolo regó, pero el que da el crecimiento es Dios”.

Sois la sal de la tierra y la luz del mundo

Dos principalmente son las funciones de la sal: dar sabor a los alimentos y evitar su corrupción. A la hora de predicar y de vivir el evangelio de Jesús hemos de cumplir estos fines de la sal: Debemos ayudar a nuestros hermanos a saborear la vida, a encontrar el sabor y el sentido de nuestra existencia. Debemos evitar que su vida se corrompa, vaya por los senderos contrarios y se encuentren con la tristeza y el vacío.

En esta misma línea debemos ser luz para el mundo y sus habitantes. Pero no con nuestra propia luz, sino con la luz que hemos recibido de Jesús, de su vida, muerte y resurrección. Con harta frecuencia la vida los hombres está rodeada de tinieblas, de no ver claro sobre el sentido de nuestra vida, de no ver claro de cuál debe ser nuestra conducta ante las distintas situaciones de nuestra existencia. Debemos ayudar a nuestros hermanos a ver claro. Les debemos regalar, con nuestras palabras y nuestra vida, la luz que Jesús nos ha regalado. “Yo soy la luz del mundo, quien viene detrás de mío no andará en tinieblas”.